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El Rezo Del Cuervo

El Rezo Del Cuervo

Status: En proceso
Genre:Traiciones y engaños / Síndrome de Estocolmo / Amor-odio / Atracción entre enemigos / Pareja destinada / Familias enemistadas
Popularitas:5.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Laara

La cárcel más peligrosa no se mide en rejas ni barrotes, sino en sombras que susurran secretos. En un mundo donde nada es lo que parece, Bella Jackson está atrapada en una telaraña tejida por un hombre que todos conocen solo como “El Cuervo”.

Una figura oscura, implacable y marcada por un tormento que ni ella imagina.

Entre la verdad y la mentira, la sumisión y la venganza. Bella tendrá que caminar junto a su verdugo, desentrañando un misterio tan profundo como las alas negras que lo persiguen.

NovelToon tiene autorización de Laara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

XI. Condena.

Bella cerró los ojos con fuerza, intentando regular su respiración acelerada. Cada bocanada de aire le quemaba los pulmones, como si el miedo fuera ácido. No podía procesar lo que estaba ocurriendo: estaba de camino a escoger su vestido de novia... pero no por decisión propia. Tan solo días atrás, su vida se resumía en una rutina tranquila, con clases, tés a media tarde y paseos con sus amigos. Nada extraordinario. Nada fuera de lugar.

Simplemente una chica normal. Pero ya no.

El temblor en sus piernas la traicionaba. Se sentía como una hoja a merced del viento, sacudida por una tormenta que no comprendía. Por más que intentaba convencerse de que no estaba asustada, la verdad era clara: había perdido el control por completo. Solo se había vestido como le habían ordenado. Y al salir, el auto oscuro con las ventanas polarizadas ya la esperaba. Él estaba dentro, su figura apenas visible en la penumbra, como una sombra con forma humana. El chofer le abrió la puerta sin decir palabra, como si todo aquello fuera una ceremonia ensayada.

Y ella entró. No por obediencia, sino porque sabía que si no lo hacía, la arrastrarían.

Era como entrar al abismo. Uno profundo, negro. Sin fondo.

—Quédate quieta —ordenó él de pronto, con voz áspera, sin un atisbo de simpatía. Sus palabras fueron como un latigazo seco, directo, calculado.

Ella parpadeó, sacudida por el tono, pero no se quedó callada.

—¿Siempre das órdenes como si la gente fuera tu propiedad? —escupió con rabia, sin apartar la mirada de él.

Él giró lentamente el rostro hacia ella, sus ojos fríos como el acero, peligrosos como un arma sin seguro. No contestó de inmediato. Solo la observó, como un depredador fascinado por la audacia de su presa.

—La mayoría no se atreve a cuestionarme —dijo al fin, sin elevar la voz, pero cada palabra cargada de una amenaza latente—. Tú sí. Eso será... interesante.

Bella apretó los dientes. Sus manos temblaban, sí, pero las cerró en puños sobre sus muslos, obligándose a contener el miedo que quería consumirla.

—No soy como la mayoría —replicó, sin titubear, aunque su voz no era más que un susurro tembloroso.

Una sonrisa oscura, apenas una curva en sus labios, cruzó el rostro de él.

—Lo descubriremos pronto.

El silencio que siguió fue pesado, espeso como humo. Pero ella no desvió la mirada. Aunque cada fibra de su cuerpo gritaba que corriera, aunque su corazón martillaba con fuerza contra su pecho, se negó a rendirse. No iba a dárselo tan fácil.

Bella tragó saliva, sus labios secos, la garganta cerrada por el nudo del pánico que crecía dentro de ella. Pero aun así, habló.

—Escucha… aún estás a tiempo —dijo con la voz rota, desesperada—. Puedes irte. Nadie te ha visto. Yo… yo no voy a decir nada. Te lo juro.

Él no se movió. Seguía mirándola, en un silencio que la desgarraba más que cualquier grito.

—No tienes que hacer esto —continuó, con los ojos brillantes, pero sin derramar lágrimas—. No se lo he dicho a nadie. Nadie sabe que estoy aquí. Y si me dejas ir… si me dejas ir ahora, prometo que me callaré. Que no pasó nada. Ni una palabra. Por favor...

Silencio.

Ella respiró hondo, temblorosa, y se atrevió a dar un paso más, con una última carta.

—No sabes en lo que te estás metiendo —susurró, mirándolo fijamente—. No te lo dije antes. Pero mi padre... es comisario de policía. Si desaparezco, él va a mover cielo y tierra para encontrarme. Puedes evitar todo eso. Aún puedes hacerlo.

Entonces, él sonrió. Una mueca torcida, carente de toda humanidad. Se inclinó apenas hacia ella, con la sombra de esa sonrisa aún en el rostro.

—Qué miedo… —murmuró con fingida sorpresa, arrastrando cada palabra con veneno.

Su risa, baja y cruel, resonó en el interior del coche como un eco siniestro. Bella sintió que el estómago se le encogía.

—¿De verdad crees que me importa quién es tu padre? —añadió, inclinando la cabeza, como si la estuviera estudiando con morboso interés—. ¿Tú crees que si eso me detuviera estarías aquí sentada frente a mí?

Bella abrió la boca, pero no encontró respuesta. La sangre le rugía en los oídos. Él la estaba disfrutando. Disfrutaba verla desesperada.

—Tu problema —continuó él, con voz baja, casi confidencial— es pensar que tienes opciones.

Se inclinó hacia ella, muy cerca, obligándola a retroceder hasta que su espalda chocó con la puerta. Su perfume oscuro la envolvió, y con él, el peso de algo inevitable.

—Pero ya no estás en tu mundo, Bella. Estás en el mío.

Ella cerró los puños, resistiendo el impulso de gritar. No quería darle más satisfacción. Pero el miedo se filtraba por cada poro de su piel.

—Eres valiente, sí —dijo él, separándose apenas—. Pero pronto vas a aprender que el valor… también se quiebra.

Y volvió a recostarse en su asiento con calma, como si nada hubiera pasado. Como si no acabara de destruir el último rincón donde ella creía tener poder.

El silencio volvió a caer como una losa entre ellos. Bella se quedó inmóvil, con los labios apretados y los ojos fijos en él. Pero algo en su interior, quizás el último resquicio de dignidad, la empujó a hablar otra vez. A entender. A luchar con palabras donde ya no podía con fuerza.

—¿Por qué yo? —susurró. No era un grito ni una exigencia, sino una súplica quebrada—. ¿Qué te hice? ¿Por qué me estás haciendo esto?

Él giró lentamente el rostro hacia ella. Sus ojos, oscuros como un pozo sin fondo, se clavaron en los suyos. No respondió de inmediato.

—No hiciste nada —dijo por fin, con una calma que helaba la sangre—. No necesitabas hacerlo.

Bella lo miró sin entender, el pecho subiendo y bajando con dificultad.

—Entonces… ¿por qué?

Él se inclinó hacia ella de nuevo, con lentitud, con una presencia que llenaba el aire y lo volvía irrespirable. Su mano se deslizó apenas por el asiento, cerca de ella, sin tocarla, pero dejando claro que podía hacerlo cuando quisiera. Que no necesitaba permiso.

—Porque ahora eres mía.

Bella retrocedió, apretando los dientes, con lágrimas acumulándose en los ojos, pero se negó a dejarlas caer.

—No soy tuya —susurró con rabia contenida—. No lo seré nunca.

Él ladeó la cabeza, fascinado.

—Lo eres desde el momento en que te vi. Aunque tú no lo supieras, ya lo eras. —Sus ojos se oscurecieron aún más—. No se trata de amor, ni de caprichos. Se trata de destino. El tuyo se entrelazó con el mío desde hace mucho tiempo. Y no hay marcha atrás.

Ella negó con la cabeza, cada vez más angustiada.

—Esto no está bien. Tú… tú estás enfermo. No puedes simplemente… tomarme. Nadie te pertenece así.

Él sonrió. No fue una sonrisa amable. Fue una declaración de poder.

—Tú sí. Tú me perteneces. Y pronto, vas a entenderlo. —Se acercó más, su voz un susurro cargado de amenaza—. Y lo vas a aceptar.

Bella sintió el corazón golpeando su pecho como si quisiera escapar de su cuerpo. Pero no apartó la mirada. No se lo permitiría.

—Jamás —murmuró.

Él la miró en silencio por unos segundos, su expresión endureciéndose como piedra.

—Veremos cuánto te dura ese “jamás”.

Y justo entonces, el silencio fue roto por una voz grave al frente.

—Señor… hemos llegado —anunció el chófer con neutralidad.

La tensión en el interior del coche no se disolvió. Solo cambió de forma. Él la miró una vez más, luego se giró lentamente hacia la puerta y sonrió para sí, como si acabara de ganar una partida que ella aún no sabía que estaba jugando.

Antes de abrir la puerta, él la miró de reojo, la mandíbula tensa.

—Si alguien te mira como no me gusta… se arrepentirá. Así que mantente cerca. Y no sonrías.

No era una advertencia. Era una amenaza. Y no iba dirigida a ella, sino al mundo.

El auto se detuvo frente a un edificio de fachada impecable, con vitrinas amplias y elegantes que dejaban ver una exposición de vestidos blancos, etéreos, suspendidos como sueños inalcanzables. Unas letras doradas en cursiva adornaban la entrada, proyectando clase y exclusividad. El lugar olía a lujo desde la acera.

Cuando Bella bajó del coche —tras una mirada fulminante de él, que no necesitó palabras para ordenar que lo hiciera—, sus ojos se alzaron con asombro contenido. Nunca había estado en una tienda así. Las paredes eran de un blanco marfil, los espejos altos como puertas hacia otro mundo, las luces tenues pero estratégicamente colocadas para hacer brillar cada encaje, cada tul, cada perla diminuta.

Vestidos de novia colgaban como joyas sagradas: vaporosos, algunos de corte sirena, otros como nubes de tul que caían al suelo. Brillos discretos o coronas bordadas en cristal adornaban los maniquíes. A un lado, un salón con sillones aterciopelados invitaba a las clientas a sentarse mientras probaban zapatos que parecían sacados de cuentos de hadas. Diademas, velos bordados, ligas de encaje fino, y cajas con anillos de prueba adornaban los estantes. Todo tenía el olor de lo inalcanzable.

Bella tragó saliva. Por un instante se sintió niña, como si mirara a través de una vitrina que siempre le estuvo negada. Y sin embargo, ahí estaba. De pie en medio de un lugar donde toda mujer soñaba con estar algún día... solo que en su caso, no había elección. No había ilusión.

Se sintió como una impostora.

Él la guió con una mano firme en la espalda, empujándola suavemente hacia el interior. El sonido de la puerta automática abriéndose fue casi ceremonial. El aire dentro era frío, limpio, perfumado. Apenas cruzaron el umbral, las empleadas del lugar —todas con la misma sonrisa perfectamente entrenada— levantaron la vista. Bastó un segundo para que una de ellas se acercara con paso ágil y modales impecables.

—¿Todo bien, señor? —dijo una voz femenina, cálida y cantarina, que se acercó casi flotando sobre sus tacones.

La dependienta, una mujer de unos cuarenta años, perfectamente arreglada, con el cabello recogido en un moño sofisticado y un conjunto blanco impoluto, los escaneó de arriba abajo. Bastó una mirada para saber que no estaba frente a una pareja común. Él tenía ese aire frío, costoso, peligroso. Ella, esa belleza apagada que solo da el miedo. Pero eran ricos. De eso no había duda. Y los ricos no se cuestionan: se atienden con una sonrisa amplia.

—Un gusto recibirlos. Soy Clara, y será un honor ayudarlos a encontrar el vestido perfecto —dijo con énfasis en la última frase, dirigiéndose a él, como si ella no pudiera hablar por sí misma.

Bella no respondió. Mantuvo la espalda recta y la mirada baja, más por rabia contenida que por obediencia. No quería estar allí. Y mucho menos elegir un vestido.

Clara, con su voz suave y profesional, se giró hacia ella con una sonrisa impecable.

—Tenemos varios modelos exclusivos recién llegados de París. Si quiere, puedo traer algunos para que los vea...

—No —interrumpió Bella, en un susurro firme, sin alzar la vista—. No quiero.

Él, que la había observado en completo silencio, se adelantó un paso. Su presencia impuso un silencio inmediato. Todos los sonidos de la tienda parecieron desaparecer.

—Tráelos tú —ordenó a la dependienta, sin molestarse en mirarla directamente—. Los que creas adecuados. Pero que no muestren demasiado. No me interesa que nadie más vea lo que es mío.

Clara parpadeó una sola vez, como si procesara lentamente esa frase, pero enseguida asintió con una sonrisa algo más rígida.

—Por supuesto, señor. Algo... más clásico y recatado. Comprendido.

Se alejó de inmediato, y Bella sintió cómo el mundo se cerraba un poco más.

Él se acercó a su lado, caminando despacio, su sombra pisándole los talones. Había algo animal en su forma de moverse, como si midiera cada gesto, cada palabra, para mantener el dominio exacto.

—Podrías hacer esto más fácil —murmuró cerca de su oído, con un tono que no era ira, pero tampoco paciencia—. No tienes que gustarlo, solo tienes que obedecer.

Bella apretó los labios. Lo miró de reojo, apenas un segundo, y luego desvió la mirada con rabia contenida.

Él notó el gesto y sonrió apenas.

—¿Sabes qué es lo más irónico? —continuó— Que cuanto más luchas, más te haces mía.

Su voz era un veneno dulce. No necesitaba gritar. El control le venía natural, como el oxígeno.

—Así que sigue resistiendo, si quieres. No me molesta. De hecho... —la miró de reojo— me gusta más así.

Bella no respondió. Pero su pecho subía y bajaba rápido, como si el aire ya no fuera suficiente.

Y entonces, el sonido de pasos suaves en el suelo de mármol interrumpió el momento. Clara regresaba, con dos asistentes detrás de ella cargando varios vestidos blancos en fundas transparentes.

—Aquí están algunos modelos que podrían ser perfectos para usted —anunció con entusiasmo, clavando los ojos en Bella, fingiendo ignorar el hielo flotando entre ambos—. Si gustan, podemos pasar al salón privado para las pruebas.

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Cristina Rodriguez
Interesante novela.... pero no Sta completa
Paz Bach
Así me gusta Bella!!!! Dale no te quedes atrás jajaja
Paz Bach
Si cuervo y llegará el día que esa mujer te ponga una correa... 😌
Paz Bach
🤣🤣🤣😂 no puedo de verdad estoy como loca me enfado luego me rio
Paz Bach
Já! ahora resulta, disque su mujer, veremos a ver si consigues que sea tu mujer 😉😏
Paz Bach
no ya... mataste a tu padre muchacha con eso
Paz Bach
😭😭😭😭
Paz Bach
William tendrás que besar el piso por donde camina bella porque lo que estás haciendo es de ser un desgraciado!!!!!
Paz Bach
entiendo que está haciendo todo esto para salvar a su padre... pero aún así Bella... agh! ya no sé estoy que me como las uñas 😭
Paz Bach
esooo no se deje comisario será muy Cuervo y toda la cosa pero el amor de padre puede con todo!!!
Paz Bach
ay no pues la ironía personificada... 🤣
Cristina Rodriguez
excelente novela.. gracias escritora por compartir su historia... es mi tema de lectura mafia
Lina Montoya Blanquicett
pégale duro Chama !!ahora es cuando comienza la guerra de poderes!! dale dónde le duele más al hombre en su eterno orgullo
Lina Montoya Blanquicett
yo creo que es más para el!! idiota yo veré cuando esté llorado pidiendo cacaoo !! miserable
Lina Montoya Blanquicett
yo creo que más para el...idiota te vas tragar tus palabras yo veré cuando estés llorando pidiendo cacaoo!!! miserable
Lina Montoya Blanquicett
que dolor como padre saber que tú conoces a tu hija cuando miente y que te lo sostenga en la cara eso hace doler el alma inmensamente 😭
Lina Montoya Blanquicett
este hombre es un depravado!!! depravado ..que dolor
Lina Montoya Blanquicett
hay bendito!!
Lina Montoya Blanquicett
mato al papá !! con esa palabras
Lina Montoya Blanquicett
desgraciado!!! en verdad y lo más triste que así hay gente
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