Austin lleva una vida envidiable y llena de éxito: es un médico de prestigio y forma parte de una hermosa familia. Sin embargo, tras su fachada impecable, guarda secretos y lleva una doble vida que mantiene en absoluto silencio. Todo cambia cuando conoce a una mujer misteriosa, cuyo carácter enigmático lo seduce y lo impulsa a explorar un mundo de placeres prohibidos. Este encuentro lo confronta con una profunda encrucijada, cuestionándose si la vida que ha construido y anhela realmente le brinda la felicidad genuina o si, en realidad, ha estado viviendo una ilusión.
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Sospechas que afloran
Austin
El sonido de los monitores, el zumbido de las máquinas y el latido constante en mi pecho parecen fundirse en un solo ritmo que me arrastra, como si el tiempo se hubiera detenido solo para marcar el pulso de mi doble vida. Estoy en medio de una operación importante, pero mi mente se resbala constantemente hacia pensamientos que no deberían estar aquí, en un quirófano lleno de colegas y pacientes. La máscara que llevo puesta no puede esconder la tensión en mis ojos, ni la ansiedad que me aprieta el pecho.
—Vamos, Austin, concéntrate—me susurra un eco en la cabeza, pero es difícil. La mente me traiciona y empieza a divagar.
De repente, la voz de uno de mis colegas rompe la concentración:
—¡Austin! ¿Estás bien? Te estás distrayendo, necesitamos ese pulso estable para continuar.
Me vuelvo hacia él, un poco confundido, y asiento rápidamente.
—Sí, sí, perdón. Solo… un momento.
Dentro de mí, un torbellino de pensamientos y sentimientos se agita con fuerza. Kate ha vuelto a salir con sus amigas, retomando su carrera de fotógrafa. La idea me alegra, en un nivel superficial, un alivio que me ayuda a mantener la fachada de esposo ejemplar. Pero en el fondo, esa alegría es un acto hipócrita, un disfraz para esconder la verdad que arde en mi interior: deseo que ella no vea quién soy realmente, que no descubra esa parte oculta que me consume cada noche.
Mientras trabajo, mi mente se escapa a esa noche reciente, cuando ella llegó de una reunión con un cliente importante. La recuerdo entrar en casa, más callada de lo habitual, con una expresión que no lograba descifrar. La vi ir directo a la habitación de Sofí, nuestra pequeña, para asegurarse de que estuviera dormida, apoyada, segura. Luego, cuando entró en nuestro dormitorio, la encontré allí, envuelta en silencio, fría, como si quisiese decirme algo sin palabras.
—¿qué tal ha ido la reunión? ¿Todo bien?—le pregunté, intentando sonar natural.
Ella solo asintió, con esa mirada que parecía esconder un secreto. La sensación de que algo más había pasado me recorrió la espalda, pero no insistí. Sin embargo, en ese silencio, en esa mirada, sentí que ella sabía algo, algo que yo también sé, pero que quiero mantener enterrado.
La operación continúa, y mi pulso se vuelve más errático. La tensión se refleja en el sudor en mis manos, en la forma en que aprieto los instrumentos. La lucha entre mi papel de cirujano y la otra máscara, la que oculta mis deseos oscuros, se vuelve insoportable.
—¡Vamos, Austin! ¡Concéntrate!—me grita un compañero, rompiendo la línea de mis pensamientos.
Respiro hondo, intento volver a centrarme. La cirugía se vuelve más fluida, pero mi mente sigue enredada en ese recuerdo, en esa sensación de que hay algo que se me escapa, que no puedo controlar del todo.
Pienso en Kate, en lo mucho que me alegra que pueda salir, que pueda volver a su pasión, que pueda sentirse libre. Pero esa felicidad que siento por ella tiene un lado oscuro, un pensamiento egoísta que me atormenta: que no se dé cuenta, que no vea quién soy realmente. Porque si lo hiciera, todo mi mundo, toda esa fachada de perfección, se desplomaría en segundos.
—¿Qué pasa, Austin?—interrumpe uno de los residentes, con una sonrisa burlona.
—Nada, solo estoy… bien—respondo, con una voz que intento hacer segura.
Pero por dentro, estoy lejos de eso. Mi mente se escapa una y otra vez a esa noche, a esa sensación de que la conozco demasiado bien, que ella también sabe algo, que esa mirada fría, callada, oculta un secreto aún más profundo.
El bisturí en mis manos se vuelve pesado, y el sudor en mi frente se intensifica. La cirugía llega a su punto crítico, la tensión en el quirófano alcanza su clímax. Trabajo con precisión, con un esfuerzo que me cuesta mantener, pero finalmente, logro cerrar esa herida, esa parte de mí que ha estado expuesta demasiado tiempo.
Al terminar, me retiro unos segundos, limpiando el sudor de mi frente y respirando profundamente. La sala se aclara, y los colegas empiezan a desconectarse. Solo entonces, me permito un momento para mí, para esa dualidad que llevo en secreto.
¿Hasta cuándo podré seguir así? La respuesta no llega, solo la agonía de entender que, aunque en la superficie soy un esposo ejemplar, en mi interior arde una llama que no puedo apagar. Los recuerdos de la noche con Sasha en ese lugar tan peculiar me atormenta y me seduce al mismo tiempo, esa parte de mí que se sintió eufórico en ese lugar sigue allí, esperando en las sombras, en los rincones oscuros de mi mente y de mi alma.
Y mientras salgo del quirófano, sé que esa sensación, esa que no debería existir, me seguirá persiguiendo en cada instante, en cada suspiro, en cada pensamiento. Porque en lo prohibido, en lo oscuro, es donde realmente deseo estar.