Ansel y Emmett han sido amigos desde la infancia, compartiendo risas, aventuras y secretos. Sin embargo, lo que comenzó como una amistad inquebrantable se convierte en un laberinto emocional cuando Ansel comienza a ver a Emmett de una manera diferente. Atrapado entre el deseo de proteger su amistad y los nuevos sentimientos que lo consumen, Ansel lucha por mantener las apariencias mientras su corazón lo traiciona a cada paso.
Por su parte, Emmett sigue siendo el mismo chico encantador y despreocupado, ajeno a la tormenta emocional que se agita en Ansel. Pero a medida que los dos se adentran en una nueva etapa de sus vidas, con la universidad en el horizonte, las barreras que Ansel ha construido comienzan a desmoronarse. Enfrentados a decisiones que podrían cambiarlo todo, ambos deberán confrontar lo que realmente significan el uno para el otro.
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📌Novela Gay.
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Capítulo 24. Conversación pospuesta.
—An, hola —saludó Emmett desde la puerta de la habitación de Ansel. Este estaba sentado frente al escritorio, inmerso en los libros universitarios que cubrían gran parte del espacio. La concentración en su rostro reflejaba la dedicación que ponía en sus estudios.
—Emmett, ¿qué haces aquí? —preguntó Ansel, poniéndose de pie de inmediato y dando un par de pasos hacia él. Su tono de sorpresa no ocultaba el leve nerviosismo en su voz, como si la llegada de Emmett lo hubiera tomado por sorpresa en un momento inoportuno.
Emmett cerró la puerta tras de sí con suavidad, asegurándose de girar la llave para que nadie pudiera interrumpirlos. La intimidad del gesto no pasó desapercibida para Ansel, quien lo miraba con una mezcla de curiosidad y tensión.
—¿Estás muy ocupado? —preguntó Emmett mientras se acercaba lentamente a él, dejando que su mano rodeara con delicadeza la cintura de Ansel. Con la otra mano, comenzó a jugar distraídamente con los mechones de cabello que caían despreocupadamente sobre la frente de su amigo. El cabello de Ansel estaba más largo de lo habitual, y a Emmett le encantaba esa sensación de poder apartarlo tras su oreja, un gesto casi íntimo que siempre había disfrutado—. Quiero hablar contigo.
—Estudiando para el examen de medio año —respondió Ansel, señalando con la cabeza la imponente pila de libros que descansaba en una esquina del escritorio—. No tengo mucho tiempo ahora, ¿qué te parece si lo dejamos para otro día? Cuando los exámenes terminen, estaré menos ocupado.
Emmett asintió lentamente, aunque sabía que los estudios de Ansel eran solo una parte de la verdad. Sí, Ansel estaba absorto por sus responsabilidades académicas, pero había algo más, una distancia que no podía ignorar. Había intentado hablar con él varias veces antes, después de haberle confesado la verdad a su familia. Lo intentó una vez, después otra y otra, luego dos semanas después, pero siempre había un "estoy ocupado" o una excusa que lo frenaba. Parecía como si Ansel estuviera evitando deliberadamente una conversación que ambos sabían que era inevitable. Y aunque Emmett no quería presionarlo, deseaba desesperadamente poder abrir su corazón, compartirle lo que sentía y decirle que su familia lo apoyaba.
—Voy a acostarme, sigue estudiando —dijo Emmett con una sonrisa forzada, tratando de ocultar su frustración.
Ansel no dijo nada; simplemente regresó a su silla y volvió a concentrarse en sus libros. Emmett se dejó caer en la cama, apoyando la espalda contra el cabecero, sus ojos alternando entre la figura de Ansel y la pantalla de su celular. Sin embargo, la distracción era inútil. Cada vez que miraba a Ansel, una sensación de opresión le recorría el pecho. Algo estaba mal, lo sentía en lo más profundo de su ser. La habitación estaba en silencio, pero entre ellos, había una barrera invisible. No era solo la distancia física, sino algo más profundo, como si, a pesar de estar juntos, estuvieran más separados que nunca.
—An... —susurró Emmett, con la voz cargada de incertidumbre.
—¿Hm? —respondió Ansel sin levantar la vista de su libro, su tono apenas mostrando interés.
Emmett tragó saliva, sintiendo cómo su corazón aceleraba. Había tantas cosas que quería decir, tantas emociones contenidas que deseaban salir a la luz, pero lo primero que salió de su boca fue lo más simple, lo más directo.
—¿Está todo bien entre nosotros? —La pregunta quedó suspendida en el aire, y el silencio que siguió fue tan denso que parecía que el tiempo se había detenido. Ansel dejó de leer, pero no respondió de inmediato. Pasaron unos segundos, aunque para Emmett parecieron eternos, como si esos pocos instantes se hubieran transformado en horas.
—Sí, todo bien —respondió finalmente Ansel, girando su silla lentamente para mirarlo. Pero a pesar de que sus ojos estaban fijos en Emmett, había algo distante en su mirada, algo que no encajaba. Era como si su mente estuviera en otro lugar, lejos de aquella habitación.
La respuesta no trajo alivio a Emmett. Sabía que esas palabras no tenían la convicción que buscaba. Sentía la tensión en el aire, el peso de lo no dicho. Ansel, en un intento de disimular, se puso de pie y se acercó a la cama, gateando hasta sentarse a horcajadas sobre el regazo de Emmett, rodeando su cuello con las manos. Emmett, de forma casi automática, colocó sus manos en las caderas de Ansel, un gesto que se había vuelto familiar entre ellos.
—¿Por qué preguntas tonterías? —dijo Ansel con una sonrisa forzada, aunque sus ojos no sonreían—. A menos que quieras confesarme que estás saliendo con alguien en secreto...
—No, por supuesto que no. Eso es imposible —replicó Emmett rápidamente, sintiendo un leve escalofrío ante la insinuación, aunque optó por ignorarla—. Sabes que odio las mentiras y, aún más, a los mentirosos.
Ansel asintió, acercándose un poco más, como si quisiera borrar cualquier distancia física que aún quedara entre ellos—. Entonces, no tienes por qué preocuparte, estamos bien.
—Quiero besarte —susurró Emmett, inclinando su rostro hacia el de Ansel, sintiendo cómo sus respiraciones comenzaban a mezclarse. Le encantaba tenerlo tan cerca, sentir la calidez de su cuerpo y el contacto de su piel.
Ansel no respondió con palabras. Simplemente inclinó su cabeza hacia Emmett, y sus labios se encontraron en un beso profundo. Las últimas semanas, Ansel había tomado la iniciativa en esos momentos de intimidad, y Emmett, perdido en el placer de esos besos, no había notado los pequeños cambios en su comportamiento. Cuando Ansel lo besaba, todos los pensamientos de Emmett se desvanecían, sus preocupaciones quedaban relegadas a un segundo plano, y lo único que importaba era la sensación de aquellos labios cálidos y húmedos contra los suyos.
Pero en ese momento, mientras sus manos recorrían los muslos de Ansel y sentía las caricias en su torso, una duda persistente seguía acechando en lo más profundo de su mente. Aunque el deseo entre ambos era innegable, Emmett no podía dejar de preguntarse si los sentimientos de Ansel eran tan profundos como los suyos. Quizá Ansel lo veía de otra forma, más superficial, más temporal. Pero Emmett estaba decidido a cambiar eso. Se encargaría de que esos sentimientos crecieran, de que se volvieran tan fuertes y profundos como los que él sentía en ese mismo instante.
Porque, para Emmett, Ansel no era solo un deseo pasajero. Era todo.
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La semana siguiente, los exámenes habían sumido a todos en un estado de agotamiento general. Durante ese tiempo, las reuniones cotidianas se suspendieron por completo. Ansel, especialmente, se había mantenido ocupado hasta bien entrada la tarde, enfrascado en sus estudios en la biblioteca. Emmett, queriendo estar cerca de él, se ofreció varias veces para llevarlo o acompañarlo, pero Ansel siempre se rehusaba, con la excusa de que él también debería dedicar más tiempo al estudio si realmente aspiraba a convertirse en un buen actor.
La conversación pendiente entre ambos seguía posponiéndose, y eso comenzaba a corroer la paciencia de Emmett. Sentía que la distancia entre ellos se hacía más grande cada día que pasaba. Ansel ni siquiera compartía con ellos las comidas diarias como solía hacerlo. Los mensajes que intercambiaban, que antes eran fluidos y constantes, se habían reducido a unos cuantos al día, y en muchas ocasiones, Ansel ni siquiera respondía. Era frustrante.
Emmett sentía que no podía continuar así, ignorando el creciente abismo que se abría entre ellos. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar la situación, sin importar cuán incómodo o doloroso pudiera ser el resultado. El viernes, al fin, era el último día de exámenes. Emmett, al terminar el suyo, revisó su teléfono. Un mensaje suyo enviado una hora antes seguía sin respuesta.
"Hoy podemos ir a comer y celebrar que se acabó el infierno de los exámenes", le había escrito a Ansel, con la esperanza de recuperar algo de la cercanía que habían perdido.
La respuesta llegó después de una hora:
"Tengo que quedarme a revisar algunas cosas con un compañero. Estaré en la biblioteca hasta las siete y media."
Las palabras resonaron en la mente de Emmett. Ese "compañero" se había convertido en una barrera silenciosa entre ellos, absorbiendo la atención de Ansel y apartándolo más y más. Aún así, Emmett estaba decidido. Tenía que hablar con él, tenía que esclarecer lo que sucedía. Ese día sería el día en que finalmente enfrentaría la situación.
Con esa determinación en mente, fue a la cafetería y comió algo para matar el tiempo. Las horas transcurrían con una lentitud insoportable, y a medida que el reloj se acercaba a las siete veinte de la tarde, el cielo se teñía con los tonos dorados y rosados de un hermoso atardecer. El escenario contrastaba con la inquietud que sentía. Decidió levantarse y caminar hacia la biblioteca.
A lo lejos, vio a Ansel salir del edificio junto a un pequeño grupo de personas. Aunque no alcanzó a escuchar lo que decían, los observó despedirse con sonrisas y agradecimientos antes de que el grupo se dispersara. Ansel se quedó parado un momento, mirando hacia el horizonte, como si disfrutara del respiro después de una semana extenuante.
Emmett, hasta entonces oculto en las sombras, decidió que era el momento de actuar. Con el corazón latiendo a toda prisa, salió de su escondite y se acercó a su amigo, dispuesto a romper el silencio que los había separado por tanto tiempo.