En el corazón vibrante de Corea del Sur, donde las luces de neón se mezclan con templos ancestrales y algoritmos invisibles controlan emociones, dos jóvenes se encuentran por accidente… o por destino.
Jiwoo Han, un hacker ético perseguido por una corporación tecnológica corrupta, vive entre sombras y códigos. Sora Kim, una apasionada estudiante de arquitectura y fotógrafa urbana, captura con su lente un secreto que podría cambiar el país. Unidos por el peligro y separados por verdades ocultas, se embarcan en una aventura que los lleva desde los callejones de Bukchon hasta los rascacielos de Songdo, pasando por trenes bala, mercados nocturnos, templos milenarios y festivales de linternas.
Entre persecuciones, traiciones, y escenas de amor que desafían la lógica, Jiwoo y Sora descubren que el mayor sistema a hackear es el del corazón. ¿Puede el amor sobrevivir cuando la memoria se borra y el deseo se convierte en código?
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Ecos en flor
La ciudad no durmió después de la gala.
Las pantallas que antes proyectaban emociones inducidas ahora mostraban titulares en rojo, interrumpidos por transmisiones urgentes. En los cafés, en los taxis, en los hospitales, todos hablaban de lo mismo: el colapso de Elysium 2.0, la caída del sistema emocional más avanzado del mundo, y la muerte de la joven que lo había provocado.
En uno de los Penthouse más altos de Cheongdam-dong, el noticiero se reproducía en una pantalla curva de 180 pulgadas, suspendida sobre una sala de mármol blanco y cristal. El espacio era silencioso, salvo por la voz de la presentadora.
—“Han pasado tres días desde la gala de Daesan Tech, donde el simulador Elysium 2.0 fue saboteado por una infiltrada identificada como Sora Han, exsujeto de prueba del sistema. La joven murió en circunstancias aún no esclarecidas, arrastrando consigo al fundador de la corporación, Kang Minjae, quien también fue declarado fallecido. Las autoridades continúan investigando.”
La cámara cambiaba a imágenes del caos: asistentes llorando, pantallas apagadas, drones cayendo. Luego, a una toma aérea del edificio, con helicópteros sobrevolando la azotea.
—“La ciudad ha entrado en una fase de convulsión emocional. Miles de ciudadanos reportan síntomas de abstinencia, confusión afectiva y despersonalización. El Ministerio de Salud ha declarado estado de emergencia emocional. Mientras tanto, Daesan Tech ha sido absorbida por su filial, Dant Corporation, que ha nombrado como nuevo presidente a Jiwoo Kang, nieto del fundador.”
La pantalla mostró a Jiwoo, vestido de negro, subiendo al podio en una conferencia silenciosa. Su rostro era neutro. Su voz, firme.
—“No volveremos a inducir lo que no podemos sostener. A partir de hoy, Dant Tech se compromete a reconstruir desde la memoria, no desde la simulación.”
En el penthouse, Jiwoo corría en una cinta de última generación, con sensores en sus muñecas y una banda de monitoreo en el pecho. El sudor le recorría la espalda. Su respiración era controlada. Pero sus ojos estaban vacíos.
El noticiero seguía.
—“La resistencia, liderada por exingenieros del sistema, ha declarado que el sacrificio de Sora Han representa el inicio de una nueva era emocional. Sin embargo, los daños colaterales aún se contabilizan. Miles de usuarios han perdido vínculos inducidos. Algunos no recuerdan si lo que sintieron fue real.”
Jiwoo apagó la pantalla con un gesto.
El silencio volvió.
Horas después, en una sala de reuniones privada en el piso 88 de la torre Dant, Haneul lo esperaba.
Vestía ropa táctica, el cabello recogido, los ojos marcados por el insomnio. Jiwoo entró sin saludar. Se sentó frente a ella. No pidió café. No preguntó nada.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Haneul, sin rodeos.
Jiwoo no respondió.
—¿Por qué nos ayudaste? ¿Por qué la protegiste? Traicionaste a tu abuelo, a tu empresa, a tu historia.
Jiwoo bajó la mirada.
—Porque ella era lo único que no podía replicar.
Haneul se inclinó hacia él.
—¿Y ahora qué? ¿Ahora que está muerta? ¿Ahora que todos los que la conocieron están rotos?
Jiwoo cerró los ojos.
—No sé si está muerta... no dejaron que comprobara si realmente era ella.
Haneul frunció el ceño.
—La viste caer.
—Sí. Pero no la vi desaparecer.
El silencio se volvió denso.
—La gente está sufriendo, Jiwoo. No por el sistema, por ella. Porque lo que hizo… nos obligó a sentir sin filtros. Y ahora no sabemos cómo vivir con eso.
Jiwoo se levantó.
—Entonces aprendan.
Haneul lo observó mientras salía.
—¿Y tú? ¿Vas a aprender?
Jiwoo no respondió.
Esa noche, el Penthouse estaba en penumbra.
Las luces de la ciudad entraban por los ventanales como recuerdos. Jiwoo caminó descalzo por el mármol, con una copa de vino en la mano. Se detuvo frente a una consola oculta en la pared. La activó.
El panel se abrió.
Dentro, un simulador portátil de última generación. No Elysium. Uno anterior, Inestable. Pero funcional.
Jiwoo se sentó.
Colocó los electrodos.
Cerró los ojos.
Y se conectó.
La escena apareció lentamente.
Un parque en Yeouido, al borde del río Han.
Cerezos en flor.
El viento movía los pétalos como si fueran memorias. La luz era suave. El aire, tibio. La gente caminaba sin prisa. Algunos tomaban fotos. Otros simplemente miraban.
Y ella estaba allí.
Sora.
Vestía una blusa blanca, jeans claros, el cabello suelto. Sonreía. No como en el sistema. No como en la simulación. Como si estuviera viva.
Jiwoo se acercó.
Ella lo miró.
—Llegaste tarde.
—No quería que esto fuera inducido.
—Entonces haz que sea real.
Se sentaron bajo un cerezo.
Los pétalos caían sobre sus hombros.
—Te amo —dijo Jiwoo.
Sora lo miró.
—Yo también. Aunque no sé si lo que siento es mío.
Jiwoo tomó su mano.
—Entonces quédate. Y sintámoslo juntos.
Ella apoyó la cabeza en su hombro.
—¿Esto es el final?
Jiwoo cerró los ojos.
—No. Es lo único que no se puede borrar.
Y mientras el simulador vibraba suavemente, mientras los cerezos seguían cayendo, mientras la ciudad afuera intentaba reconstruirse, Jiwoo y Sora permanecieron allí.
En una memoria que no era inducida.
En un amor que no sabía si era real.
Pero que, por fin, no necesitaba confirmación.