Diana es una mujer que llegó a la gran ciudad cuando apenas era una adolescente, tuvo que trabajar en diversos oficios, hasta que conoció a Lucas, el hombre que la llevaría a conocer el mundo de las Damas de compañía...
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Borrador
Diana.
Salgo de la casa Montes, me dirijo al taxi que me llevará a mi departamento. Teodoro se ofreció a llevarme, sin embargo, le dije que prefería irme por mi cuenta, pues sé que si me permito verlo un poco más, caeré en la tentación de su ofrecimiento de convertirme en su amante, y sé que valgo más que eso. Voy por todo el camino, mirando por última vez, las calles de esta cuidad que me dio tanto. Voy a extrañar ver sus atardeceres, tomar el café con Susana en la azotea de nuestro edificio. Por qué no, coquetear con mi bello vecino, ir al bar de Ben, en fin, tantas cosas que me harán amar siempre a esta ciudad.
El taxi se detiene frente a la puerta del edificio, le pago por su servicio, bajo con mi maleta y me dirijo a la portería. Saludo a Paco que es el portero, luego subo a mi departamento, pero antes de entrar me encuentro con Víctor, me deseado vecino, nos saludamos como siempre. Al entrar me topo con la soledad abrumadora que antes me solía gustar, pero que justo ahora, no me sabe tanto a gloria. Me voy a mi habitación y saco dos maletas más, comienzo a empacar mis cosas, lo demás lo mandaré a buscar o quizás lo deje, aún no me decido. Tengo que decirle a Susana que consiga una inmobiliaria para rentarlo, así no tendré que venir o entenderme con la persona que lo rente.
Al terminar de empacar lo justo y lo necesario, me apresuro a pedir un taxi, no me iré en mi carro ya que son casi 5h de viaje, prefiero mandarlo a buscar una vez esté instalada.
Doy un último vistazo al lugar, despidiéndome de todos los recuerdos que agrupé aquí. Bajo a la portería y me despido de Paco, quien me dice que va a extrañar mis bromas sin chiste. Sonrío ante lo dicho.
- Vamos Paco, que gracia que te hacían, soy toda una monada.
- Pues si yo no he dicho lo contrario tía, soís tan guay que hasta tus malos chistes me hacen reír. - dice entre risas el hombre de mediana edad que yo asimilo a Sancho Panza.
Luego de mi amena charla con Paco, me subo al taxi rumbo al aeropuerto, pronto tendré que abordarlo.
Y aquí voy, lejos de esta ciudad que me dio tanto, donde conocí tanta gente buena, pero también gente nada agradable y donde se queda mi corazón, pegadito al de Teodoro, sin que él lo note.
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Teodoro.
Desde que me despedí de Diana, no me la he podido sacar de la cabeza, tengo unas ganas inmensas de verla, pero la verdad es que no sé ni siquiera dónde vive, le pediré a Edgar que me investigue ese dato, esa mujer me gusta mucho y la verdad es que la quiero tener hasta que me case con la mujer que será mi esposa, como aún no aparece, puedo tener un romance con mi rubia loca, porque sí, ella es mía.
Media hora después Edgar entra a mi oficina, como siempre, sin tocar la puerta.
- Me coges de las pelotas, ¿cuándo será el día? - le digo a modo de reproche.
- Vamos tío, que eso jamás va a pasar. - me dice divertido, les juro que si no fuera tan eficiente, lo sacara a patadas yo mismo - Aquí está la dirección de Diana, vive a unas cuantas calles de aquí.
Sin decir nada, tomo el papel en su mano y salgo de mi oficina, guardándolo en el bolsillo de mi saco. Bajo hasta el estacionamiento y me subo a mi carro, rumbo a la dirección que indica. Me bajo y cierro de un portazo la puerta del auto. Llego la entrada del edificio y sale a mi encuentro un hombre de mediana edad, que por su ropa deduzco, es el portero.
- Buenas tardes caballero, ¿en qué le puedo servir?
- Buenas tardes, busco a una señorita que vive aquí.
- Me indica el nombre, por favor.
- Sí, Diana Batista. - le digo.
Hay un gesto indescifrable en el rostro del hombre.
- Verá, la señorita Diana se ha marchado de la ciudad. - me dice.
- Pero, ¿sabe cuando volverá?
- Me temo que esa información no la tengo, ella pidió a su amiga que inscribiera su apartamento con una inmobiliaria, pues al parecer no piensa regresar en mucho tiempo. - aquellas palabras me cayeron como un balde de agua fría.
Cabizbajo le di las gracias al señor, volví a mi auto y sin darme cuenta, llegué al bar de Ben, el lugar donde la vi por primera vez. Se había ido,no tuvo ni la gentileza de despedirse, supongo que tampoco es que le debía importar, solo fui un cliente más, pero por alguna extra razón, tenía una sensación de vacío que me estaba ahogando y que maté momentáneamente con alcohol.
Gracias por tan excelente novela.