Teodoro es hijo de un magnate, el es un joven malcriado que vive sin preocupaciónes pero todo se acaba cuando su padre para darle una lección le da el puesto de ejecutivo a su Rival de la escuela Melanie el debera trabajar para ella y no será nada fácil porque es perfeccionista y poco flexible a diferencia de Teodoro,
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capitulo 11
La mañana siguiente llegó con la pesadez de un nuevo día en el que Teo ya sabía que tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus decisiones. Se despertó en su apartamento, aún con el sabor del alcohol en la boca y la cabeza a punto de estallar por la resaca. El sol atravesaba las cortinas con una luz insoportablemente brillante, obligándolo a levantarse con lentitud. Sus ojos estaban nublados, pero aún así podía recordar cada detalle de la noche anterior, el vacío que había intentado llenar y lo mal que había terminado todo.
El móvil vibró en su mesa de noche. Al principio, pensó en ignorarlo, pero algo le decía que debía ver quién estaba escribiendo. Al abrir el mensaje, vio el nombre de Melanie en la pantalla, y un suspiro escapó de sus labios. No había pasado ni una hora desde que despertó, y ella ya había comenzado su rol como su "sombra", como la persona que se encargaba de mantenerlo a raya, de ponerle los límites que él no quería ver. El mensaje era breve, como una advertencia más que una invitación:
Teo, ¿dónde estás?
Teo, aún aturdido, respondió con un simple "Ya voy". Sabía que Melanie no sería una de esas personas que se conformaban con un mensaje corto. Ella siempre quería respuestas, siempre quería saber dónde estaba, qué estaba haciendo. Esa fue una de las razones por las que la odiaba y la admiraba al mismo tiempo. La odiaba porque siempre lo hacía sentir que no podía escapar de la responsabilidad, de la expectativa, pero la admiraba porque, aunque nunca lo admitiera, sabía que ella siempre estaba ahí para detenerlo antes de que se metiera en problemas.
Cinco minutos después, Teo se encontraba frente a su espejo, luchando con la resaca y con el sentimiento de incomodidad que siempre le producía la cercanía de Melanie. Sabía que ella aparecería en cualquier momento, lista para regañarlo, como si su vida fuera una lista interminable de fallos y equivocaciones. Pero, más allá de eso, había algo que le irritaba profundamente: ella se preocupaba por él. Y eso, por alguna razón que no lograba entender, lo hacía sentirse vulnerable.
Mientras tomaba una ducha rápida, Teo reflexionaba sobre todo lo que había sucedido. La fiesta, las risas vacías, el alcohol, la necesidad de sentirse aceptado por alguien, por cualquiera… Todo lo que había estado intentando olvidar durante la noche. Pero no importaba cuántas veces se emborrachara, ni cuántos problemas creara para evitar la realidad. Al final del día, la realidad seguía siendo la misma. Y esa realidad, la que le pesaba tanto, era Melanie.
Cuando salió del baño, encontró su ropa tirada sobre la cama, pero no tenía ganas de vestirse bien. No quería hacer nada. Solo quería estar solo, como siempre. Sin embargo, el sonido de un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Teo, abre la puerta —gritó una voz familiar, firme, y casi arrogante.
No podía ser nadie más que Melanie. Era su estilo: siempre directa, siempre exigiendo su atención. ¿Por qué tenía que ser ella la que siempre aparecía en su vida? Pensó, pero no podía negar que, en el fondo, su presencia le generaba una mezcla extraña de irritación y consuelo.
Con una mueca en el rostro, Teo abrió la puerta. Melanie estaba allí, con su impecable traje de oficina, su cabello recogido en una coleta y su mirada decidida. No le dio tiempo a saludarlo.
—¿Dónde estabas anoche? —preguntó, sin rodeos, observándolo de arriba a abajo con desdén—. ¿Y qué demonios fue esa fiesta? ¿Te crees que no lo sé?
Teo intentó evadir la mirada de Melanie, pero ella no se lo permitió. Sabía que él intentaría esconderse tras una excusa o una mentira, como siempre hacía, pero no estaba dispuesta a caer en su juego. Había demasiadas veces que se había quedado callada, observando cómo Teo se destruía a sí mismo con cada elección equivocada. Y estaba cansada de ser la espectadora.
—No me digas que te preocupas por mí, Melanie. No es como si fuera tu responsabilidad, ¿sabes? —dijo él, con una sonrisa forzada, tratando de restarle importancia.
Melanie no se dejó engañar. Sabía que esas palabras eran solo una fachada, un intento de hacerla retroceder. Él nunca sería tan sincero como para admitir que necesitaba ayuda. Y, por eso, ella siempre estaría allí, a su lado, como su sombra, haciéndole ver lo que estaba haciendo mal, aunque él no lo quisiera.
—No estoy aquí para ser tu amiga, Teo —respondió, cruzando los brazos—. Estoy aquí porque no voy a quedarme callada mientras sigues cavando tu propia tumba. ¿Sabes qué? Estás tomando un camino que te va a destruir, y yo no voy a dejar que lo hagas. Y aunque tú sigas comportándote como si no te importara, yo voy a seguir aquí, porque alguien tiene que hacerlo.
Teo la miró, un poco sorprendido por su franqueza, pero también con algo de resentimiento. ¿Por qué tenía que ser ella la que siempre lo empujara a la realidad? ¿Por qué no podía ser más como todos los demás y dejarlo ser? Pero lo que más le molestaba era que, de alguna manera, sabía que tenía razón.
—No quiero tus regaños, ¿vale? —dijo, soltando un suspiro, sintiendo cómo la frustración lo invadía. No estaba acostumbrado a tener a alguien que lo vigilara de esa manera—. Puedo hacer lo que quiera con mi vida.
Melanie, sin inmutarse, dio un paso hacia él, más cerca de lo que él esperaba.
—¿Hacer lo que quieras? ¿Seguir arruinándolo todo? ¿Huir de lo que realmente importa? —dijo con una voz baja, casi desafiante—. No te engañes, Teo. Estás perdiendo el control, y te estás hundiendo más y más en un agujero del que va a ser difícil salir. Y aunque tú no lo veas, yo sí te veo.
Teo se quedó quieto, con la mandíbula apretada. Sabía que ella tenía razón. ¿Por qué lo veía? ¿Por qué tenía que ser Melanie la que se diera cuenta de lo que él no quería admitir? ¿Acaso ella tenía alguna clase de poder sobre él, algo que no sabía manejar? La incomodidad lo consumió por completo.
—Te agradezco que te preocupes tanto por mí, Melanie —dijo, sarcástico, con una mueca de desdén—, pero no soy un niño. No necesito que me estés vigilando todo el tiempo.
Melanie no respondió de inmediato. Solo lo observó en silencio por un momento, como si midiera cada palabra que él había dicho. Finalmente, dejó escapar un suspiro resignado.
—No soy tu madre, Teo. Pero alguien tiene que decirte la verdad, aunque no te guste —le dijo, girándose para irse—. Y si sigues como hasta ahora, nadie va a estar allí para ayudarte cuando todo se derrumbe.
Teo la miró salir, quedándose en la puerta por unos segundos. No quería admitirlo, pero algo en su pecho se apretó al ver cómo se alejaba. Melanie siempre estaba allí, siendo su sombra, y sin importar cuánto intentara huir, siempre la encontraría.