Nico y Massimo Messina son los herederos del Cártel de Sinaloa y todos los ojos están sobre ellos; los de su familia, sus socios comerciales y sus enemigos. No pueden cometer errores, menos ahora que de ellos depende el negocio familiar.
¿Qué pasaría si dejaran que sus corazones nublen su razón? ¿Qué pasaría si cedieran su control por alguien a quien aman?
Acompáñame a descubrirlos juntos.
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¿Demasiado dulce?
Eva
Acelero antes de detenerme por completo en la acera fuera de su departamento. Salgo de mi auto y doy un portazo, deseando que la puerta sea su estúpida cara.
Por su culpa he tenido que escuchar las dudas justificadas de mi futuro esposo. Travis sospecha de Massimo y está en lo correcto. Tuve que mentirle, como le he mentido a todo el mundo, diciéndole que está loco, que Massimo es solo mi primo.
Pensé que había terminado con esa parte de mi vida. La parte en la que le mentía a todo el mundo sobre Massimo, pero aquí estoy volviendo a lo mismo.
Entro al vestíbulo del edificio y antes de anunciarme lo veo caminando hacia el estacionamiento.
Ignoro la voltereta que da mi estómago cuando lo veo subiéndose a su motocicleta con esa chaqueta de cuero que abraza sus musculosos brazos.
–¡Massimo! –grito antes de que encienda su moto y no pueda escucharme.
Mira hacia atrás y en su boca se dibuja una sonrisa cuando me ve. –La mujer que quería ver.
Llego a su lado y golpeo con fuerza su brazo. –¿Qué mierda tienes en la cabeza?
Abre la cajuela de su moto y saca un segundo casco. –Voy a dar una vuelta a Coney Island, ¿vienes?
–¡No! –responda furiosa dando una patada al suelo como si fuera una niña de cinco años–. Quiero que retrocedas, quiero que te comportes, quiero…
–Es una lista muy larga la que tienes ahí, enana, y voy atrasado. ¿Sigues regañando al aire o te subes y me regañas en el camino?
Miro el casco con emoción infantil. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me subí en una motocicleta. Las advertencias de Travis cuando le mencioné que quería comprarme una Ducati inundan mi cabeza, pero la Eva adolescente que se subía a la moto de Massimo cada vez que podía gana la batalla y empuja lejos a la Eva madura.
–Buena chica –dice cuando tomo el casco y me lo pongo.
–Borra tu estúpida sonrisa –ordeno–. Esto solo lo hago para poder seguir regañándote.
–Lo que te haga feliz –dice cuando me subo–. Agárrate fuerte, enana –agrega antes de acelerar.
Pego un gritito cuando la moto se lanza hacia adelante a toda velocidad. Me aferro al pecho de Mass mientras una sonrisa rompe mi rostro. Extrañaba la sensación de libertad que solo te da una motocicleta.
Avanzamos a través del tráfico, dejando atrás a la gran manzana.
–¿Por la Bahía? –pregunta entusiasmado y yo asiento contra su espalda.
Es mi camino favorito y él lo sabe. Por supuesto que lo hace, es el camino que recorrimos juntos más veces de las que puedo recordar.
Mass solía ir a buscarme a mi colegio y me llevaba a Coney Island, solíamos pasar todas las tardes juntos en el parque de diversiones y luego caminábamos por la playa hasta que el sol era tan solo un recuerdo.
Nuestros padres nunca me dijeron nada, porque por supuesto confiaban en que estaba en buenas manos, y lo estaba, siempre me sentí segura a su lado. Siempre me sentí feliz a su lado.
Recuerdos de lo que hacíamos antes de volver a casa deciden este momento para colarse y siento como el calor inunda mi cuerpo. Definitivamente estaba en las mejores manos.
El paisaje comienza a cambiar a mi alrededor cuando nos acercamos a la costa. Mi corazón comienza a aletear en mi pecho cuando todo lo que veo y siento en este momento me transporta a momentos de absoluta dicha.
–¿Más? –pregunta Massimo.
–Sabes que sí –respondo contra la parte alta de su espalda.
–Siempre quieres más. Me alegra saber que hay cosas de ti que no han cambiado –devuelve con voz ronca.
Todos los vellos de mi nuca se erizan y la emoción que sentí antes explota cuando aceleramos para tomar el paseo marítimo.
Disfruto de todo lo que me rodea y cuando estamos cerca del parque de diversiones los olores de palomitas y algodón de azúcar me devuelven a mi niñez.
Me abrazo más al cuerpo de Mass cuando todo se siente demasiado familiar, demasiado cómodo.
Antes de estar preparada para separarme de su calor, nos detenemos.
Mass coloca su mano sobre las mías y las presiona más contra su cuerpo, como si tampoco estuviera listo para dejarme ir. Suspiro contra su espalda cuando sube mis manos a su boca y besa mis nudillos.
La alarma en mi cabeza se enciende y me retiro bruscamente. Tanto, que Massimo tiene que sujetarme del brazo para evitar caer al asfalto.
Sonríe con tristeza. –¿Tanto te desagrado?
Me alejo otro paso y me abrazo a mí misma. –Sabes que no, y ese es precisamente el problema –susurro sin atreverme a mirar esos profundos ojos grises–. Tienes que dejarme aprender a ser feliz sin ti, Mass –le pido–. Solo, aléjate. Travis está hecho un basilisco, y no puedo pasar por esto de nuevo. No quiero empezar mi vida junto a él mintiendo, no es justo ni para él ni para mí.
Toma mi barbilla y me obliga a mirarlo. –Lo siento –declara–. Siento que te hayas sentido obligada a mentir. Siento no haber sido capaz de hacerte feliz, enana, y sobre todo, siento no haberte ido a buscar a Paris y traerte a casa... traerte a mí.
Vuelvo a alejarme cuando el impulso de acariciar su mandíbula es más fuerte que yo.
–Yo no puedo con esto. No ahora. No cuando todo está bien –digo mirando el suelo bajo mis pies–. No cuando estoy en el camino correcto para ser feliz.
–¿De verdad lo estás? –pregunta en un susurro.
Mis ojos vuelan a los suyos y siento como todo lo que sentimos alguna vez, todo lo que compartimos, está ahí, a la espera. Puedo ver cuánto me desea y cuánto me ama de una manera tan clara como si me lo estuviera gritando. Siempre hemos tenido una forma especial de comunicarnos sin la necesidad de decir una palabra, mirarnos es nuestro propio idioma.
–Enana –susurra mi nombre como si fuera una petición silenciosa, el eco de un grito arrancado desde el más profundo anhelo.
–¿Algodón de azúcar?
Ambos saltamos cuando escuchamos la voz.
Niego con mi cabeza mientras el olor me hace salivar.
–Claro que quieres –dice Massimo y compra dos enormes algodones de azúcar.
Me tiende uno, pero niego con mi cabeza. –No puedo, no debo.
–¿De qué estás hablando? –pregunta antes de sacar un enorme pedazo del suyo y llevarlo a su boca–. Siempre has amado los algodones de azúcar.
–Lo hago, pero Travis dice que es veneno de un color bonito –digo mientras mis ojos siguen prendados del enorme algodón rosa.
–Travis no está aquí. Y no es veneno, es una nube rosa –dice con una sonrisa–. Tu golosina favorita.
–Es veneno, hace daño, no hay nada nutritivo en él.
–No todo tiene que ser nutritivo, hay alimentos que solo tienen que hacerte feliz. ¿Y por qué el francete odia a las deliciosas nubes rosadas?
–Porque me ama y quiere cuidarme. Vio fotos mías, ya sabes, de cuando tenía sobrepeso.
Massimo pone los ojos en blanco. –Nunca tuviste sobrepeso, enana. Tu cuerpo siempre estuvo bien, demasiado bien si me preguntas a mí –agrega con una sonrisa llena de caramelo derritiéndose en sus labios.
Merezco un puto premio. Resistirme al algodón de azúcar ya es un acto heroico, pero resistirme al algodón de azúcar en los labios de Mass es otra cosa.
–Estaba gorda, Massimo. Pesaba quince kilos extras. Me veía horrible y lo sabes.
Toma un pedazo de algodón y lo lleva a mi boca. –Siempre has sido preciosa, enana. Cada pequeña parte de ti y no dejes que ningún imbécil te haga pensar lo contrario.
Cierro los ojos cuando el sabor explota en mi boca. Dulce, delicioso y prohibido, justo como los besos del hombre que está frente a mí.
Le quito mi algodón y comienzo a dar pequeños saltitos de felicidad cuando el sabor se aferra a mis papilas gustativas.
Ha pasado mucho tiempo.
–A la mierda –gruñe Massimo antes de sujetar mi cabello y besarme.
Todo explota a mi alrededor cuando siento su sabor en mi boca, despertando lugares que estaban invernando desde que me fui a Francia.
Mass enreda sus dedos en mi cabello antes de probar mi lengua.
–Tan dulce, tan perfecta; mi condena favorita. –susurra antes de poner sus manos en mi cintura y acercarme más al calor que emana de su cuerpo.
Mi cuerpo florece con sus besos y sus caricias. Me aferro a su mandíbula acercándolo más a mí, necesitando que apague el fuego que incinera mi piel.
Su lengua se adueña de mi boca, despertando un sentimiento que llevaba años encerrado en la más absoluta oscuridad.
Bajo mis manos a su cadera y sonrío cuando lo siento duro contra mi estómago.
Gimo cuando su boca prueba la comisura de mis labios antes de besar mi cuello y subir hacia mi oreja. Me aferro a sus caderas cuando todo mi vientre tiembla por la necesidad de sentirlo dentro de mí, marcándome y amándome como solo él sabe hacerlo.
Tomo su rostro en mis manos para observar el calor en sus ojos y la necesidad cruda sin camuflar, y es cuando veo mi dedo anular con el anillo de la madre de Travis en él.
–No. No. No –ruega Massimo–. No, mi amor, no pienses en él. Piensa en nosotros, enana.
Retrocedo mientras niego con mi cabeza. –Deberías haber ido por mí –susurro–, pero no lo hiciste y es algo que ambos tenemos que enfrentar. Te amo, Mass, pero el amor no lo es todo –digo antes de alejarme de él.
Es demasiado tarde para nosotros.