Desde hace mil años, una guerra silenciosa consume los reinos: las Bestias, criaturas feroces que prosperan en la oscuridad, buscan venganza contra las Hadas, cuya diosa, Madre Naturaleza, se atrevió a castigar a su propio dios, Némesis.
Esta guerra oculta una verdad mucho más profunda que la simple rivalidad.
Arthur, un lobo alfa nómada, ha viajado por años, prefiriendo la soledad y los placeres sin compromiso a la idea de una pareja destinada.
En el Reino de las Hadas,Titania creció en una cuna de oro que se convirtió en una sofocante prisión.
Una guerra que se desató hace mil años ha sobrevivido porque la verdad sobre su origen fue silenciada.
Cuando la inocencia se encuentra con la oscuridad, la línea entre el deseo y la destrucción se desdibujo.
Arthur y Titania están en el centro de un torbellino de intriga, magia y una atracción tan intensa que podría ser su perdición.
Libro final del Mundo de Reina Luna 🌙
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Adictiva
Titania se levantó como era costumbre, con la misma disciplina rígida, aunque su cuerpo estaba dolorosamente consciente. La intensa noche que tuvo con Arthur dejaba huellas más allá del cansancio. Su entrepierna palpitaba, un dolor sordo que era como un recordatorio constante de lo que hizo anoche.
Se había dejado follar. La palabra cruda resonaba en su mente, desprovista de romance, llena de la brutalidad que, en secreto, había deseado. Había entregado su cuerpo y su virginidad a un lobo que ni siquiera la había besado, que solo había buscado su propia satisfacción y la había usado.
Y lo peor de todo: ella, en la oscuridad de su alma, quería repetirlo de nuevo. Ansiaba sentir esa dureza entrándole de manera brutal y sin piedad.
Se miró al espejo, sus ojos verdes cristalinos más profundos, su porte ligeramente alterado. Se sentía diferente. Ese alfa sexy la había convertido en una mujer deseosa de más placer, una llama que antes había estado contenida.
Pero la razón luchó contra el instinto. Sabía que no estaba bien, no debía permitirse ser usada por él de tal manera.
Titania se dirigió al baño, pensando que así limpiaría su cuerpo y olvidaría lo vivido la noche anterior. Pero fue inútil. El agua tibia no hizo más que avivar cada imagen de esa noche: cómo él la devoraba con la mirada y la tomaba de esa manera brutal, sin nada de romanticismo.
El dolor físico se mezclaba con el recuerdo del placer.
—Estúpido —susurró, sintiendo que la palabra se disolvía en la nada.
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Arthur había sido relevado un par de horas de su deber, a pesar de estar acostumbrado a estar despierto por varias noches. Él también tenía su límite. En ese momento, sin embargo, no podía quitarse de la mente la noche anterior.
La forma en que encontró a Titania dándose placer de manera torpe e inexperta hizo que su cuerpo ardiera en deseo. Su erección fue palpable solo con verla, tanto que dolía, y lo único que quiso en ese instante fue follarla, entrar en ella de manera salvaje, reclamando lo que ella ya estaba pidiendo.
Arthur se permitió una sonrisa oscura, llena de un descarado orgullo al recordar ese precioso rostro de Titania gimiendo de placer. Incluso había cumplido su silenciosa promesa: ella gimió su nombre mientras él la follaba.
—Eres adictiva —susurró con su ronca voz.
Solo recordarla hacía que su erección despertara con una urgencia dolorosa, deseando más, de esa manera brutal, salvaje. La princesa hada era su nueva adicción.
Al llegar a la oficina del Beta, se sorprendió al ver allí a la Reina Áine. Ella era indudablemente hermosa, pero la belleza de Titania era de un orden diferente, más salvaje, más suya. Aun así, la presencia de la Reina Hada siempre le generaba una sutil incomodidad.
—Arthur, hay nuevas indicaciones —dijo el Beta Oswaldo al verlo llegar.
—¿Qué es? —preguntó Arthur con seriedad. Recibir indicaciones, siempre resultaba difícil para un alfa nómada como él.
—La Reina desea conocer más sobre cómo viven los lobos, pero dada su delicada salud, ella no está en condiciones para salir del palacio —explicó Oswaldo.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó Arthur nuevamente, su tono seco.
—Que acompañes a la princesa Titania a la ciudad, que ella conozca cómo vivimos —comentó Oswaldo, mirando a la Reina en busca de aprobación.
Arthur trató de esconder su sonrisa ante esa petición. Estar fuera del palacio con ella, sería algo divertido, peligroso y estimulante. Tendría la libertad de repetir lo de anoche o, incluso, hacerlo más placentero y prolongado, sin la constante advertencia de que pudieran ser descubiertos.
—Bien —se limitó a decir Arthur, controlando su voz para ocultar todo rasgo de diversión ante la perspectiva del viaje.
Áine, la Reina Hada, se dirigió a él directamente.
—Por favor, cuide a mi hermana. Ella es muy valiosa —dijo, sin dejar de mirar a ese alfa sexy que le llamaba la atención de una manera extraña.
Arthur asintió, su rostro una máscara de seriedad absoluta, aunque por dentro, el lobo sonreía con astucia.
Por supuesto que cuidaría bien a la princesa hada. Sabía perfectamente lo valiosa que era... y lo deliciosa. El recuerdo de su cuerpo temblando bajo el suyo reafirmó su intención: la protegería de todo, excepto de él mismo.
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Titania estaba afuera, cerca de las puertas del palacio, esperando a quien la llevaría a la ciudad.
Era lo mejor. Necesitaba olvidar la fogosa e intensa noche que tuvo con aquel estúpido alfa sexy. Distraerse y olvidarse de él, de cómo la tomó tan salvajemente, era su única prioridad. Si podía concentrarse en la misión, tal vez lograría sofocar la verdad latente: que el recuerdo de su fuerza y posesión la excitaba tanto como la enfurecía.
Arthur llegó silenciosamente por detrás. Se detuvo a unos metros, deleitándose de la figura que ella le ofrecía. El vestido de fina tela le resaltaba las curvas con una elegancia que el lobo encontró exquisita, aunque el atuendo ocultaba mucho más de lo que a él le gustaba.
—¿Lista, princesa? —La voz de Arthur, ronca y baja, la hizo salir abruptamente de sus pensamientos.
Titania se obligó a mantener un rostro estoico, una máscara de indiferencia. Pero solo escuchar la voz de él, hacía que su cuerpo reaccionara con una traición inmediata. Sentía un calor invasivo, su cuerpo ardía en un deseo que no podía controlar, y las imágenes de la noche anterior la atormentaban sin piedad.
Se giró lentamente, enfrentándolo por primera vez a la luz del día.
—¿Qué? —preguntó Titania, sin entender por un instante.
—Seré su guía —dijo Arthur, y la sonrisa que adornó su rostro fue descaradamente depredadora.
Podía ver a través de la máscara de indiferencia que ella intentaba mantener. Notaba a simple vista cómo su cuerpo temblaba bajo la ropa, y percibía claramente cómo su aroma excitante se hacía más fuerte, traicionando su fachada.
Titania no podía creer lo que estaba pasando. Ella quería olvidarse, mantenerse alejada de ese alfa, pero todo parecía conspirar en su contra. El universo entero parecía haber decidido atarla a ese sexy Alfa.
Exhaló lentamente, concentrando toda su voluntad en ese aliento. Tenía que negar la punzada de deseo.
—Okay —dijo, forzando la voz a sonar plana y recuperando rápidamente su compostura. No daría a Arthur la satisfacción de verla alterada.
Arthur sonrió, una curva lenta y peligrosa. Le gustaba ese desafío frontal.
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Arthur condujo a Titania hacia la capital. A medida que avanzaban, ella parecía realmente maravillada por el paisaje: la altura de los edificios, el tráfico ordenado, la energía palpable. Para él, aquello era solo la rutina, simple y sin encanto.
Él no comprendía la razón de su asombro. Titania nunca había estado en una ciudad tan avanzada. Era el opuesto total del Reino de las Hadas, un lugar inmerso en la naturaleza viva y la magia. Aunque su reino poseía tecnología, esta no era tan visible como la modernidad del País del Sur.
—Vaya, no pensé que hubieran edificios tan altos —dijo Titania con genuino asombro.
—Hay más altos en el país del Norte —comentó Arthur, con un tono que denotaba conocimiento, no vanidad. Ser un nómada, un Alfa sin ataduras fijas, lo había obligado a conocer los tres países de pies a cabeza. Esos viajes le habían dado una perspectiva del mundo que la princesa, confinada a un palacio, jamás podría igualar.
—Ya veo —dijo Titania en un susurro, y continuó con su inspección silenciosa del paisaje urbano.
Arthur la miraba de reojo mientras conducía el auto. Aquellos ojos verdes cristalinos brillaban, llenos de una fascinación maravillada por todo lo que veían. No parecía ser un engaño; simplemente se veía genuina, casi inocente.
Esa cualidad, la de la princesa confinada y ahora expuesta, lo intrigaba aún más. Era un contraste tan fuerte con la mujer ardiente que había gemido bajo él, que Arthur sintió la necesidad de romper esa inocencia y exponer de nuevo la pasión.
—Mierda —soltó con pesadez.
Sintió la palpitación en su entrepierna. Solo ver a Titania, a pocos centímetros, y recordar la noche anterior, hacía que su excitación despertara con una urgencia molesta.
Justo en ese momento, su teléfono comenzó a sonar, rompiendo la densa tensión en el auto. Arthur se estacionó en el lugar, contestando al instante; era su Beta, Matías.
—Llegaré en un rato —dijo al teléfono, manteniendo su voz neutra, aunque su mente estaba dividida.
Titania, mientras tanto, lo observaba fijamente. Sus ojos verdes cristalinos se fijaron en aquellos labios carnosos que deseaba que la volvieran a besar; de forma apasionada, salvaje, como lo había hecho en aquella cascada.
Arthur colgó el teléfono. Se giró hacia Titania, ignorando el fuego que ardía entre ellos.
—Princesa, le mostraré una manada nómada —dijo, sacándola abruptamente de sus pensamientos sobre sus labios.
Ella lo miró sin entender la nueva dirección ni el propósito. Arthur solo sonrió con esa mezcla de burla y superioridad, y volvió a encender el motor, condujo rumbo a las afueras de la capital, hacia el territorio de la Manada Colmillo Lunar, el lugar donde su propia manada nómada se había instalado temporalmente.