En el imponente Castillo de Lysandre, Elaria, una joven reina de 20 años, gobierna con determinación desde que la tragedia golpeó su familia. Tras la inesperada muerte de su madre años atrás, Elaria asumió el trono bajo la tutela de su padre, el rey Aldred. Aunque ha demostrado ser una líder firme y justa, su vida ha estado rodeada de aislamiento y deberes, lejos de los ojos curiosos del reino. Todo cambia cuando el rey decide abrir las puertas del castillo para un gran baile, invitando a familias nobles y plebeyas a una noche de celebración. Lo que parece un intento de reconciliarse con su pueblo pronto se convierte en caos, pues un grupo de infiltrados entra al castillo con la intención de robar las joyas de la corona. En medio de la confusión, Elaria se encuentra cara a cara con uno de los ladrones: un joven atractivo y enigmático cuyos ojos parecen revelar más secretos que intenciones maliciosas. Aunque debería detenerlo, algo en ella no lo hace.
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Capítulo 20
Kael entró sin tocar, como siempre lo hacía. Yo estaba recostada en la cama, con un libro viejo entre las manos, aunque apenas había leído un par de páginas. No podía concentrarme.
—¿Qué haces? —preguntó, sentándose a mi lado sin esperar invitación.
Pasé la página sin mirarlo. —Leo.
—¿Tienes idea de lo raro que es eso?
—No tiene nada de raro.
Kael se estiró, dejando caer su peso sobre las manos apoyadas en la cama. Su rodilla rozó la mía, y aunque fue un roce ligero, sentí un escalofrío recorrerme.
—Oye… —Su tono cambió, más suave, más serio—. Si alguna vez te hice sentir mal, no era mi intención.
Fruncí el ceño, levantando la mirada del libro.
—¿Por qué dices eso?
Se encogió de hombros y miró hacia la ventana.
—No sé… es la sensación que tengo.
No supe qué decir. Tal vez sí lo había sentido alguna vez, pero no podía culparlo. Desde que lo conocí, Kael no fingía ser algo que no era. Él simplemente era así: brusco, directo, molesto la mayoría del tiempo… pero también me hacía sentir segura.
Cuando se levantó para irse, mi mano se movió antes de que pudiera detenerme. Lo tomé de la muñeca.
Kael se giró, observándome con curiosidad.
—¿Qué pasa?
Ni siquiera yo lo sabía. Había algo en el ambiente, algo que me empujó a hacer lo que hice. Me acerqué, con el corazón golpeándome en las costillas, y pegué mis labios a los suyos.
Fue torpe. No hubo movimientos, ni pasión, ni la clase de magia que describían en los libros. Solo… los pegué ahí, como si eso bastara.
Cuando Kael se separó, me miró confundido.
—¿Qué estás haciendo?
El calor subió a mi rostro de golpe. Me levanté tan rápido que casi tropecé, retrocediendo hacia la puerta.
—¡N-nada!
Salí antes de que pudiera decir algo más y cerré la puerta detrás de mí, apoyándome en ella mientras el corazón seguía latiendo desbocado.
—¿Qué acabo de hacer? —susurré, tocándome los labios con los dedos.
Sentía el rostro ardiendo. No entendía por qué había reaccionado así. No estaba segura de lo que sentía por Kael, pero algo dentro de mí se agitaba cada vez que él estaba cerca.
Me dejé caer sobre la cama, hundiendo el rostro en la almohada.
Unos golpes suaves sonaron en la puerta.
—Elaria.
Cerré los ojos, deseando que se fuera.
—¿Estás bien?
No respondí.
—No tienes que salir ahora —dijo, y su tono era tranquilo, sin rastro de burla o enojo—. Pero… tenemos que hablar de eso.
Oí sus pasos alejándose y, al cabo de unos segundos, todo quedó en silencio otra vez.
Me giré, mirando el techo, mientras mis dedos volvían a rozar mis labios.
-
Esa noche no pude dormir. Me revolví en la cama, pero el recuerdo de lo que había hecho me pesaba en el pecho. ¿Por qué lo había besado? ¿Qué estaba pensando?
Cerca del amanecer, la desesperación me ganó. Me asomé a la ventana. El bar donde nos quedábamos estaba en silencio, la luz de la luna iluminaba el bosque que lo rodeaba.
“No puedo seguir aquí.”
Esa idea retumbó en mi mente una y otra vez. Kael no me había tratado diferente después de lo que pasó, pero cada vez que me cruzaba con él sentía su mirada sobre mí, y no lo soportaba.
Abrí la ventana con cuidado y me deslicé hacia afuera. La brisa helada me golpeó el rostro, pero seguí adelante. No podía pensar con claridad si seguía allí.
Corrí. El frío se clavaba en mi piel, pero no me detuve. Tenía que volver. Era una locura, pero estar lejos de casa de repente parecía más difícil que soportar las decisiones de mi padre.
Después de horas caminando sin descanso, finalmente aparecieron. Los hombres de mi padre, que llevaban días buscándome, me encontraron en medio del camino.
—¡Allí está! —gritó uno, y los demás se acercaron rápidamente.
Cubrí mis temores con una mentira.
—¡Me secuestraron! Logré escapar…
La confusión y el agotamiento me ayudaron a sonar convincente.
Ellos no hicieron preguntas. Me cubrieron con una manta y me subieron al carruaje que habían traído para buscarme.
Mientras avanzábamos hacia el castillo, apreté los dientes. Estaba volviendo al lugar del que había huido, pero no porque quisiera. Era más fácil enfrentar la ira de mi padre que enfrentarme a Kael y a las preguntas que no quería responder.
Y sin embargo, mientras el castillo aparecía a lo lejos, algo dentro de mí gritaba que estaba cometiendo un error.
Apenas bajé del carruaje, escuché los pasos apresurados de mi padre retumbando en el mármol. La gran puerta del castillo se abrió de golpe y él salió corriendo hacia mí, con el rostro descompuesto por la preocupación.
—¡Elaria! —Su voz resonó en el patio. Me abrazó con fuerza, como si temiera que pudiera desvanecerme de sus brazos.
Yo me quedé quieta, sin saber qué decir. Sentía que aún tenía el aroma del bosque y del bar pegado a la piel.
Cuando se apartó, me recorrió de pies a cabeza con la mirada, frunciendo el ceño.
—¿Qué te pasó? ¿Y esa ropa…? —Sus ojos se clavaron en el vestido sencillo y corto que Kael me había dado a usar. Retrocedió un paso, sin poder ocultar su desconcierto—. Estás prácticamente desnuda.
—Es… lo único que tenía —mentí, bajando la cabeza para evitar su mirada escrutadora.
Su expresión se suavizó y pasó una mano temblorosa por mi cabello.
—No importa. Ya estás en casa. Todo estará bien ahora.
Pero yo no estaba tan segura.
-
El agua caliente cayó sobre mí, arrastrando la suciedad del viaje y, con ella, cualquier rastro de lo que había vivido fuera del castillo. Las sirvientas frotaban con delicadeza, pero yo apenas sentía sus manos. Era como si estuviera atrapada en otro lugar, uno donde aún podía sentir la brisa del bosque y el roce de las mantas.
Cuando salí del baño, me esperaba un vestido largo, de telas pesadas y bordados dorados. Al ponérmelo, sentí como si una capa de hierro me cubriera el cuerpo, sofocándome. Me habían devuelto el título de Reina, y con él, la carga de ser alguien que ya no reconocía.
Bajé al comedor con pasos lentos. La gran mesa estaba servida con todo tipo de manjares, pero no tenía hambre.
Mi padre estaba sentado en la cabecera, mientras otros nobles charlaban entre ellos. Yo me senté en silencio, con la mirada fija en mi plato. Las conversaciones se volvían murmullos distantes, como si estuviera separada de todos por una barrera invisible.
—¿Elaria? —La voz de mi padre me sacó de mis pensamientos. Lo miré y él arqueó una ceja—. No has tocado tu comida. ¿Te sientes bien?
—Sí —mentí, forzando una pequeña sonrisa—. Solo estoy cansada.
Él asintió, pero no parecía convencido.
Mientras todos continuaban cenando, me pregunté si Kael también estaría comiendo en ese momento, en algún rincón del mundo, sin preocuparse por protocolos ni vestidos que pesaran como el plomo.
Y por un instante, deseé estar allí, con él.
YO QUIERO QUE SEAN MUY FELICES♥️
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necesito más por favor 🙏🏻
es que sin duda es muy buena escribiendo cada día quedó más empicada 😁😸