Monserrat Hernández es una respetada abogada defensora⚖️. Una tarde como cualquiera otra recibe una carta amenazante📃, las palabras la aterraron; opción 1: observar como muere las personas a su alrededor☠️, opción 2: suicidate.☠️
¿Que tipo de persona quiere dañar a Monserrat con esta clara amenaza mortal?✉️.
Descubre el misterio en este emocionante thriller de suspense😨😈
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(CAPITULO 12) UNA VISITA FUERA DE LUGAR
A las 9 de la noche, Monserrat recibió una notificación en su teléfono. Era del sistema de agendamiento de visitas de la Prisión Federal de Miami. Su solicitud había sido aprobada.
"Su visita ha sido confirmada para mañana, 8 de la mañana, en la Prisión Federal de Miami. Por favor, llegue 30 minutos antes para el registro y la seguridad."
Monserrat se sintió un mix de emociones: alivio, ansiedad y determinación. Sabía que este era un paso crucial en su búsqueda de la verdad.
Se levantó de la cama y comenzó a prepararse para el día siguiente. Revisó su ropa, asegurándose de que cumpliera con las regulaciones de la prisión. No quería ningún problema.
Luego, se sentó en la sala, mirando la oscuridad exterior. Pensó en Samanta Brown, en lo que podría decirle, en lo que podría revelar.
"¿Qué secretos escondes, Samanta?", se preguntó a sí misma.
La noche parecía interminable, pero Monserrat sabía que debía descansar. Mañana sería un día largo y emocionante.
Se acostó, pero su mente seguía girando. La visita a la prisión podría ser su única oportunidad para descubrir la verdad detrás del autor de la carta quien se auto nombraba Lucifer
El reloj marcaba las 10 de la noche. Monserrat cerró los ojos, sabiendo que el día siguiente sería decisivo.
¿Qué revelaciones esperaban a Monserrat en la prisión? ¿Qué secretos escondería Samanta Brown?
A las 5 de la mañana, Monserrat se despertó con una sensación de tranquilidad. La oscuridad exterior parecía invitarla a reflexionar sobre su pasado y su presente.
Decidió tomar una caminata por la costa de la playa, algo que solía hacer cuando vivía en esa casa muchos años atrás. Se vistió con ropa cómoda y salió de la casa, respirando el aire fresco de la mañana.
La luna aún brillaba en el cielo, y las estrellas parecían diamantes dispersos en la oscuridad. La brisa marina llevaba el sonido de las olas, un ritmo constante que la acompañó durante su caminata.
Monserrat caminó por la orilla del mar, sintiendo la arena fría bajo sus pies. Recordó los veranos que pasó jugando en esa playa con su madre, los pícnics que hacían en la sombra de las palmeras.
La nostalgia la invadió, pero también una sensación de paz. Sabía que había regresado a Miami por una razón, y que esta caminata era un momento para clarificar sus pensamientos.
Se detuvo en un punto donde la costa se curvaba hacia el sur, y miró hacia el horizonte. La oscuridad comenzaba a ceder, y el cielo se teñía de rosado y naranja.
"¿Qué te trae de regreso a Miami, Monserrat?", se preguntó a sí misma.
La respuesta era clara: la búsqueda de la verdad. La verdad sobre Samanta Brown, sobre Lucifer, sobre su propio pasado.
La caminata la había ayudado a centrarse. Sabía que el día que venía sería difícil, pero estaba lista.
Regresó a la casa, se duchó y se vistió para la visita a la prisión. El reloj marcaba las 7 de la mañana. Tenía una hora antes de salir.
Se preparó un café, se sentó en la sala y miró hacia la playa. La mañana estaba despierta, y Monserrat estaba lista para enfrentar lo que viniera.
Aquí te dejo la narrativa corregida:
Monserrat salió de su casa y se subió a su auto alquilado, un sedán negro brillante. Arrancó el motor y se dirigió hacia la Prisión Federal de Miami, ubicada en el sur de la ciudad.
Mientras conducía, la ciudad de Miami comenzó a despertar. Las luces de los semáforos se reflejaban en el asfalto húmedo, y los primeros rayos del sol iluminaban los rascacielos del centro.
Monserrat pasó por la Calle 8, también conocida como la "Calle de la Hispanidad", donde los letreros de los restaurantes y tiendas anunciaban la rica cultura latina de la ciudad.
Luego, tomó la autopista 95, que la llevó hacia el sur, hacia el barrio de Kendall, donde se ubicaba la prisión.
A medida que avanzaba, la ciudad se transformaba. Los edificios de oficinas y centros comerciales daban paso a áreas residenciales y parques.
Finalmente, llegó a la dirección de la prisión: 1555 SW 136th Ave. Monserrat se estacionó en el estacionamiento visitantes y apagó el motor.
Justo antes de bajar del auto, su teléfono sonó. El número que aparecía en la pantalla no le era familiar.
"¿Quién será?", se preguntó a sí misma.
Dudó por un momento, pensando que podría ser otra llamada amenazante de Lucifer, pero finalmente respondió.
"¿Sí?", dijo con cautela.
"Detective Lucas Brooks, Departamento de Policía de Nueva York", respondió una voz grave al otro lado de la línea. "¿Es usted Monserrat?"
Monserrat se sorprendió. ¿Cómo había obtenido su número este detective de Nueva York? ¿Qué quería?
"Sí, soy Monserrat", respondió. "¿En qué puedo ayudarle, detective?"
"Lo siento, Monserrat", dijo el detective. "Tengo malas noticias. El edificio de su bufete de abogados se incendió anoche. No hubo supervivientes."
Monserrat se quedó con la boca abierta, incapaz de procesar la noticia.
"¿Qué... qué pasó?", tartamudeó.
"Aún estamos investigando", respondió el detective. "Pero según la forense, el incendio fue intencional."
Monserrat recordó la carta de Lucifer, las palabras amenazantes y sarcásticas. Recordó que tenía solo 7 días para averiguar quién era el autor de la carta, o de lo contrario, enfrentaría consecuencias terribles.
"Ellos", pensó Monserrat. "Ellos son los culpables del incendio. Quieren destruirme, hacerme sufrir."
El detective la sacó de sus pensamientos.
"¿Dónde se encuentra, Monserrat?", preguntó.
"Estoy... estoy en Miami", respondió. "Resolviendo unos asuntos familiares."
El detective no pareció sospechar nada.
"Entiendo", dijo. "Bueno, Monserrat, necesitamos hablar con usted sobre el incendio. ¿Puede regresar a Nueva York lo antes posible?"
Monserrat sabía que no podía regresar ahora. Tenía que seguir investigando, seguir buscando la verdad.
"Lo siento, detective", dijo. "No puedo regresar ahora. Pero estaré en contacto."
La llamada terminó, y Monserrat se quedó sentada en el auto, intentando procesar la noticia. Su bufete de abogados, destruido. Sus colegas, muertos.
Monserrat bajó del auto y miró hacia la Prisión Federal de Miami. El edificio imponente se erguía frente a ella, con sus muros de hormigón gris y ventanas estrechas que parecían mirillas. La entrada principal estaba flanqueada por dos torres de vigilancia, desde donde los guardias podían observar a los visitantes.
Eran las 7:30, y Monserrat sabía que debía llegar 30 minutos antes de su cita con Samanta Brown. Respiró hondo y se dirigió hacia la puerta principal.
Al acercarse, notó la presencia de cámaras de seguridad y sensores de movimiento que cubrían todo el perímetro del edificio. Un letrero en la entrada decía: "Prisión Federal de Miami - Área de Visitas".
Monserrat pasó por un detector de metales y se detuvo frente a una ventanilla de registro, donde un oficial de seguridad la esperaba.
"Nombre y número de visita, por favor", dijo el oficial.
Monserrat proporcionó la información necesaria y mostró su identificación. El oficial comprobó sus datos y le entregó una tarjeta de visita.
"Pase por la puerta de seguridad", indicó.
Monserrat avanzó hacia una puerta de metal que se abrió con un zumbido. Al entrar, fue escaneada por un detector de metales más avanzado, y un oficial de seguridad la cacheó.
"Por favor, déjeme su teléfono y cualquier objeto personal", dijo.
Monserrat entregó su teléfono y su bolso, y pasó por una puerta de seguridad adicional que la llevó a un área de espera.
La sala estaba llena de gente que esperaba visitar a seres queridos. Monserrat se sentó en una silla de plástico y esperó su turno.
Después de unos minutos, un oficial de seguridad llamó su nombre.
"Monserrat, por favor, sígame."
La condujo a través de un pasillo estrecho y llegaron a una sala de visitas. La habitación estaba dividida en cubículos separados por vidrio y metal.
Samanta Brown ya estaba sentada en el cubículo asignado, con una mirada intensa que parecía atravesar el vidrio.
Monserrat se sentó en la silla frente a ella, preparada para enfrentar la verdad.
Después de unos momentos, dos guardias llegaron con Samantha, flanqueándola por ambos lados. Ella ya era una mujer mayor, de más de 40 años, con una apariencia que reflejaba el paso del tiempo y la dureza de la vida en la prisión. Sus brazos estaban cubiertos de tatuajes, algo que Monserrat no recordaba de sus encuentros anteriores.
"¿Cuándo se hizo esos tatuajes?", pensó Monserrat, preguntándose si los había adquirido en la prisión.
Samantha se sentó en el cubículo, frente a Monserrat, con una mirada intensa que parecía buscar algo en sus ojos. Los guardias se retiraron, dejándolas solas.
La sala de visitas estaba en silencio, solo interrumpido por el sonido de las voces apagadas de los demás visitantes. Monserrat se preparó para iniciar la conversación, esperando a que Samantha hablara primero.
Samantha la miró con desconfianza, su expresión endurecida por años de cárcel. "¿Qué es lo que quiere, abogada?", preguntó bruscamente. "Después de tantos años, viene a buscarme. Pensé que nuestra relación de cliente y abogada había terminado. Usted me ayudó a librar aquella acusación, eso debería ser todo. ¿Qué necesita ahora? ¿Qué quiere de mí?"
Monserrat observó su entorno, asegurándose de que no hubiera guardias cerca que pudieran escuchar su conversación. Luego, se inclinó hacia adelante, bajando la voz.
"Recibí una amenaza muy directa de ciertas personas", comenzó. "Estas personas parecen ser familiares del empresario que usted... asesinó. Necesito averiguar quiénes son esas personas para salvar a personas inocentes que están siendo atacadas."
Samantha se cruzó de brazos, su mirada desafiante.
"¿Y qué tiene que ver eso conmigo?", preguntó.
Monserrat continuó, su voz urgente.
"Me culpan de que yo la liberé de aquella acusación, y que gracias a que usted estaba libre, pudo asesinar a... a la persona que usted mató. Necesito que me ayude a averiguar. Necesito que me diga quién es esa persona."
Samantha se rió, una risa seca y cínica.
"Usted no tiene idea de lo que está metida, abogada", dijo. "Pero si quiere saber, le diré una cosa: ese empresario se llamaba Harrison Foster."
Monserrat tomó nota mental del nombre, su corazón latiendo más rápido.
"¿Y los familiares?", preguntó.
Samantha dudó por un momento antes de responder.
"Solo tengo que decirle dos nombres: Caleb Wellington y Olivia Ryder. Sus hijos."
Monserrat asintió, grabando los nombres en su memoria.
"Gracias, Samantha", dijo.
Samantha se encogió de hombros.
"No confío en usted, abogada", dijo. "Solo quiero que se vaya y no vuelva nunca más."
Monserrat salió de la prisión, pasando por los mismos controles de seguridad por los que había entrado. Una vez afuera, se dirigió hacia su auto de alquiler, su mente ya enfocada en la investigación que la esperaba.
Al llegar al auto, se subió y arrancó el motor, dirigiéndose hacia su casa. Durante el trayecto, no podía sacar de su cabeza los nombres de Caleb Wellington y Olivia Ryder, los hijos de Harrison Foster.
"¿Serán Lilith y Amón?", se preguntó. "¿Serán ellos los responsables de las amenazas?"
Llegó a su casa y se apresuró a sentarse frente a su computadora. Comenzó a buscar información sobre Caleb y Olivia, pero pronto se dio cuenta de que no había mucho sobre ellos en línea.
"Necesito acceso a bases de datos más profundas", pensó.
Recordó que tenía contacto con un hacker que podía ayudarla. Lo llamó y le explicó la situación.
"Necesito información sobre Caleb Wellington y Olivia Ryder", le dijo. "¿Puedes ayudarme?"
El hacker aceptó y le prometió tener la información en unas horas.
Monserrat se recostó en su silla, esperando ansiosamente los resultados. Sabía que si lograba descubrir la verdad sobre Lilith y Amón, podría llegar a Lucifer y poner fin a las amenazas.
Pero mientras esperaba, no podía evitar sentir que estaba siendo observada. Miró alrededor de su casa, pero no vio nada fuera de lo común.
"Estoy paranoica", se dijo.
Pero la sensación persistía. Y Monserrat sabía que no podía descuidar su instinto. Algo no estaba bien.
Entiendo. Disculpa la confusión. Aquí sigue la narrativa:
Después de unas horas, el hacker se comunicó con Monserrat nuevamente.
"Ya tengo la información que necesitas", dijo.
"¿Quiénes son Caleb Wellington y Olivia Ryder?", preguntó Monserrat.
"Caleb es un abogado de Nueva York", respondió el hacker. "Un profesional muy respetado, con años de experiencia y muchos casos importantes ganados. Es considerado uno de los abogados más influyentes de la ciudad."
"¿Y Olivia?", preguntó Monserrat.
"Olivia es una actriz de teatro", dijo el hacker. "Ha trabajado en varias producciones de Shakespeare y es conocida por su talento. Aunque no es una celebridad, es respetada en su campo."
Monserrat asintió, procesando la información.
"Gracias", dijo Monserrat. "Esta información es útil."
Ahora Monserrat sabía que Caleb y Olivia eran profesionales exitosos, pero ¿qué relación tenían con Lucifer? Era el quien realmente necesita averiguar quién era, el quinto día se le estaba acabando, dejándola con solo dos, el límite se acercaba.