Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta. Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Una mancha más para el tigre
El sol comenzaba a filtrarse por las ventanas del pequeño apartamento que Isabella compartía con su hermano Ian. La luz dorada de la mañana iluminaba las fotografías de su madre, Ana, que decoraban la sala. Era un recordatorio constante del amor y la calidez que habían perdido, y también de la promesa que Isabella había hecho.
Habían pasado dos semanas desde el funeral de su madre, y aunque el dolor seguía presente, Isabella sabía que debía seguir adelante. Su trabajo en el restaurante era esencial para mantener a Ian y a sí misma. Cada día, se dividía entre el trabajo y cuidar de su hermano, llevando una carga emocional que a veces parecía insostenible.
Esa mañana, después de preparar el desayuno y asegurarse de que Ian tenía todo listo para la escuela, Isabella lo llevó al colegio. El niño, aún con el rostro marcado por el dolor, abrazó a su hermana con fuerza antes de entrar.
-Nos vemos luego, Ian. Sé bueno en la escuelah le dijo, tratando de sonreír.
El pequeño asintió, con los ojos llenos de pesar.
-Te quiero, Isa- dijo el niño antes de entrar al edificio.
El corazón de Isabella se rompió un poco más, pero no podía permitirse el lujo de derrumbarse. Tenía que ser fuerte, por Ian y por la promesa que le había hecho a su madre. Al llegar al restaurante, trató de concentrarse en su trabajo, sirviendo mesas y atendiendo a los clientes con una sonrisa que ocultaba su tristeza.
Pero a media mañana, su jefe, el señor Hernández, la llamó a su oficina.
-Isabella, necesito hablar contigo- le dijo, su voz era tan firme que no admitía discusión.
La muchacha sintió un nudo en el estómago como si eso fuera el presagio de algo malo mientras se dirigía a la pequeña oficina en la parte trasera del restaurante. El señor Hernández era un hombre robusto y severo, conocido por su carácter difícil y su poca tolerancia hacia los errores.
-Sí, señor Hernández- respondió, cerrando la puerta detrás de ella.
-Siéntate- ordenó él, sin mirarla.
Isabella se sentó, sintiendo la tensión en el aire. Su jefe comenzó a revisar unos papeles antes de finalmente levantar la vista hacia ella.
-Necesito recordarte algo, Isabella. Hace un tiempo te presté dinero para arreglar tu automóvil. Y más recientemente, te presté dinero para el sepelio de tu madre.
Isabella asintió, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Sabía a dónde iba esto y temía lo que vendría después.
-Lo sé, señor Hernández. Le estoy muy agradecida por su ayuda-;dijo, tratando de mantener la calma.
El señor Hernández la miró fijamente, sus ojos se veíanduros como el acero.
-Agradecida no pagas las cuentas, Isabella- le dijo- Necesito que me devuelvas ese dinero. Todo.
Isabella tragó saliva, sintiendo el sudor en sus manos.
-Señor Hernández, yo... yo aún no tengo esa cantidad. He estado tratando de ahorrar, pero con los gastos del funeral y cuidar de mi hermano, no he podido juntar lo suficiente todavía.
La expresión del señor Hernández no mostró ninguna compasión.
-Ese no es mi problema- replicó el hombre- Te di un plazo, y ese plazo se ha cumplido. Necesito que encuentres una manera de devolverme el dinero. Si no puedes hacerlo, tendrás que buscar otro empleo.
El miedo y la desesperación llenaron los ojos de Isabella. No podía perder su trabajo. No ahora.
-Señor Hernández, por favor. Entienda mi situación- suplicó la muchacha conteniendo las lágrimas- Estoy haciendo todo lo posible, pero necesito más tiempo. Solo un poco más de tiempo.
El señor Hernández se levantó de su silla, mostrando en su rostro una clara irritación.
-No es mi problema, Isabella. Necesito mi dinero y lo necesito ya. Si no puedes pagarme, estás despedida.
La desesperación dio paso a la indignación en Isabella. Se levantó, sintiendo una fuerza nueva en su interior.
-Esto no es justo, señor Hernández- replicó ella envarandose para enfrentarlo- He trabajado duro para usted, he hecho horas extras sin quejarme, y siempre he dado lo mejor de mí. Despedirme por no poder devolver un préstamo en este momento difícil es inhumano.
El señor Hernández cruzó los brazos sobre su pecho, sin inmutarse.
-Inhumano o no, así son las cosas- le dijo- Si no puedes pagar, tendrás que irte.
Isabella sintió que sus manos temblaban, pero mantuvo la cabeza en alto.
-Entonces me voy. Prefiero irme con dignidad que quedarme aquí y ser tratada así. Gracias por la oportunidad, señor Hernández, pero encontraré algo mejor.
Sin esperar una respuesta, la muchacha salió de la oficina con la cabeza alta, aunque por dentro se sentía destrozada. Sus compañeros de trabajo la miraron con curiosidad mientras recogía sus cosas, pero ella no dijo una palabra. Simplemente salió del restaurante, sabiendo que había hecho lo correcto, aunque no supiera qué haría ahora.
Esa noche, después de recoger a Ian del Colegio, trató de ocultar sus preocupaciones mientras preparaba la cena. Pero cuando Ian, con su voz suave y cargada de tristeza, dijo que extrañaba a su madre, Isabella sintió que sus fuerzas flaqueaban.
-Yo también la extraño, cariño- respondió, abrazándolo con fuerza- Pero vamos a estar bien. Lo prometo.
En la oscuridad de la noche, cuando ya el niño se había quedado dormido, Isabella se permitió llorar en silencio. Rogó a la memoria de su madre que le diera fuerzas para seguir adelante. Sabía que tenía que ser fuerte, no solo por ella, sino por Ian y por la promesa que le había hecho a su madre.
A la mañana siguiente, se levantó temprano y llevó al pequeño al colegio como de costumbre. Aunque sus pensamientos estaban llenos de incertidumbre, sabía que no podía rendirse. Encontraría una manera de salir adelante.
Al despedirse de Ian en la puerta del colegio, le sonrió con todo el amor y la esperanza que pudo reunir.
-Ten un buen día en la escuela, Ian. Nos vemos más tarde.
-Hasta luego, Isa- respondió el niño, abrazándola con fuerza.
Isabella se quedó allí por un momento, viendo cómo Ian entraba al colegio. Sabía que tenía que encontrar una solución, y la encontraría. Por Ian, por su madre, y por ella misma.