Amor Infinito
Los Últimos Rayos del Ocaso La chimenea ardía suavemente, llenando la estancia de un calor apacible. El crepitar de la leña era el único sonido que acompañaba la escena tranquila. Frente al fuego, sentados en sillones de madera gastada por los años, se encontraban dos ancianos cuyos rostros revelaban la huella del tiempo. Sus miradas se perdían entre las llamas, mientras sus corazones se llenaban de recuerdos. – ¿Recuerdas, querida mía? – dijo él, con una voz suave y llena de nostalgia. Sus manos, ahora arrugadas, descansaban en las de ella, como si fueran la única ancla en un mundo que alguna vez les pareció inmenso y lleno de desafíos. Ella asintió, sin apartar los ojos del fuego. Sus cabellos, alguna vez oscuros y brillantes, ahora eran una mezcla de gris y blanco, pero su semblante mantenía la dulzura y la paz que siempre había tenido. – Qué pequeño parece el mundo ahora – murmuró ella, en voz baja, mientras observaba a sus nietos correr por la estancia, riendo y jugando como si el tiempo no existiera. – Y pensar que en nuestra juventud creímos que todo era tan grande, tan imposible... – Tú siempre supiste que había algo más allá de lo que veíamos – respondió él, con una sonrisa melancólica. – A pesar de mi orgullo y mi arrogancia, tú tenías la fe y la esperanza que yo nunca pude comprender en su totalidad.
Ella le miró, con la ternura que solo los años de amor verdadero pueden cultivar. Aunque los primeros años de su relación habían estado marcados por la diferencia de clases, creencias y costumbres, ahora, en este momento final, esas diferencias parecían insignificantes. – Fue Dios quien nos sostuvo – dijo ella, con la voz suave pero firme. – A veces, lo que creemos que es el final, es solo el comienzo de algo más grande. Mi pobreza, tu riqueza... nada de eso importaba realmente. Él asintió, apretando suavemente su mano. En su juventud, había sido el hijo del duque, lleno de orgullo por su linaje germánico, por su nobleza, y por la herencia que había creído que lo hacía superior. Ella, en cambio, era la joven hebrea, humilde y devota, que le había mostrado un amor y una fe que él nunca había conocido en su propia familia. – Lo que más recuerdo – continuó él – no es la opulencia de los bailes ni las riquezas que me rodeaban. Es tu fuerza, tu fe. Es como, a pesar de todo, nunca perdiste la esperanza. Los nietos se detuvieron un momento, observando a sus abuelos con curiosidad, aunque sin comprender la magnitud de lo que ellos estaban recordando. El tiempo para los niños era efímero, apenas una brisa en el horizonte de su juventud. – Ahora lo veo – dijo él, con una sonrisa que reflejaba la paz que había encontrado a lo largo de los años. – El mundo es pequeño, pero el amor que compartimos, el que Dios nos dio, es inmenso. Ella, con una leve inclinación de la cabeza, volvió a mirar el fuego. El tiempo pasaba, pero su amor seguía ardiendo, suave y constante, como la leña que alimentaba las llamas. Y así, con el crepitar del fuego y las risas de sus nietos de fondo, el primer capítulo de una historia que había comenzado en la diferencia, terminaba en una armonía serena y eterna, mientras el ocaso del día se reflejaba en sus ojos cansados pero llenos de vida y de fe
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Comments
Hakim Bohiran
Por favor no nos hagas sufrir más, ¡actualiza pronto! 🤞🏻😊
2024-11-05
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