Bajo La Misma Luz

La tensión en la oficina era palpable. Adrián había hecho todo lo posible por mantener la calma, pero la constante presión de la empresa, las traiciones pasadas y el regreso inminente de Héctor lo tenían al borde de la explosión. Diego lo notó inmediatamente.

—¿Estás bien? —preguntó Diego, observando a Adrián mientras este revisaba papeles con una furia contenida.

Adrián levantó la mirada, su rostro tenso.

—No estoy bien, Diego. Héctor está planeando algo, y no voy a quedarme de brazos cruzados mientras intenta destruir todo lo que estamos reconstruyendo.

Diego dio un paso hacia él, sus ojos fijos en los de Adrián, pero esta vez su tono era diferente, más serio.

—Lo sé. Todos sabemos que Héctor no se quedará quieto, pero no puedes permitir que tu enojo controle tus decisiones.

Adrián apretó los puños, su respiración acelerada.

—¡No entiendes! Héctor no solo nos quitó la empresa, no solo traicionó a nuestra familia. Él arruinó mi vida, Diego. Y ahora, después de todo lo que hemos hecho para recuperarla, él sigue ahí, acechando, esperando la oportunidad para volver a destruirnos. No voy a dejarlo.

Diego suspiró, cruzando los brazos.

—No lo vas a hacer solo. Pero el enojo no te llevará a ningún lado. Necesitamos pensar con claridad.

Adrián lo miró fijamente. Había algo en su tono que lo calmaba, pero también lo frustraba. ¿Cómo podía pensar con claridad cuando su vida estaba siendo arrasada una vez más por el hombre que había sido su mentor, su amigo, y que ahora era su enemigo?

—¿Qué sugieres? —preguntó Adrián, su voz un susurro lleno de rabia.

—Te sugiero que pienses en lo que realmente quieres. ¿Venganza? ¿Justicia? ¿Recuperar lo que es tuyo? Porque lo que sea que elijas, es el momento de hacerlo con cabeza fría. Héctor va a intentar manipularte, y si le das la oportunidad, va a ganar. No podemos dejar que eso pase.

Adrián cerró los ojos un momento, intentando calmar su mente. Sabía que Diego tenía razón, pero la ira dentro de él era como un fuego incontrolable. A lo largo de los años, había tenido que tragarse tantas injusticias, soportar la humillación de ver a Héctor tomar lo que era suyo. Ahora que había recuperado algo, la idea de perderlo de nuevo le resultaba insoportable.

—Voy a enfrentarlo —dijo con firmeza, abriendo los ojos y mirando a Diego—. Y esta vez, no va a salirse con la suya.

Diego lo observó en silencio por un momento, evaluando la situación. Finalmente, asintió.

—Entonces, vamos a hacer las cosas bien. Primero, necesitamos información más sólida. Sabemos que Héctor tiene aliados, pero tal vez esos mismos aliados puedan ser nuestros.

Adrián se quedó pensativo, el plan de Diego comenzaba a tomar forma.

—¿Crees que podemos negociar con ellos?

Diego sonrió de manera sutil, casi con desdén.

—Con Héctor, todo es posible, pero necesitamos un plan más grande. Si le demostramos que tiene más que perder al seguir en su lucha, tal vez se vea obligado a retirarse. Pero, para eso, necesitamos más que enojo, necesitamos estrategia.

Adrián frunció el ceño, aunque la idea de ser estratégico lo tranquilizó un poco. Tal vez había algo más que la simple venganza. Podía ganar esta guerra sin caer en la misma trampa de siempre.

—Entonces, ¿qué propones?

Diego se inclinó hacia adelante, mirando a Adrián con una intensidad que lo sorprendió.

—Lo primero que vamos a hacer es conseguir que sus aliados se enfrenten entre sí. Si logramos que se duden de Héctor, perderá todo el apoyo que tiene. Después, vamos a darle un golpe final. Algo que ni él ni nadie espere.

Adrián asintió, su ira transformándose lentamente en una determinación fría.

—Voy a conseguirlo. Esta vez no me voy a dejar atrapar.

Diego sonrió, satisfecho.

—Bien, entonces empecemos. Vamos a arruinarle el juego a Héctor.

El Último Enfrentamiento

La noche llegó, y con ella, una llamada inesperada. Adrián la contestó sin pensarlo dos veces, su corazón acelerado. Era Héctor.

—Adrián —dijo la voz de Héctor, clara y desafiante—. Sabía que no podrías quedarte tranquilo por mucho tiempo. Ahora, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a seguir con tu plan o prefieres reconocer que te he vencido?

Adrián no dudó ni un segundo.

—Héctor, ya no tienes poder sobre mí. Esta vez, tú serás quien pierda.

La llamada terminó de inmediato, y Adrián pudo sentir cómo su enojo se transformaba en pura resolución. Ya no se trataba de vengarse. Se trataba de recuperar lo que era suyo, de derrotar a un enemigo que ya no podía seguir manipulando su vida.

El último enfrentamiento estaba cerca, y Adrián estaba listo.