Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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El internista Derek
La espera en la sala fría del hospital era una tortura lenta para Julian. El cansancio físico y el dolor por los golpes de la noche anterior eran insignificantes comparados con la ansiedad que le corroía el alma. Tenía las manos apoyadas sobre sus rodillas, el cuerpo inclinado hacia adelante, la mente atrapada en el ciclo vicioso del "qué hubiera pasado si".
A su lado, Rose lo acompañaba incondicionalmente, su mano acariciaba su espalda una y otra vez. Para Julian, ese gesto era un gran consuelo.
John, su mejor amigo y colega, estaba presente, pero su rol era estrictamente profesional. Discutía con sus colegas sobre el caso, marcando la separación entre el deber y la emoción. Julian había querido involucrarse, pero John le había recomendado mantenerse al margen, sabiendo que, al tratarse de su propio hermano, Julian no podría actuar de forma racional. El agente estaba agotado, sus ojos hinchados y oscurecidos por la falta de sueño.
—¿Cómo te fue? —preguntó Rose en voz baja y dulce, notando la palidez y los pequeños cortes en su rostro, que él había intentado disimular—. ¿Por qué estás lleno de moretones? Me dijiste que no tenías intenciones de meterte en problemas.
—Por supuesto que no las tenía. Pero una cosa llevó a la otra y, bueno, estoy metido en un lío del que no quiero ser parte. Ahorita no quiero hablar de eso, ¿sí? —El tono de Julian era áspero.
Rose se quedó en silencio por un momento, con frustración
—Siempre dices lo mismo. Eso solo hace que me preocupe de más. ¿No lo entiendes? Y ahora más que ni siquiera entiendo de qué va este nuevo trabajo que tienes.
—Rose, por favor. No empieces con tus cosas. No tengo cabeza para el trabajo en estos momentos. ¿Por qué demonios no salen a decirnos qué es lo que pasa con Derek? —Julian golpeó suavemente su rodilla con el puño. El silencio de los médicos era ensordecedor.
En ese momento, un doctor salió de la sala de emergencias. Fue un destello fugaz, una figura alta y rubia con un rostro parcialmente oculto por el cubrebocas, antes de que regresara al interior. A pesar de la poca visibilidad, las facciones de sus ojos y el color rubio de su cabello llamaron poderosamente la atención de Julian. Fue un reflejo, un impulso que lo hizo ponerse de pie. Rose intentó detenerlo, pero él fue más rápido. Se acercó a la puerta y se detuvo a verlo desde la ventanilla hasta que se perdió al final del pasillo.
John observó a Julian y entendió la señal. Su amistad era de ese tipo en la que no se necesitaban palabras. Se disculpó rápidamente con sus colegas y se acercó a donde él estaba.
—¿Qué viste? —preguntó John, pasando sus manos sobre el chaleco antibalas.
—Me pareció ver a alguien conocido.
—¿Amigo, familia...?
—Un magnate —aclaró Julian, su voz grave—. Lo vi anoche en el club. Hay cosas que debo contarte para que entiendas, pero... ese tipo al que acabo de ver no es cualquier niño rico. Ayer hizo un atentado en el club. Puede ser que... ¿tuvo algo que ver con el accidente de mi hermano? La coincidencia es demasiada
—¿Cómo es? Haré que mis muchachos investiguen. No podemos sacar conclusiones apresuradas, pero no dudo de tu ojo crítico. Si alguien puede reconocer a un criminal entre la multitud es un policía infiltrado —dijo John, su rostro volviéndose pétreo al asimilar la posible conexión con el crimen organizado—. Sobre eso llevamos rato discutiendo. Estamos esperando los resultados médicos, pero en base a lo que encontramos en el lugar del siniestro, fue un atentado, no un accidente.
La palabra "atentado" cayó sobre Julian como un peso muerto. El peligro de la noche anterior con Kiam y Dorian no era un evento aislado; se había infiltrado directamente en su vida personal.
—Derek es internista aquí, ¿verdad? —preguntó John, con un tono más cauteloso y profesional.
—Sí. Por eso está siendo atendido aquí, su seguro cubrirá gran parte de lo que sea que necesite.
John puso cara de pocos amigos, su voz bajando a un susurro lleno de pesar.
—¿Sabes si... tu hermano volvió a la adicción?
Julian arrugó la cara, a la defensiva. La acusación, aunque dolorosa, era justa, dada la historia de Derek.
—¿Qué insinúas?
—Supongamos que esa persona que viste es en verdad médico y es parte de la mafia. Un tipo con acceso a fármacos y la capacidad de operar sin levantar sospechas. ¿No crees que pueda existir una mínima posibilidad de que él y Derek hayan hecho algún trato o negocio oculto? Derek tiene contactos aquí, acceso a recetas, y tiene un pasado que lo hace vulnerable.
—Te estás montando una película muy grande, John. No creo que Derek sea capaz de tanto. Él fue a rehabilitación por años y ya lo había dejado... —Julian intentaba defender a su hermano. Se negaba a aceptar que Derek pudiera haber recaído de forma tan catastrófica.
—Oye... ¡Hey! Julian. ¿Puedes escucharme un momento? —pidió John, cortando la defensa de su amigo. La información que iba a revelar era crítica, y su voz no dejaba lugar a dudas. Era el descubrimiento que cambiaría por completo la dirección de su caso y de la vida de Julian. —A tu hermano lo encontraron casi calcinado en un galpón lleno de fentanilo. No restos, Julian. Toneladas. El lugar era un almacén clandestino de drogas. El fentanilo es un fármaco sumamente potente, utilizado como droga, y tu hermano estaba en medio de ello. Es posible que este hecho esté relacionado con los traficantes de fentanilo que han estado haciendo grandes negocios en los últimos meses.
El aire se le escapó a Julian. El fentanilo. La conexión era brutal, innegable. La advertencia críptica de Eleanor: “Puede que te estés perdiendo de algo importante” resonó en su mente con una claridad aterradora. Su hermano no era solo una víctima; era un posible engranaje en el mismo sistema mafioso que Julian estaba investigando. El peligro al que se enfrentó anoche no era una coincidencia, sino un síntoma de que su misión y su vida personal acababan de chocar de forma violenta.