El vínculo los unió, pero el orgullo podría matarlos...
Damián es un Alfa poderoso y frío, criado para despreciar la debilidad. Su vida gira en torno a apariencias: fiestas lujosas, amigos influyentes y el control absoluto sobre su Omega, Elián, a quien trata como un mueble más en su casa perfecta.
Elián es un artista sensible que alguna vez soñó con el amor. Ahora solo sobrevive, cocinando, limpiando y ocultando la tos que deja manchas de sangre en su pañuelo. Sabe que está muriendo, pero se niega a rogar por atención.
Cuando ambos colapsan al mismo tiempo, descubren la verdad brutal de su vínculo: si Elián muere, Damián también lo hará.
Ahora, Damián debe enfrentar su mayor miedo —ser humano— para salvarlos a los dos. Pero Elián ya no cree en promesas... ¿Podrá un Alfa egoísta aprender a amar antes de que sea demasiado tarde?
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12. Damien
Los primeros días fueron los más difíciles.
Yo mejoraba rápido, demasiado rápido para lo que los médicos consideraban normal. Cada mañana despertaba con menos dolor, con más fuerza en los músculos. El aire ya no me quemaba al respirar, y el mareo que antes me acompañaba constantemente se había convertido en un mal recuerdo. Oler las feromonas de Elian hacia recuperarme.
Era como si mi cuerpo se negara a morir.
Pero él... Elian...
Al principio, apenas podía mantenerse en pie. Lo veía pasar por el pasillo, arrastrando los pies, apoyándose en las paredes como si cada paso fuera una batalla. Su cabello plateado, antes tan brillante, parecía haber perdido todo su color. Y sus ojos... Dios, sus ojos. Esas esmeraldas que solían iluminarse cuando me miraban, ahora opacas, perdidas.
Los días pasaron. Poco a poco, ambos nos recuperábamos.
Yo podía ver los cambios en él. Ya no tosía sangre. Sus manos dejaron de temblar. Hasta el color le había vuelto un poco a las mejillas. Pero algo seguía roto entre nosotros.
El pasillo que separaba nuestras habitaciones se convirtió en un abismo.
A veces, cuando el silencio se hacía demasiado pesado, salía a caminar por los corredores del hospital. Y allí, en algún momento, nuestros pasos nos llevaban a encontrarnos. Nos mirábamos. Él apretaba los labios. Yo bajaba la vista.
Nunca hablábamos.
Su madre venía a visitarlo casi todos los días. La escuchaba susurrarle cosas al oído, acariciarle el pelo como cuando éramos niños. A mí nunca me dirigía la palabra. Nunca me miraba. Era como si yo fuera un fantasma, como si mi presencia en ese lugar fuera un error que todos querían ignorar.
Una noche, no pude más.
Me levanté de la cama, sintiendo el frío del suelo bajo mis pies descalzos, y caminé hasta su habitación. La puerta estaba entreabierta. Dentro, la luz de la luna entraba por la ventana, iluminando su figura dormida.
Me quedé allí, en el umbral, mirándolo respirar.
Había ganado algo de peso. Sus pómulos ya no se marcaban tan dramáticamente. Pero en su rostro aún había algo... algo roto.
—Elian... — susurré.
No esperaba respuesta. Pero entonces vi cómo una lágrima se escapaba de entre sus pestañas y corría por su mejilla.
Mi corazón, dio un vuelco.
Retrocedí en silencio, regresando a mi habitación con el sabor amargo de la culpa en la boca.
Los días seguían pasando. Ya podía caminar por los pasillos sin que me faltara el aire. Elian también mejoraba, aunque entre nosotros seguía existiendo ese silencio cargado de cosas no dichas.
Hasta que llegaron ellos.
Marcus fue el primero en entrar, con esa sonrisa despreocupada que siempre llevaba puesta como si la vida fuera una broma constante. Eric lo seguía, con sus ojos fríos y calculadores, y Dante cerraba el grupo, haciendo ese gesto obsceno con la lengua que tanto le gustaba.
—¡Ahí está nuestro alfa favorito! — Marcus abrió los brazos como si esperara que corriera hacia él. —Nos enteramos que ya casi estás como nuevo.
Me quedé quieto, sintiendo cómo algo se torcía en mi estómago.
—Preguntábamos por ti todo el tiempo— añadió Eric, acomodándose en la silla junto a mi cama sin invitación. —Pero los médicos decían que estabas bien. ¿Para qué venir si ya sabíamos que no morirías?
Dante soltó una risotada y se llevó dos dedos a la boca, imitando un acto vulgar.
—Además, nos hemos estado divirtiendo por ti— dijo entre risas. —¿O creías que íbamos a quedarnos llorando como omegas?
Apreté los puños sobre las sábanas, pero me mantuve callado. Era más fácil así. Siempre había sido más fácil aguantar.
Hasta que Eric habló de nuevo.
—Aunque todo esto es culpa de ese omega tuyo — dijo, escupiendo las palabras como si le quemaran la lengua. —Si se hubiera cuidado como debe ser, no habrías terminado aquí, al borde de la muerte.
El aire se espesó de repente.
—Elian no tiene la culpa — dije, pero mi voz sonó más débil de lo que hubiera querido.
—Claro que la tiene — Eric continuó, ignorando mi protesta. —Los omegas están hechos para servir, para cuidar de sus alfas. ¿De qué sirve uno que ni siquiera puede mantenerse sano?
Marcus asintió, riendo entre dientes.
—Además, ¿qué clase de omega te deja lejos de él ? Si fuera mío, ya lo habría puesto en su lugar.
Dante agregó algo soez, algo sobre omegas y sumisión, pero sus palabras se perdieron en el zumbido que ahora llenaba mis oídos.
Mis supuestos amigos seguían en mi habitación, envenenando el aire con sus risas y sus palabras podridas. Yo seguía sentado en la cama, los nudillos blancos de tanto apretar las sábanas, mientras ellos escupían su odio como si fuera gracia.
—No entiendo cómo alguien puede sobrevivir siendo omega— decía Dante, haciendo un gesto de asco. —Debe ser miserable depender de un alfa para todo.
—Yo me mataría — soltó Marcus con una sonrisa, como si estuviera hablando del clima y no de una vida. —Imagínense, estar atados a alguien sólo por debilidad. Qué asco.
Eric, añadió:
—Por eso Elian está como está. Los omegas son débiles por naturaleza. No están hechos para durar.
Cada palabra me atravesaba como un cuchillo. Quería gritarles. Quería sacudirlos. Quería hacerles entender que estaban hablando de la persona que más había amado en esta vida. Pero me quedé callado, como siempre.
Hasta que cambiaron de tema.
—Bueno, cuando salgas de aquí, tenemos que celebrar — dijo Marcus, lanzándome una sonrisa que antes me habría hecho reír. —Vamos a ir a ese bar de siempre, serie bueno que te refrescaras con un buen Omega.
—Sí, sería bueno que recordarás como tratarlos como lo que son — añadió Dante, guiñándome un ojo.
Eric rió.
—A lo mejor hasta encontramos un reemplazo para ese desastre que tienes ahora.
Algo dentro de mí explotó.
—Basta.
Mi voz no sonó alta, pero cortó el aire como un relámpago. Todos se callaron, mirándome con sorpresa.
—¿Qué pasa, Damien? Es sólo.
—¡He dicho BASTA!
Esta vez sí grité, levantándome de la cama con una fuerza que no sabía que todavía tenía. El monitor cardíaco se volvió loco, pitando frenéticamente, pero no me importó.
—No quiero celebrar*con ustedes. No quiero divertirme como antes. ¡No quiero nada de ustedes!"
Mis amigos, no, esos desconocidos, me miraban como si me hubiera vuelto loco.
—Damien, cálmate—.
—¡NO ME DIGAN QUE ME CALME!
Respiraba como un animal acorralado, pero por primera vez en mi vida, no sentía miedo. Sólo rabia. Rabia pura y justa.
—Se van a ir de aquí ahora mismo — dije, señalando la puerta con un brazo que apenas temblaba. —Y no quiero volver a verlos. Nunca más.
Hubo un silencio pesado. Luego, Eric se rió.
—Estás loco. Cuando te baje la adrenalina, vas a venir corriendo.
—Si vuelven a hablar de Elian — interrumpí, bajando la voz a un susurro cargado de veneno, —si vuelven a decir una sola palabra sobre él, les juro que lo último que van a escuchar será el sonido de mis nudillos rompiéndoles los dientes.
Nadie se rió esta vez.
Marcus palideció. Dante dio un paso atrás. Eric abrió la boca, pero no dijo nada.
Y entonces, por primera vez, se fueron. Me sentí libre.