Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capitulo 12
Miguel, sumido en sus pensamientos, estaba sentado en su oficina, mirando fijamente los papeles sobre su escritorio.
Se masajeó las sienes, abrumado. La idea de la fiesta lo atormentaba: si llevaba a Carolina, no solo tendría que enfrentarse a la incomodidad de ocultar su relación con Emely, sino también al posible descontento del padre de ella. Por otro lado, si llevaba a Emely, ¿cómo explicaría su ausencia a Carolina?
—Maldita sea —murmuró para sí mismo—. Todo esto se me está saliendo de las manos.
En ese momento, la puerta se abrió y entró Carlos, su amigo y colega.
—¿Interrumpo algo?
Miguel levantó la vista, suspirando.
—No, Carlos, entra.
Carlos se acercó, observándolo con curiosidad.
—Te ves fatal, amigo. ¿Qué pasa?
Miguel dudó un momento, pero terminó soltando parte de su preocupación.
—Estoy metido hasta el cuello con Emely —confesó, pasando una mano por su cabello—. Y ahora con esta maldita fiesta… no sé qué hacer.
Carlos arqueó una ceja, cruzándose de brazos.
—¿A qué te refieres exactamente?
Miguel se recargó en el respaldo de su silla, con una mueca de frustración.
—El padre de Emely está presionándome. Sabe que estoy casado, pero aun así insiste en que formalice las cosas con su hija. Si no lo hago, podría complicarme en temas financieros. Y Emely… ella no deja de exigirme que me divorcie.
Carlos dejó escapar un silbido bajo.
—Miguel, estás jugando con fuego.
—Lo sé, pero ya no puedo echarme atrás —dijo Miguel, alzando las manos en señal de derrota—. Ahora mismo, estoy en un punto donde no sé cómo manejar esto. Si llevo a Carolina a la fiesta, Emely no me perdonará y habrá un escándalo. Pero si voy con Emely, Carolina lo descubrirá tarde o temprano.
Carlos lo miró con seriedad.
—Mira, amigo, no soy quién para juzgarte, pero deberías pensar en lo que realmente quieres. Si sigues así, lo perderás todo.
Miguel se quedó en silencio, las palabras de Carlos resonaban en su mente.
—Tal vez tengas razón —murmuró, aunque no parecía convencido.
Carlos le dio una palmada en el hombro antes de dirigirse hacia la puerta.
—Lo único que puedo decirte es que, tarde o temprano, tendrás que elegir. No puedes seguir viviendo esta doble vida.
Cuando Carlos salió de la oficina, Miguel apoyó los codos sobre el escritorio y enterró el rostro en sus manos.
—¿Elegir? —repitió en voz baja—. No es tan fácil.
La tensión seguía creciendo, y con cada día que pasaba, las consecuencias de sus decisiones parecían estar más cerca de alcanzarlo.
Miguel levantó la mirada con sobresalto cuando la puerta de su oficina se abrió sin previo aviso. Ahí estaba Jorge, el padre de Emely, con su imponente presencia y rostro serio.
— Señor Jorge, ¿cómo está? —dijo Miguel, poniéndose de pie inmediatamente.
— Miguel —respondió Jorge, cerrando la puerta detrás de él—. Necesitamos hablar sobre mi hija.
Miguel sintió un nudo en el estómago. Sabía que esta conversación era inevitable, pero no por eso le resultaba menos incómoda.
— Por supuesto, tome asiento —ofreció, señalando la silla frente a su escritorio.
Jorge se sentó, cruzando las piernas y mirándolo con una mezcla de autoridad y desdén.
— Emely está muy triste, Miguel. Me duele ver a mi hija en este estado. Tú sabes cuánto la valoro, y no puedo quedarme de brazos cruzados mientras la haces sufrir.
Miguel tragó saliva, intentando mantener la compostura.
— Señor Jorge, no fue mi intención lastimarla —comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Yo… yo la llamo todos los días. Estoy tratando de manejar esto de la mejor manera posible.
Jorge lo interrumpió con un gesto firme de la mano.
— Miguel, no necesito tus excusas. Lo que quiero saber es cuándo vas a cumplir tu palabra. Tú me dijiste que estabas decidido a divorciarte y casarte con mi hija. Yo he sido paciente, pero mi paciencia tiene un límite.
El aire en la oficina se volvió más denso. Miguel respiró hondo, sintiéndose atrapado.
— Señor Jorge, entiendo su preocupación, pero esto no es tan simple. Hay muchas cosas que debo considerar antes de dar ese paso. No quiero cometer errores ni apresurarme en algo tan importante.
Jorge entrecerró los ojos, claramente insatisfecho con la respuesta.
—¿Errores? Miguel, el único error sería no actuar a tiempo. Mi hija merece más respeto del que le estás dando. Si no estás dispuesto a cumplir tus promesas, entonces dime de una vez, porque no voy a permitir que sigas jugando con ella.
Miguel sintió que la presión aumentaba. Se levantó de su silla, caminando hacia la ventana mientras intentaba encontrar las palabras correctas.
—Señor Jorge, yo amo a Emely —dijo finalmente, girándose para mirarlo—. Le prometo que voy a resolver esto pronto. La llamaré en cuanto termine esta reunión.
Jorge se levantó también, observándolo con severidad y se acerca al escritorio.
Miguel sintió un escalofrío cuando Jorge sacó un sobre de su portafolio y lo colocó sobre el escritorio. Su mirada fría y firme parecía esconder algo mucho más grave de lo que Miguel imaginaba.
—Quiero que veas esto, Miguel —dijo Jorge, empujando el sobre hacia él.
Miguel lo tomó con las manos temblorosas, sacando un documento que, a primera vista, parecía un examen médico. Sus ojos recorrieron las palabras mientras sentía que su corazón latía con fuerza.
—¿Qué… qué es esto? —preguntó Miguel, mirando a Jorge con incredulidad.
—Es el informe médico de mi hija —respondió Jorge con voz grave—. No quería mostrártelo porque pensé que quizás podrías demostrar que realmente amas a Emely sin necesidad de saberlo. Pero veo que las cosas no están avanzando como deberían, y ya no tengo tiempo para esperar.
Miguel frunció el ceño, sintiendo que su pecho se comprimía.
—¿Qué significa esto? No entiendo…
Jorge suspiró profundamente, como si las palabras que estaba por pronunciar le pesaran más que cualquier otra cosa.
— Emely tiene un tumor en el cerebro. Es inoperante. Los doctores no le dan mucha esperanza de vida.
El silencio en la oficina era sepulcral. Miguel dejó caer el informe sobre el escritorio y se llevó las manos al rostro, procesando la noticia.
—No puede ser… —susurró, sacudiendo la cabeza—. ¿Desde cuándo lo sabe?
—Hace unos meses —respondió Jorge, cruzando los brazos con seriedad—. No quiso decírtelo porque no quería que te sintieras obligado a quedarte con ella por lástima. Pero yo no puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo se le escapa el tiempo mientras tú sigues indeciso.
Miguel sintió que el mundo se le venía encima. Todo lo que creía complicado ahora parecía insignificante frente a esta noticia.
—Yo… no sabía… Esto lo cambia todo.
Jorge lo miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y determinación.
—Exacto, Miguel. Esto lo cambia todo. Mi hija necesita apoyo, necesita amor. Y si realmente la amas como dices, no la harás sufrir más.
Miguel asintió lentamente, todavía en estado de shock.
—La llamaré ahora mismo —dijo, tomando su teléfono con manos temblorosas—. Tiene que saber que estoy aquí para ella, pase lo que pase.
Jorge asintió con una leve inclinación de cabeza, pero su rostro no mostró alivio.
—Espero que esta vez cumplas con tu palabra, Miguel. Porque, honestamente, no creo que ella pueda soportar otra decepción.
Sin más que agregar, Jorge salió de la oficina, dejando a Miguel completamente desarmado, con el examen médico aún sobre su escritorio y el peso de una decisión imposible sobre sus hombros.