Adaptándome A Mi Nueva Vida

Capítulo 12

El Duque permaneció inmóvil, con la mirada fija en mí, como si las palabras que acababa de pronunciar fueran algo completamente inesperado. La propuesta de divorcio flotaba en el aire entre nosotros, desafiando todo lo que habíamos hecho hasta ahora. Él, tan frío y calculador, parecía no entender cómo alguien como yo podía pensar que el fin de nuestro matrimonio fuera la solución.

La tensión entre nosotros se volvía palpable. Lo observé con ojos llenos de furia y frustración, esperando alguna reacción. El Duque, en cambio, parecía completamente atónito. Por un momento, no dijo nada, su mirada fija en el espacio frente a él. Parecía luchar consigo mismo, como si no supiera cómo reaccionar ante un desafío como el mío.

Finalmente, se levantó de su silla, dio un paso hacia mí y se detuvo a unos centímetros de distancia. Sus ojos, normalmente fríos como el hielo, ahora brillaban con algo más… ira, frustración, tal vez algo más.

—¿Qué diablos te pasa que tienes tanta urgencia por divorciarte? —gritó, su voz rasposa de enojo. —¿Qué quieres, que te falta aquí?—

Mi respiración se aceleró al escuchar su grito. Mis mejillas ardían, pero no dejé que eso me desbordara. Si algo había aprendido con los años, era a no dejarme intimidar por hombres como él. Así que, con la misma intensidad, respondí con palabras que quizás debí haber guardado.

—¿Sabes qué? —grité, sin filtro, dejando escapar la frustración acumulada. —No voy a morir de vieja a tu lado, siendo virgen, mientras tú te escondes seguramente con amantes. No me interesa ser la mujer que se queda esperando en su castillo, mientras tú sigues jugando a tus malditos juegos. Eso de que yo ande con amantes, tampoco es una opción… Quiero libertad y punto—

La rabia en mi pecho brotó con tal fuerza que no pude contenerme. La sonrisa del Duque se borró de su rostro, y su expresión pasó de la incredulidad a la sorpresa. Estaba en shock. Me di cuenta entonces de lo mucho que le había afectado mi reacción. Sus puños estaban apretados sobre la mesa, los dedos blancos por la tensión, y su rostro, normalmente impasible, se había teñido de un rojo intenso.

Me quedé observando en silencio, disfrutando un poco de su desconcierto. Para un hombre tan frío y calculador, me sorprendió ver lo tímido que parecía ser. Un simple comentario sobre mi virginidad y la ira que había acumulado durante todo este tiempo se desvaneció, mostrando una timidez típica de un adolescente. Sentí que algo en su control se había quebrado.

Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió sin previo aviso, y entró Julio, ese caballero tan despreocupado, que no parecía darse cuenta de la tensión en la habitación. Al vernos a los dos, con la atmósfera cargada, se detuvo un momento, sin saber qué hacer.

—¿Qué le hiciste a mi señor? —preguntó, mirando a Duque con incredulidad. —¿Por qué tiene la cara tan roja? —

No pude evitar soltar una risa burlona. Miré al Duque con una expresión llena de diversión, como si nada de lo que había dicho realmente me afectara.

—Oh, ya sabes —respondí sin pensarlo demasiado—Tú señor es tan tímido. Se sonroja por cualquier cosa. —

Julio, como si todo fuera una gran broma, soltó una risa despreocupada, y ambos comenzamos a reírnos, burlándonos un poco de él. El Duque nos miró fijamente, con un semblante más serio que nunca, pero no dijo nada. Simplemente se quedó quieto, observándonos en silencio.

Fue en ese momento cuando una voz fría y cortante cortó el aire.

—Julio, ¿qué quieres? —dijo, como si de repente todo lo que sucedía en la habitación fuera un simple inconveniente.

Julio, sin perder la compostura, le sonrió ampliamente.

—Ah, su suegrito acaba de llegar. Quiere verlo, algo relacionado con una sirvienta o algo así... —informó, con una ligera inclinación de cabeza. —Ah, y viene con su cuñadita también. —

El Duque, sin perder ni un ápice de su habitual frialdad, asintió lentamente, como si ya estuviera acostumbrado a este tipo de interrupciones.

—Hazla pasar —respondió, sin ni siquiera mirarme, la irritación claramente visible en su rostro.

Mientras Julio se dirigía a la puerta, me quedé allí, observando la escena. Mi mente seguía trabajando a mil por hora, procesando todo lo que había sucedido. El Duque parecía ser una persona completamente diferente, un hombre atrapado en su propio juego de poder y ambición, pero también alguien que, en el fondo, no entendía nada de lo que estaba pasando entre nosotros.

Entonces, antes de que pudiera decir algo más, el Duque se giró hacia mí con una mirada que, aunque dura, parecía algo más personal.

—Si te quedas aquí, recuerda que lo que verás será un recordatorio de tu padre —dijo, su tono aún frío pero cargado de algo más, algo que no sabía si era indiferencia o desprecio.

Mi corazón dio un vuelco. ¿De qué hablaba? No podía entender sus palabras, pero algo en su mirada me hizo pensar que había mucho más detrás de su fría fachada. Y yo, de alguna manera, quería descubrirlo.