La fe y la esperanza pueden cruzar las barreras del tiempo y del mismo amor , para mostrarnos que es posible ser felices , con la voluntad de Dios
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Capitulo 13 : “ La Revelación del Camafeo”
Bajo un cielo despejado y un sol que brillaba como nunca, la novia del príncipe galopaba rápidamente a través de los campos verdes, su vestido blanco ondeando en el viento como si fuera una bandera de libertad. A su lado, un joven guerrero de porte fuerte y mirada intensa la guiaba, asegurándose de que mantuvieran el rumbo. El bosque que atravesaban era frondoso y lleno de vida, con árboles altos cuyas ramas entrelazadas creaban sombras en el suelo cubierto de hojas frescas. En sus rostros no había ni rastro de miedo, sólo una felicidad pura, como si por fin hubiesen encontrado el amor que tanto anhelaban. Las flores silvestres llenaban el aire de un aroma dulce, y el eco de sus risas resonaba entre los troncos mientras desaparecían en el horizonte, libres de las ataduras de un destino impuesto.
Mientras tanto, en el palacio de Edelhärd, el caos reinaba. Los gritos de los reyes, furiosos y perplejos, se escuchaban a través de los muros de piedra, y la noticia del escape de la novia se propagaba como un incendio. Las órdenes se daban con rapidez y frenesí; soldados y caballeros salieron al galope, sus armaduras brillando bajo el sol, como si el propio destino se burlara de los intentos de controlar lo inevitable. Los sirvientes corrían por los pasillos, los nobles murmuraban en las sombras, y el eco de las pisadas resonaba en los muros ancestrales del palacio, que parecían vibrar con cada golpe de cólera de los reyes.
Sin embargo, en medio del alboroto, el príncipe Klaus tenía un único propósito: encontrar a Miryam. Con el corazón acelerado y su mente clara, salió en busca de ella, su corazón palpitando con una esperanza renovada, como si la libertad que había ganado con la huida de la novia le hubiese devuelto el control de su propio destino. Atravesó el mercado con paso firme, y allí, entre las mesas de flores y los puestos repletos de colores, la vio: Miryam. Ella, con los ojos llenos de emoción, lo miró y, sin dudar, corrió hacia él. En ese momento, el tiempo pareció detenerse. Las voces del mercado desaparecieron, y lo único que existía eran ellos dos, abrazados en un beso que sellaba su amor, profundo y eterno.
Mientras los dos se fundían en ese instante de felicidad, ajenos al resto del mundo, una revelación aguardaba en la pequeña casa de Miryam. Su madre adoptiva, Sara, había decidido por fin revelar el secreto que llevaba guardado en lo más profundo de su ser durante todos estos años. En su modesta habitación, iluminada por la luz dorada del atardecer, Sara abrió un viejo baúl de madera tallada. Dentro de él, guardaba un pequeño cofre adornado con intrincados grabados, como si fuese un relicario de secretos antiguos.
Al abrirlo, sus manos temblorosas sacaron un camafeo que había cuidado con esmero. La joya, de diseño delicado, contenía un retrato escondido. Dentro, en el óvalo de plata, aparecía la imagen de una pareja real: un hombre y una mujer de aspecto noble, sus rostros reflejando amor y ternura. Entre ellos, una pequeña bebé sonreía con inocencia. Sara miró el retrato con un suspiro profundo, sus pensamientos retrocediendo a aquel día fatídico en que encontró a Miryam, apenas un bebé, desamparada y débil en una cueva cercana al lago.
Aquel lugar, rodeado de flores y un riachuelo cristalino que descendía entre las rocas, había sido el sitio donde Sara, en su juventud, había encontrado a la pequeña. Su corazón se había conmovido al ver a la niña abandonada en una cesta de mimbre, con un pañuelo bordado y un camafeo al cuello como únicas pistas de su origen. Desde entonces, la había criado como su propia hija, sin revelar a nadie la verdad, protegiéndola del peligro de ser reconocida. Sin embargo, ahora sentía que el momento había llegado.
Con el camafeo en sus manos y una mirada de ternura y tristeza, Sara murmuró para sí misma:
—Mi querida Miryam, ha llegado el momento de que conozcas la verdad.