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Pasión De Locura

Pasión De Locura

Status: En proceso
Genre:Pareja destinada
Popularitas:2.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Dailexys

tendrá que enfrentar su pasado para forjarse un futuro de felicidad junto a ella sin sentarse frustrado…

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CAP 12

Ismael ladeó la cabeza. El llanto era el único sonido en la casa. Pasaron los

segundos y sus miradas se encontraron.

Finalmente el llanto cesó y se oyó una puerta abrirse y cerrarse. El doctor

Cristaldi apareció en lo alto de las escaleras con una sonrisa cansada.

—Es una niña —dijo mientras bajaba.

—¿Eli? —preguntó Ismael.

—liz está bien. Cansada, pero bien. En cuanto Corni la ayude a cambiarse y a

lavarse, podréis ir a verlas.

Madison pensaba que Ismael se iría a casa sabiendo que todo estaba bien,

pero asintió y se apoyó en las escaleras para esperar.

El doctor Cristaldi le pidió a Lorabeth que le ayudase a despertar a los niños, y

fueron conduciéndolos uno por uno a la habitación de sus padres. Madison esperaba

junto a la puerta y, de vez en cuando, veía a Caleb y Eli mirando a su bebé recién

nacido y compartiendo sonrisas de amor.

En una ocasión, el doctor Cristaldi se inclinó sobre Eli y presionó la cara contra

su pelo, como si ella fuera el aire que necesitaba para respirar. El momento fue tan

maravilloso e íntimo que el corazón de Madison le dio un vuelco en el pecho,

ansiando tener un vínculo semejante.

Cuando el último de los niños hubo visto a su nueva hermana, Lorabeth tenía

docenas de imágenes tiernas almacenadas en su mente.

—Me voy a casa —le dijo Ismael tras ver a su hermana. Recogió el sombrero

del perchero del vestíbulo—. He cerrado la puerta de la cocina y he comprobado

todas las ventanas.

—Gracias —dijo ella, sintiendo un extraño dolor en el pecho que le dio ganas de

llorar sin ninguna razón aparente.

—¿Estás bien? —preguntó él.

Ella asintió.

—Gracias por la cena —añadió Ismael.

—Gracias a ti por tu ayuda.

Ismael se puso el sombrero y salió al porche.

Madison vio cómo se montaba en su caballo y se alejaba al galope.

Tras apagar el resto de las lámparas, subió a su habitación.

Había habido un tiempo en el que había visto la infelicidad de su madre y había

temido acabar teniendo el mismo tipo de vida. Su madre sabía que había más en la

vida. Ella no había tenido el poder para cambiar las cosas para sí misma, pero se

había asegurado de alentar a Madison para perseguir sus sueños. Y madison ahora

sabía que un día querría tener un hogar y una familia. Había trabajado para los

Cristaldi durante dos años y, en ese tiempo, había tenido muchas oportunidades para

asegurase de que aquello era lo que deseaba en su vida.

Desde la ventana de su dormitorio, miró hacia la oscuridad y trató de

imaginarse dónde estaría el parque. ¿Por qué se habría sentido tan resistente a entrar? Uno de sus sueños de libertad se había cumplido esa noche, pero le había dado

miedo adentrarse en lo desconocido.

Nunca más. Nunca más volvería a perderse nada por echarse atrás

Agradecido por la actividad física, aquella misma semana, ismael colocó el heno

en los establos. Había puesto mucho entusiasmo en conseguir la sumisión de su

mente y de su voluntad durante los últimos años. Trabajaba para utilizar su energía

de buenas maneras, porque tenía que ser un hombre de carácter fuerte.

Su vida era todo autocontrol, pero había sido demasiado fácil. Debía haberlo

sabido. Nunca se había sentido tentado ni distraído por los deseos físicos o emocionales. Hasta ese momento.

Madison era su debilidad. Se daba cuenta. Lo lamentaba. Ella era todo lo que

valoraba y respetaba. Era pura e inocente.

Doblemente peligrosa por su perfección. Despertaba respuestas que se había

prometido no permitirse jamás.

El sonido de una calesa llamó su atención sobre la presencia de un visitante, o

un paciente.

Dejó el rastrillo en el suelo y salió a la luz, recibiendo a la conductora, que

estaba bajando en ese momento.

—Buenos días, señora. Buen día para dar un aseo.

El sombrero de la mujer le tapaba casi toda la cara mientras se dirigía a la parte

trasera del vehículo y sacaba una caja cubierta por una manta.

—He traído a mi Minnie para que la vea, doctor. Parece que la muy tonta se ha

clavado un anzuelo de pescar en la pata.

Un maullido salió de dentro de la caja, indicándole a Ben que el felino no estaba

más feliz que su dueña.

—Vamos a echarle un vistazo a Minnie —dijo él mientras se acercaba.

La mujer le ofreció la caja al mismo tiempo que se presentaba.

—Soy… soy… —se llevó la mano al pecho y se quedó mirándolo como si

acabara de ver un fantasma—. Oh, Dios mío.

—¿Señora?

—Soy… Alejandra Martinez.

Ismael sujetó la caja, pero la mujer no dejó de mirarlo.

—¿Usted es el doctor Cristaldi?

—Mi cuñado es el doctor, como bien sabrá. Yo soy el veterinario. Llámeme Ismael.

Imaginó que tendría treinta y tantos años.

Su pelo era negro y sus ojos verdes. Era una mujer atractiva.

Se quedó mirándolo. Entonces, como si acabara de darse cuenta de que no

había soltado la caja, apartó la mano de golpe

—Lo siento. Es sólo que…

—¿Qué?

Su piel parecía excesivamente pálida.

—¿Está bien, señora martinez?

Ella asintió.

—¿Quiere entrar en mi oficina mientras examino a su gata?

Volvió a asentir.

—¿Necesita beber agua o algo?

—No.

ismael retiró la mano para echar un vistazo a su paciente. El animal era un enorme

siamés de piel plateada, orejas negras y ojos azules.

—Es preciosa.

—Fue un regalo de mi marido —la señora martinez lo siguió a la casa y hasta la

zona que utilizaba como oficina y consulta.

ismael habló con el animal con voz suave y le dio un poco de comida para ganarse

su confianza.

La señora Martinez estaba haciendo que se sintiera cohibido con su mirada.

—¿Hay algún problema? —le preguntó.

Ella negó con la cabeza y miró para otro lado, observando los tarros de cristal

donde guardaba golosinas para sus pacientes.

—Parece el puesto de golosinas del mercadillo, pero con trozos de cecina y…

¿qué es eso?

—Manzana seca. ¿Cuándo ha ocurrido esto?

—Esta mañana. Salió fuera cuando los niños se marcharon al colegio y la en el cobertizo donde mi marido guarda sus cañas de pescar. Tuve que

cortar el hilo para liberarla. No entiendo por qué habrá dejado un anzuelo en la caña.

—Se pondrá bien —le aseguró ismael—. ¿Por qué no me ayuda a sujetarla?

Cuando se ganó la confianza de la gata, enganchó una correa corta a su collar y

la ató a la mesa

—Mire hacia otro lado y no respire esto —le dijo a la señora.

Hablando en voz baja, mojó un paño con éter y se lo acercó al felino a la nariz.

La gata trató de apartarse por un momento, pero sucumbió al olor y cayó dormida en

la mesa.

La dueña del animal soltó a su mascota y se sentó en una silla cercana.

Ismael le aplicó desinfectante en la pata y luego cortó el anzuelo en dos con unas

tenazas. Tras quitar el anzuelo, le colocó un pedazo de algodón en la herida para

cortar la hemorragia, siempre consciente del escrutinio de la mujer.

FIN. 👻

1
Claudia Marlen Inzunza Lopez
Excelente
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