Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
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21. Caos y exámenes
La semana de parciales tenía su propia identidad, con ojeras colectivas, consumo de cafés en exceso y un aire de desesperación compartida.
Hasta los más relajados caminaban con apuntes en la mano, recitando definiciones como si fueran mantras.
Lucía y Jimena habían colonizado una mesa entera de la cafetería con resúmenes, marcadores y snacks abiertos como si fueran ofrendas.
Valeria llegó con su laptop bajo el brazo y un termo de té, tratando de parecer funcional.
- “No sé si vine a estudiar o a presenciar una crisis”, dijo Valeria, dejando caer la mochila al suelo.
- “Ambas”, respondió Jimena, sin levantar la vista del libro. “Soy el entretenimiento y el colapso al mismo tiempo”.
- “Yo ya pasé a la etapa filosófica”, añadió Lucía, rodeada de hojas arrugadas. “Si reencarnamos, quiero ser calculadora científica o proyector multimedia”.
Valeria rió, un poco más de lo que pensaba que podía reír esa semana, y se dejó caer en la silla.
- “¿Desde cuándo estudian?”, preguntó Valeria.
- “Desde el amanecer”, respondió Lucía. “Perdimos la noción del tiempo y parte de nuestra dignidad”.
El grupo de Gael ocupaba otra mesa al fondo, entre montones de papeles y laptops abiertas. Él levantó la mirada un segundo y la saludó con un leve movimiento de cabeza. Nada sarcástico esta vez. Solo un te vi.
Valeria fingió no darle importancia, aunque el corazón le hizo una acrobacia innecesaria.
- “¿Estás bien o te descompusiste?”, preguntó Lucía, arqueando una ceja.
- “Estoy bien”, respondió Valeria rápidamente. “Café, estrés, falta de oxígeno, lo de siempre”.
La tarde avanzó entre risas, bostezos y ataques de pánico compartidos.
Cada tanto, Jimena lanzaba frases existenciales como “¿y si reprobamos la vida también?” y Lucía le respondía con sarcasmos para no llorar.
En algún momento, Iker apareció con su eterna serenidad y tres cafés humeantes.
- “Rondas de supervivencia”, anunció Iker, dejando uno frente a cada una.
- “¿Eres ángel o traficante?”, preguntó Jimena.
- “Ambas cosas, según la dosis”, contestó él, sonriendo con esa calma que desarmaba a todos.
Valeria aceptó el suyo con una sonrisa cansada. El vapor del café le empañó un poco los lentes.
- “Gracias. No sabía que el café podía tener efecto terapéutico”, comentó Valeria.
- “Solo si lo acompañas con esperanza”, dijo él, sentándose a su lado, como si ese fuera su lugar natural.
Lucía los observó de reojo, mordiéndose una sonrisa.
- “Qué bonito, ya tenemos patrocinio emocional”, susurró Lucía.
Valeria la empujó suavemente con el codo.
- “Concéntrate, filósofa”, dijo Valeria.
Las horas pasaron rápidamente, entre ecuaciones, resúmenes y risas sin energía, la tarde se convirtió en noche. La cafetería cerró, la biblioteca también, y solo quedaban los últimos zombis académicos en los pasillos.
Valeria se había quedado sola, repasando apuntes que ya no tenían sentido. Sus ojos ardían de cansancio. El té se había enfriado.
Cuando estaba a punto de rendirse, una sombra se detuvo frente a su mesa. Una chocolatina cayó sobre sus hojas.
- “Recurso motivacional”, dijo Gael, apoyándose en la pared con esa seguridad distraída que solo él podía fingir.
Valeria levantó la vista, algo sorprendida.
- “¿Terapia basada en azúcar?”, preguntó Valeria, sonriendo apenas.
- “Cien por ciento efectiva. Y con efectos secundarios controlados”, contestó Gael.
Ella ladeó la cabeza, divertida.
- “¿Y tú? Pensé que no necesitabas motivación”, comentó Valeria.
- “La necesito más de lo que parece”, dijo él, bajando un poco la voz. “No soy tan invencible como aparento”.
Por un segundo, la fachada competitiva de Gael se derrumbó un poco. Sus ojos tenían un cansancio honesto, casi vulnerable.
Valeria se quedó callada, observando cómo se pasaba una mano por el cabello, como si buscara distraerse del silencio que se había creado entre los dos.
Luego él le guiñó un ojo, retomando su papel con una media sonrisa.
- “Pero no se lo digas a nadie. Arruinaría mi marca”, dijo Gael.
Ella rió bajito, ese tipo de risa que no hace ruido pero se siente. Cuando volvió a mirar, él ya se alejaba con las manos en los bolsillos. La chocolatina seguía sobre el cuaderno, como prueba de una tregua silenciosa.
Cuando Lucía reapareció, bostezando y arrastrando la mochila, Valeria cerró los apuntes.
- “Creo que sobrevivimos”, afirmó Valeria.
- “Apenas”, dijo Lucía, estirándose con un quejido. “Pero, si pasamos, prometo organizar una ceremonia de agradecimiento al café”.
- “Y al azúcar”, añadió Valeria, guardando la chocolatina en el bolsillo de su abrigo.
Salieron del edificio entre risas torpes, con la luna colgando sobre sus cabezas y los nervios a medio calmar.
Era solo una semana de parciales, pero para Valeria se sentía como algo más, era un pequeño paso hacia su propio equilibrio, ese lugar intermedio entre la risa, el cansancio y las miradas que aún no sabía cómo nombrar.
Días después, las últimas hojas del último examen fueron recogidas por la profesora, quien sonrió con esa calma que solo tienen los que no acaban de sobrevivir a un examen.
- “Bien, jóvenes. Evaluación terminada. Pueden respirar”, dijo la profesora.
Nadie se movió de inmediato. El silencio fue el suspiro colectivo de todo el curso. Lucía dejó caer el lápiz con un gemido teatral.
- “Creo que respondí en arameo las dos últimas preguntas”, expresó Lucía.
- “Tranquila”, dijo Jimena, tirando la cabeza hacia atrás. “Yo escribí mi propio epitafio en el ensayo”.
Valeria soltó una risa nerviosa. El agotamiento le pesaba en los párpados, pero al mismo tiempo sentía una extraña ligereza.
Iker, sentado un par de filas más adelante, se giró apenas y le sonrió, ese gesto tranquilo que decía más que cualquier palabra.
Gael, por su parte, guardó su bolígrafo con la precisión de quien acaba de cerrar una estrategia.
- “¿Cómo te fue, Torres?”, preguntó Gael al pasar junto a su mesa, voz baja, sonrisa a medio camino entre curiosa y provocadora.
- “Sobreviví”, respondió ella. “Con o sin trauma, lo descubriré cuando me devuelvan la hoja”.
- “Excelente. Así no soy el único en suspenso”, dijo él, y salió con las manos en los bolsillos.
Lucía la miró con expresión divertida.
- “Ese chico te habla y parece que activa el modo tráiler de película”, dijo Lucía.
- “Y tú pareces narradora oficial de mi vida”, respondió Valeria, recogiendo sus cosas.
Afuera, el campus hervía de estudiantes celebrando la libertad. El cielo de la tarde estaba despejado, casi irónicamente alegre. Iker los alcanzó en las escaleras.
- “Sobrevivientes oficiales”, anunció Iker, levantando tres vasos de jugo que había comprado en el quiosco. “Sin cafeína, pero con esperanza.
Lucía lo recibió con aplausos fingidos”.
- “Terranova, héroe del día”, expresó Lucía.
- “No exageres”, dijo él, riendo. “Solo tengo reflejos rápidos para detectar emergencias energéticas”.
Valeria aceptó el suyo, y sus dedos rozaron los de Iker un segundo.
Demasiado breve para notarse, pero suficiente para alterar el pulso.
- “Gracias”, murmuró Valeria.
“De nada. Aunque si repruebo, quiero que me cites como mártir de tu estudio”, bromeó él.
Caminaron hacia la fuente central del campus. Lucía y Jimena se adelantaron para comprar helados, dejándolos atrás sin demasiada sutileza.
- “Entonces ¿cómo crees que te fue?”, preguntó Iker.
- “Creo que bien. Pero podría estar mintiéndome para sobrevivir”, respondió Valeria.
- “Mentirse también es una forma de esperanza”, respondió él, sonriendo.
- “Eso suena a frase de taza motivacional”, comentó Valeria.
- “Estoy considerando abrir mi propia línea” dijo Iker, fingiendo solemnidad.
Valeria soltó una risa ligera, justo cuando apareció Gael desde el otro extremo de la plaza. Tenía el saco colgado del hombro y un helado en la mano, como si nada en el mundo le pesara.
- “Qué escena tan simbólica”, dijo Gael al acercarse. “La virtud y la tentación reunidas en un mismo plano”.
- “¿Y tú cuál eres?”, preguntó ella, divertida.
- “Depende de quién lo cuente”, respondió Gael.
Iker lo saludó con un gesto cordial.
- “Buen examen, Sotelo”, dijo Iker.
- “Igualmente, Terranova. Aunque me temo que el próximo lo ganaremos por centésimas”, comentó Gael.
- “Entonces será un final interesante”, respondió Iker, sin perder la calma.
Valeria los observó, sintiendo que el duelo entre ambos tenía algo distinto, respeto y una tensión que no era del todo académica.
Gael se encogió de hombros.
- “Si apruebo, prometo no burlarme de ti más de lo habitual, Torres”, dijo Gael.
- “Generoso de tu parte”, replicó Valeria.
- “Y si repruebo, culparé a tu risa por distraerme”, bromeó Gael.
Ella rodó los ojos, pero sonrió. Lucía los observaba desde lejos, con un gesto que mezclaba fascinación y ganas de empujarlos a todos a confesarse.
Cuando se despidieron, Valeria caminó junto a Iker hacia la salida.
- “¿Sabes?”, dijo ella, mirándolo de reojo. “A veces me pregunto si Gael y tú compiten por las notas o por el dramatismo”.
- “No lo sé”, contestó él, tranquilo. “Pero si algún día lo descubres, prométeme que me lo dices antes de elegir bando”.
Ella rió, sin responder. El sonido de su risa se mezcló con el rumor del viento y las voces lejanas de los que celebraban el fin de la semana.