Contraataque de la esposa

Jesse había pasado toda la cena intentando que me relajara, pero yo estaba muy angustiada. Como su padre y él casi no congeniaban, el niño siempre se había sentido muy inseguro, y ahora Ivan había montado una escena frente a él. Debía estar aterrorizado. A la hora de dormir, no paraba de preguntarme si lo iba a abandonar; así que lo miré a los ojos, le besé la frente y le dije:

—No te preocupes, pase lo que pase, yo jamás voy a dejarte.

Solo entonces, con una sonrisa de satisfacción, logró conciliar el sueño, aunque no soltó mi mano en ningún momento. Cuando por fin se quedó dormido y retiré mi mano de la suya, dijo entre sueños: «Mamá». Al oírlo, tuve sentimientos encontrados.

Esperé una semana más para ver si Ivan regresaba, pero terminé tremendamente decepcionada; su promesa de estar conmigo para siempre había sido una burda mentira y me había dejado así sin más. Con el pasar del tiempo, comencé a tener problemas para dormir, a perder el pelo y a verme demacrada. Un domingo por la mañana, llevé a Jesse al parque. Había citado a Isaac para que nos viéramos allí, pero cuando me vio, por poco no me reconoce.

—¡Mierda! ¿Cómo terminaste en este estado? —exclamó.

—Te pedí que vinieras porque tomé una decisión: quiero que seas mi abogado —le dije.

En su rostro se dibujó una sonrisa.

—Genial. Hay que tener valor para separarse, pero no puedes llevar una vida miserable solo porque te encontraste con un obstáculo indeseado.

—No es tan miserable como crees; hubo buenos momentos, así que ten cuidado con lo que dices —le advertí. Él hizo un chasquido con la lengua.

—¿No estás siendo demasiado amable?

—No. Es que no quiero echarle toda la culpa a mi yo del pasado —dije en voz baja.

Hubo un momento de silencio y luego Isaac preguntó:

—Bueno, ¿qué es lo que quieres hacer?

—Este es el acuerdo que esa mujer redactó para él, fíjate qué podemos hacer al respecto. Mi cerebro está hecho un desastre últimamente y mi coeficiente intelectual se redujo a cero, así que necesito que me ayudes a revisarlo —dije sin energía. Isaac lo tomó y profirió algunos insultos mientras lo leía, pero justo cuando estaba por llegar a la parte más importante, vio que Jesse se acercaba corriendo y guardó el documento en el maletín para ponerse a jugar con él.

La decisión que estaba por tomar era muy difícil para mí porque implicaba negar mi pasado y me hacía sentir que me estaban arrancando el corazón. No me atrevía a pensar en Ivan ni en el tiempo que habíamos pasado juntos, pues el solo hecho de recordarlo me hacía sufrir.

—Vayamos a tomar algo esta noche —sugirió Isaac. Yo sacudí la cabeza con una sonrisa amarga en los labios y miré a mi hijo.

—No puedo, debo cuidar a Jesse.

—Mis padres pueden hacerlo; siempre les ha caído muy bien y a veces hasta los he oído quejarse de cuánto tiempo llevan sin verlo —repuso él alegremente. Su casa estaba entre las antiguas residencias de las celebridades. Jesse había estado allí con los padres de Isaac varias veces y lo había disfrutado mucho. Sin embargo, su propuesta me hizo vacilar—. Vamos, si se hace tarde, puedes quedarte en mi casa, que hay espacio de sobra —añadió con una sonrisa audaz.

Era la primera vez, desde que había tenido a Jesse, que pisaba un bar. Las luces me encandilaban, el volumen de la música era altísimo y los hombres y mujeres que estaban allí movían el cuerpo sin control. De repente me sentí un poco vieja entre todos esos rostros juveniles.

—¿Bailamos o bebemos primero? —gritó Isaac. Yo señalé la vitrina de los vinos. Era raro que quisiera beber, pero en ese momento deseaba emborracharme.