Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.
Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.
¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?
OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.
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Capítulo 11
Al llegar a la casa de Kindl y César, tocaron el timbre. A esperas de que abrieran la puerta, Abby echó un vistazo al lugar. Los edificios eran de colores fríos. Gris, negro, marrón claro; se resumía a esos tres. No era acogedor y esperaba que la casa de Carl sí lo fuera, sino le sería difícil dormir en un lugar tan lúgubre.
Ni una sola persona por las aceras, ni autos sonando claxones. Solo una nube estancada entre las calles que impedía la vista en un radio de diez metros.
— Oh, bienvenida. —dijo la mulata en sorpresa, quitando el paño de cocina de su cabeza y dejando al descubierto sus trenzas hasta el corte de hombros.
— Hola... —la timidez de Abby llegó hasta Sweet, del otro lado de la sala— Buenas tardes.
— Hola. —César la saludó de mano y Sweet le hizo un gesto de lejos— Pasen.
— Carl no dijo que iba a traer invitados. —habló Sweet— Nos hubiéramos arreglado.
— Es cierto. —Kindl rió, tirando el paño de cocina a un lado— Me tomaron por sorpresa.
Carl pasó al ver que no captó la atención de nadie y se fue a la sala de estar con Sweet y César.
La casa no era muy grande. De cocina reducida en meseta L, prácticamente siendo la entrada de la casa. Un mostrador donde comían. Una sala amplia a la derecha, de muebles organizados en forma de cuadrado y telas oscuras sobre su tapizado de vinil. Un mini pasillo y tres puertas distribuidas. Supuso que eran habitaciones igual de reducidas.
Abby se acercó a Kindl, quien cerró la puerta con cuidado. La manilla se veía desgastada por el tiempo.
— Emm... disculpa la molestia, ¿pero puedo ir al baño? —habló por lo bajito.
— Claro. —ella le siguió y acompañó hasta el final del pasillo— Ya sabes, la puerta a la izquierda.
— Gracias.
Kindl unió sus manos por delante de su abdomen, como señora que observa a su hija crecer y ser alegre. En cuanto Abby entró al baño, Kindl corrió a la sala para darle un manotazo a Carl por la nuca.
— Oye. —él encogió el cuello como tortuga, berreando a los ojos a su hermana.
— ¿Otra chica? Me preocupa que tantas mujeres sepan mi dirección.
— No quiero huelga de feministas aquí. —dijo César, apuntando a Carl con el índice.
Sweet sonrió, dando una palmadita en los hombros de Carl. El hermano mayor sentado entre ambos hombres musculosos, uno de ropa estirada, otro de camiseta desmangada y él de camisa verde holgada. Eso no lo hacía sentir menos. Para él, María era su más preciada fortuna.
— Y si la hay, las echan y listo. —dictaminó Carl.
Los hombres rieron, menos la mulata. Ella los fulminó a todos, se apoyó en el pasamanos del sofá y le habló a Carl con especialidad en su tono de voz malhumorado.
— Se ve que es muy genuina, déjala Carl. Esta no.
— No lo haré.
Sweet le mostró algo en su celular y Kindl volvió a llamar su atención, pisando la punta de sus pies.
— ¿Quieres dejar de pisarme?
— ¿Cuál es esta? ¿La octava?
Carl le abrió los ojos, mirando a sus espaldas.
— Grítalo, si quieres. —le susurró, apretando la mandíbula.
— Oh, cierto. —ella simuló asombro, dejando la sorpresa irse en bisbiseos rabiosos—. Ninguna de tus novias sabe de la existencia de la otra.
— ¿Te lastima en algo?
Ella negó con la cabeza.
— Siento lástima por ellas.
— No lo hagas. —volvió a ver el celular de su hermano. César solo disfrutó de otra de sus típicas peleas de hermanos— Déjame a mí en mis asuntos que yo sé lo que hago.
— Sí, claro. —se fue a buscar dinero sobre el refrigerador y regresó, hablándole al oído cuando la vio a ella salir— Si es tan asunto tuyo, a mi casa no las traigas más.
Salió echa una furia por la puerta principal y Abby se sobresaltó de hombros con el portazo. Había recogido sus cabellos con un pellizco morado y varios mechones cortos dejaban claro rastro de agua. El agotamiento en sus párpados se notaba a leguas.
— ¿Está todo bien? —preguntó con sus ojos repletos de inocencia y Carl le hizo una seña de sentarse a su lado.
Más bien, en el sofá al lado de ellos.
— Peleó con César.
Abby miró al hombre de tatuajes. Él le sonrió, encogiéndose de hombros.
— Las mujeres son complicadas. —alegó en su defensa.
Abby apretó los labios, sin saber qué decir. Solo soltar unas risitas y acomodarse, mientras ellos hablaban de sus asuntos. No parecían importarles mucho y Kindl lo notó cuando regresó y la vio observando la decoración de la casa. A millas se escuchaban los gritos de socorro en su mirada de panela.
Suspiró, la chica no tenía la culpa de las idioteces de su hermano. Dejó las bolsas sobre la mesa y se acercó, tocándola por el hombro.
— Abby, bonita, ¿me acompañas a buscar unas bolsas fuera?
La castaña miró a Carl, él estaba muy concentrado en la explicación de César sobre una foto en su celular. Se puso de pie, dando tiempo a que él lo notara. Mas no fue así. Salieron y él jamás volteó a verla.
— Entonces, ¿eres de por aquí?
Abrió el maletero del descapotable tapizado de rojo chillón y cogió dos bolsas en manos. Abby recogió las tres restantes y lo bajó con el tacto del codo.
— No. Vivo en Las Venturas.
— Es lindo por allá.
— Sí.
Subieron los escalones y Kindl abrió la puerta con el tobillo, empujando.
— Te acostumbras rápido al olor perfumado en el ambiente. —dijo Kindl.
— En mi caso, dónde trabajo el olor es de tabaco. Tiene su perfume, pero para nada hace bien a la salud.
— ¿Dónde trabajas?
Dejaron las bolsas en la mesa y Abby se adelantó a cerrar la puerta y evitar que el aire frío se colara. Eran más de las dos del mediodía, ¿cómo podía hacer tanto frío en esa zona en pleno mes de marzo?
— En un casino, de bartender.
— Oh, ¿turnos de noche? —dejó las bolsas sobre la mesa.
— No. En muy pocas ocasiones. —imitó la acción— Casi siempre es por el día.
Kindl la observó bien y la reconoció cuando bajó la mirada y dejó su minibolso sobre la mesa. El brillo de sus mechones ondeados bajo la luz de la cocina la llevó a unas semanas atrás. Abby se fue a lavar las manos en el fregadero.
Era ella. La chica del casino de Loera. Fuera de serie, Kindl controló la sonrisa amplia que se le asomó cuando Abby la miró, secando sus manos con una servilleta.
César llegó a sus espaldas y la besó, susurrándole algo al oído. Abby fue a evitar verlos besarse cuando Carl se acercó a ella. Por un momento pensó que haría lo mismo, pero no. Solo habló y se apoyó en la meseta, quedando frente a ella.
— Voy con César y Sweet a resolver unos negocios.
— Emm... —Abby miró a los otros, ellos se alejaron, platicando en armonía— No me dejes aquí sola, por favor. Pensé que iríamos a tu casa. Estoy agotada.
— Mira, aquí está la dirección. —tecleó algo en su celular y el de ella se escuchó en la mesa— Y las llaves.
— Hay dos. —las tomó con confusión.
— Las de la casa y mi auto.
Ella abrió los ojos, estupefacta.
— ¿Tu auto? ¿Tu preciado ferrari?
— Ya sé... —hizo una mueca, a punto de cambiar de idea— Cuida a mi bebé.
Ella bajó la mano, regalándole una sonrisa en confirmación. Intercambiaron miradas sostenidas y se sintió en la confianza de hablarle.
— Van a robar a ese banco del que hablaban, ¿cierto?
— Nos vendrá muy bien ese dinero.
— No es dinero limpio.... —bajó la mirada.
— Depende de que punto de vista lo veas.
Ella frotó la punta de su nariz y lo miró. ¿Era normal intentar que dejara de robar? Ambos se hicieron la misma pregunta y él la interrumpió con prisa en su mente. Pensó que no tenía porqué pensar eso si quería estar con él y seguir disfrutando de sus lujos.
— Ya lo sabías, Abby.
— No es eso... —disimuló, sin querer que la viera como un obstáculo en su trabajo y prosiguió, aclarando su voz— No quiero ir sola a tu casa. ¿Queda muy lejos?
— ¿Quieres que Kindl te acompañe?
— Me da mucha pena con ella...
— ¡Kindl! —llamó él.
— Oye... —lo manoteó por la cintura, segura de que nadie vería ese gesto.
Abby se controló los movimientos alocados de sus dedos cuando la chica los miró y se acercó con una grata sonrisa. Carl habló sin apartar la mirada de la castaña y sus ojos avellanas.
— ¿Puedes acompañar a Abby a mi casa?
— Sí, por supuesto.
Y miró por encima de su hombro, guiñándole un ojo a su hermana.
— Es su primera vez en San Fierro, cuida que no se pierda.
Ambas rieron apenadas.
— Descuida, CJ. Está en buenas manos.
Cesar llamó a Kindl desde la sala de estar, no encontraba el par de su zapato. Ella exhaló en pesadez, uniéndose a la búsqueda del zapato.
Carl miró por la ventana. Abby se le unió y logró ver a Sweet revisando el auto descapotable. El mismo en el que Kindl le pidió de bajar las bolsas de comida.
Su vista pasó a él y la cercanía de sus cuerpos. Extrañaba ser rodeada por sus brazos, aunque para ello tenía que estar sentada sobre él.
— ¿Regresas tarde?
La miró, el miedo estaba presente en sus ojos. No quería ni imaginarse que algo similar le volviera a pasar con Carl. Él, por otro lado, no entendía su insistencia en recalcar que no quería estar sola.
— Intentaré no llegar tarde.
— ¿Nos vamos, CJ? —la voz de su hermano se escuchó desde afuera.
— Vámonos.
Carl salió sin decirle más nada. Ella quedó con ganas de un beso y fue evidente a los ojos cafés de Kindl, quien la miraba desde el otro lado de la sala. Desconectó su celular del cargador.
Detestaba lo que estaba haciendo su hermano con esas chicas, todas las que pasaron por su casa en algún momento. Las hacía sentir especial para luego dejarlas tiradas e irse a otro Estado con otras. Aunque algo era cierto, a ninguna se la había llevado de viaje con él. Creer que le gustaba estaba fuera de sus opciones. Algo tenía que tener Abby para que él demostrara tanto interés en cuidarla.
— Cuando quieras irte me dices. —le dijo en amabilidad. Los ojos de Abby la miraron sin juzgar— Debes estar cansada del viaje.
— Sí... quiero darme una ducha. —sacó su celular y vio la ubicación, quedaba a unos kilómetros de ella—. No es tan cerca como me dio a entender.
— A ver. —se asomó al mapa digital y captó cuál casa es la que le dejó Carl.
Era consciente de que su hermano tenía varias propiedades, ¿pero dejarle entrada libre a una mujer? ¿Qué estrella se caería? ¿Se acercaba una lluvia de meteoritos?
— Vamos.
— No, pero... —la detuvo y forzó una sonrisa para disimular el malestar de la situación, aferrándose a su celular con ambas manos a la altura de su estómago— ...no tienes auto. ¿Cómo regresarás?
— Tomo el tranvías. —le restó en importancia en un chasquido de dedos.
— ¿El tranvías pasa cerca de aquí? —abrió sus ojos en fascinación.
— A unas cuadras de aquí y muy cerca de la casa de CJ.
Abby agarró su bolso y salieron. Kindl condujo, para orientarla mejor.
— Es la primera vez que conduzco el auto de CJ desde hace mucho tiempo. —confesó.
— ¿Y eso por qué?
— La última vez que me lo dejó, lo choqué sin querer. Bueno, me chocaron por detrás. Desde entonces no me ha dejado ni tocarlo.
— No tuvo consecuencias graves ese choque, ¿cierto?
— Me jodió la cervical. Usé collarín por meses, pero igual a veces me duele.
— Entiendo. Mi hermana mayor tuvo un accidente parecido e igual a veces le duele el cuello.
— No le digas que yo manejé.
Abby sonrió.
— No creo que se moleste.
Kindl hizo una mueca en desacuerdo.
— Dile a CJ que te de un paseo estos días que estén aquí. —cambió de tema— San Fierro es hermoso y más tranquilo que Las Venturas.
Abby se entretuvo viendo una niña muy pequeña, sola en las aceras con un perro y una mochila que parecía de colegio.
— Me viene bien un poco de tranquilidad. —dijo Abby, colocándose el cinturón— Es muy festiva la ciudad de Venturas.
— Lo noté. —dijo Kindl.
— ¿Has estado allá?
— Me pasé este fin de semana allá. ¿Carl no te dijo nada?
Ella negó.
— Supongo que se le pasó. No es muy hablador. —la mulata se repuso, se le había olvidado por completo que no estaba hablando con su cuñada María.
— Supongo.
— Él... —comenzó, buscando las palabras correctas— Es un chico problemático y antipático, siéndote sincera; pero es una buena persona.
— ¿Lo dices como hermana o cómo mujer?
Ella le vio, negárselo sería en vano.
— Como hermana. Como mujer te digo... —se detuvo en un semáforo y el ambiente era un poco más movido, de más autos a sus lados— ...¿No tenías otras opciones? ¿En serio, el feo de Carl?
Abby estalló en risotadas junto a ella. Entendió el chiste y, que por más que le trasmitiera confianza, Kindl no hablaría mal de su hermano.
— Y, cuéntame ¿Tu familia? ¿Qué hay de ellos?
— Mi familia está muy lejos de aquí. —apoyó la espalda en el asiento, viendo al frente.
— ¿En el sur?
— Sí. —acompañó sus palabras asintiendo con la cabeza— Argentina.
— Eso sí es lejos.
— Sí. Son mi motivación del día a día. Trabajo duro para juntar mis ahorros e ir a verlos, ayudarlos, mandarles todo lo necesario para vivir. —miró a Kindl, ella la observaba con ternura en sus párpados a medio ojo y mejillas abultadas— Lo siento, me emociono al hablar de ellos.
— Se ve que los quieres mucho.
— Sí. —rió, abrazándose a sí misma.
— Llegamos.
Vio a la derecha y no pudo creer lo colorido que era ese vecindario. Una loma en subida, calles curvas de adoquines rojos, rodeada de arbustos verdes repletos de flores de colores vivos. Un cartel bajo, con las letras "Calle Lombard" se le quedaron grabadas. Kindl rodeó la cuadra y, cuando menos se lo imaginó, estaban en el recorrido lento de los carros en bajada. La casa de Carl era de las primeras.
Ambas se bajaron y el cantar de colibries se unió a la luz de la caída del sol sobre su cabellera castaña. Parecían estar en otra parte y no el San Fierro donde vivían ellos. El que Abby conoció como primera impresión.
Mientras disfrutaba sus vistas, la mulata se fue a aparcar el coche en el garage.
— Esto aquí es precioso... —dijo y varias maripositas volaron sobre su cabeza.
— Es uno de los mejores vecindarios. —habló mientras bajaba el portón corredizo— No es por presumir, pero sabes que a Carl le gustan las cosas coloridas y ostentosas.
Una sonrisa se les dibujó a ambas en el rostro y le pasó las llaves.
— Sabrás ubicarte bien. Es muy céntrica. —llevó una de sus manos a sus bolsillos traseros, echando un vistazo a la casa de los vecinos, no parecía haber nadie ahí— Dentro hay una puerta que lleva al garage y podrás sacar tus maletas por ahí.
Abby asintió.
— Muchas gracias, de verdad.
— No hay de qué.
Se tiró el bolso al hombro y la vio, a pesar de estar maravillada se le veía la ingenuidad en las mejillas coloradas. El robo podía tardar más de lo que ella se podría imaginar y si CJ continuaba siendo el mismo de siempre, verse con sus otras novias le tomaría más tiempo.
— ¿Quieres que te anote mi número? —habló y Abby volteó a verla— En caso de alguna emergencia o qué necesites algo....
— Sí, claro. —le pasó el celular.
Luego de anotarlo y despedirse, Abby entró a la casa. La decoración sofistacada de Carl no la decepcionó. No era vanidosa, pero vivir tanto tiempo en una ciudad donde lo elegante son los colores brillantes, vivos y encandilantes cada tres pasos; deja sus secuelas.
Antes de nada, revisó el refrigerador. Carl estaba en lo cierto, una manzana y dos jugos de cajita no los alimentaría adecuadamente.
Encontró el camino al garage, luego las fuerzas para subir las maletas a la segunda planta, donde los dormitorios. El espacio era amplio, de lozas brillosas, taburetes redondos, sofás de madera puntiaguda y barniz oscuro. Cortinas blancas que cubrían una pared completa y lámparas a los lados, una en cada esquina. Tenían forma de mariposa.
La curiosidad le surgió en tanto subía las escaleras. Si Carl vivía con tantos lujos, ¿por qué su hermana no? ¿Por qué vivía en una casa lejana de buenas condiciones? Parecían llevarse bien así que solo concluyó en una opción: ella no aceptaba su dinero.
Al llegar a la habitación, se instaló en la que supuso que era de huéspedes. Una más pequeña que la de al lado. Esa donde había un armario enorme, trajes de diferentes colores, cadenas y relojes exhibiendo diamantes.
¿Era tan seguro el sitio para dejar todo solo y asegurado con el cierre de una puerta?
Daba igual, si él confiaba. Ninguno de esos brillos ni el olor a aromatizante llenaba el vacío que se sentía en la casa. Que la abundó sin tocar la puerta.
Se vio en el reflejo de la ventana, la ciudad estaba en su actividad normal. Habían varios niños jugando en las calles de adoquines rojos.
Vio la hora, el tiempo pasaba muy lento sin tener qué cocinar o en qué trabajar. Solo le sobraba leer en su celular.
¿Había hecho bien en viajar con alguien del cuál solo conocía su cuerpo?