Sinopsis de Destrúyeme
Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.
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CAPITULO 10
...Lucas...
El mensaje que esperaba finalmente llega a mi teléfono.
Hace días que sigo cada uno de sus pasos, observando, analizando. Tenerla bajo mi control, incluso sin que lo sepa, me llena de una satisfacción difícil de describir. No es solo vigilarla, es más que eso.
Quiero quebrarla.
No de golpe, no con violencia inmediata. Quiero desgarrarla poco a poco, infiltrarme en su mente hasta que dude de su propia realidad. Quiero que se mire al espejo y no reconozca quién es. Que se pregunte en qué momento comenzó a perderse.
Quiero apoderarme de cada parte de ella.
Y cuando no quede nada… solo entonces, decidiré qué hacer con lo que quede.
Cuando mi informante me dijo que la habían arrestado como sospechosa de la muerte de Delacroix y que ya habían comenzado a aparecer los restos que dejé estratégicamente dispersos, me pareció absurdo.
¿Darle crédito a ella por algo tan meticuloso? Ridículo.
Esa niñata no tiene la visión, la precisión, ni el talento para algo así. Lo mío no es un simple asesinato, es una obra de arte, un mensaje cuidadosamente elaborado. Y aún falta la pieza clave.
Tal vez cuando la encuentren, entiendan lo lejos que están de resolver esto.
Antes de salir de la pequeña casa que alquilé, echo un vistazo a las mujeres que me acompañan. Peones en un tablero donde cada movimiento me acerca más a mi objetivo.
Controlar cada aspecto de Valeria significa controlarla a ella.
Y cuando finalmente se dé cuenta, ya será demasiado tarde.
—Debo irme, señora Lombardo. Algo se presentó, pero traeré a Valeria hoy mismo.
Ella me observa con gratitud infinita, sin sospechar que no es más que una pieza en mi juego. No tiene idea de que solo las estoy usando para conseguir lo que quiero.
—Gracias, señor Santori —dice la más pequeña con una inocencia que me resulta casi irritante.
Asiento con la cabeza, sin necesidad de más palabras, y me marcho.
Al llegar a la estación, ya la han conectado al polígrafo. Todo está en marcha.
Con paso firme, me acerco al oficial a cargo y, con la seguridad de quien sabe exactamente lo que hace, declaro:
—Soy su representante legal. Su abogado me envió para hacerme cargo de todo.
No hacen demasiadas preguntas. El dinero y los documentos correctos abren cualquier puerta. Pago lo necesario, firmo lo que se requiere, y en cuestión de minutos me conducen a una pequeña habitación. Desde ahí, a través del vidrio polarizado, puedo observar su interrogatorio con total tranquilidad.
Valeria no tiene idea de que estoy aquí. Y, por ahora, así es mejor.
—Claro. Ella y el resto de los compañeros del campus que se sumaron a la orgía —dice con desdén, con esa frialdad afilada como una navaja.
Aquello me saca una sonrisa de pura gracia, algo que no ocurre a menudo. Su prepotencia y arrogancia son su escudo, su forma de mantenerse firme incluso en una situación donde la mayoría ya estaría quebrada.
Cualquiera podría odiarla al instante. Pero en mi caso, solo despierta curiosidad.
Como si fuera un espécimen digno de estudio. Como si debajo de esa fachada hubiera algo aún más retorcido esperando ser descubierto.
—¿Alguna vez ha sido autora o cómplice en algún homicidio?
La pregunta resuena en la habitación, y por primera vez, el silencio que sigue se siente más pesado.
Me inclino ligeramente hacia adelante, atento. Valeria apenas parpadea. No se tensa, no desvía la mirada.
—No.
Su respuesta es firme, sin titubeos. Tan segura que incluso el polígrafo parece aceptarla como verdad.
Pero hay algo en la manera en que lo dice, en la frialdad con la que pronuncia esa única palabra, que deja una grieta en la certeza. Como si la respuesta fuera demasiado ensayada. Como si estuviera acostumbrada a mentir… o a convencerse de que dice la verdad.
Cortante. Fría y seca. Sin una pizca de emoción en su rostro.
He visto esa expresión antes... cuando me veo al espejo.
Cuando intento practicar, fingir lo suficientemente bien las emociones humanas aunque no las procese o las entienda del todo. Pero al verme, me doy cuenta de que están ausentes. Que no hay ni un atisbo de ellas.
Cuando me veo al espejo es cuando en realidad observo al verdadero monstruo en mi interior. Y ahora, al mirarla, por un instante, me pregunto si ella también lo ha visto en sí misma.
Después de terminar toda esta ridiculez, el oficial al fin sale a hablar conmigo.
—Así que usted fue quien pagó la fianza.
Observo su nariz y sonrío de lado. Está hinchada, con un leve tono amoratado en el puente. Podría jurar que Valeria tuvo algo que ver en eso.
Agresión a un servidor público.
Demasiada impulsividad en un simple ser humano.
—Sí, lo hice. Tengo entendido que no tienen ninguna evidencia real contra ella. Por lo que veo, también pasó la prueba del polígrafo y la fianza ya fue pagada. ¿Qué más necesita para dejar que se vaya?
Lo observo tranquilamente, esperando que se dé cuenta del teatro que ha armado sin motivos.
Williams siempre ha sido un inútil, pero jamás imaginé que tanto. Confundir mi trabajo perfecto y bien ejecutado con una simple venganza de una niña sin una pizca de experiencia. Eso es ofensivo.
—¿Cómo me dijo que se llamaba?
—No se lo dije. Soy Lucas Santori.
—Yo, el detective Williams —eso lo sé perfectamente—. Daniels, ¿ese nombre, Santori, no está también en la lista de sospechosos?
Suelto una sonora carcajada, atrayendo la mirada de ambos hacia mí.
—¿Bajo qué argumentos? —pregunto con notorio sarcasmo, inclinándome ligeramente hacia Williams—. ¿Golpearlo e impedir que agrediera a la señorita Montalbán? —Sacudo la cabeza con una sonrisa burlona—. Creo que es más inútil de lo que imaginé.
En ese momento, ambos volteamos a verla. Valeria hace una mueca obscena, y el hombre se pone de todos los colores. Definitivamente, es una traviesa.
—Míreme, imbécil —gruñe Williams, endureciendo la mandíbula—. Me tienen harto, ella y usted, con su altanería y...
La puerta se abre de golpe, interrumpiéndolo. Otro oficial entra a toda prisa y le hace una seña urgente.
—Apareció el talón con el número trece.
Sus palabras me arrancan una sonrisa lenta, mientras una oleada de satisfacción me recorre por dentro.
—El asesino de los talones —murmura Williams, con el ceño fruncido.
Aquello me hace torcer el gesto. ¿De todos los nombres que podrían darme, por qué uno tan ridículo?
El carnicero... El escultor de carne... Cualquier otro que no fuera tan vergonzoso y aburrido.
Al fin cede. Entro en la habitación, y Valeria levanta la vista, sorprendida al verme. Pero apenas un segundo después, su expresión se transforma en la misma máscara impasible de siempre.
—Santori… —murmura con su tono cargado de ironía—. Sabía que me extrañabas, pero venir hasta aquí… jamás lo pensé.
Se inclina sutilmente hacia adelante, su movimiento atrayendo mi atención sin esfuerzo hacia sus pechos. Redondos, de tamaño perfecto. Consciente del efecto, esboza una sonrisa apenas perceptible. Provocadora. Juguetona. Como si todo esto fuera un juego.
Pero no es solo eso lo que me llama la atención. También lo hace el pequeño zapato de oro que cuelga de su cuello. Aquel que osó robarme. Ese que es mío.
No es por su valor material, ni por el descaro de tomarlo sin permiso. Es porque representa algo que alguna vez aprecié, algo que tenía un significado real en un mundo donde pocas cosas lo tienen. Y ahora está ahí, colgando de su cuello como si le perteneciera, como si no tuviera idea de lo que realmente significa para mí.
—Tienes algo que me pertenece —digo, apretando la mandíbula con fuerza.
—¿Mis tetas? No sabía que fueran tuyas —sonríe de lado, descarada, mientras desliza los dedos sobre el pequeño zapato dorado que cuelga de su cuello—. Ah… te refieres a esto. Te pertenecía, ahora es mío. Recuerdas el dinero que me debes? Esto es en parte de pago.
—Ya pagué tu fianza. No te debo nada —espeto, con el ceño fruncido. Algo dentro de mí se revuelve. ¿Por qué no lo vendió, como seguramente hizo con todo lo demás?
—Sé que esto es especial, Santori —murmura, jugueteando con el pequeño colgante entre sus dedos—. Tengo claro que vale más que un simple cheque.
Su ambición parece no tener límites.
—Cuando salgamos de aquí, vas a arrepentirte de no ser más condescendiente conmigo y ocupar el lugar que te corresponde —digo con voz baja, tomando su quijada con firmeza—. Como la perrita obediente que debes ser.
Me quita la mano de un manotazo, su mirada encendida por la ira.
—No voy a irme. No aún. Sé quién lo hizo y quiero más detalles.
Hay algo en sus ojos, algo más oscuro que la simple sed de venganza. Algo que me intriga.
—¿De qué hablas?
—Sé que el contador asesinó a Delacroix. Apuesto a que estos imbéciles no han podido encontrar el talón. No me sorprende, son unos inútiles.
Escuchar la palabra "contador" suena menos ofensiva que el otro nombre. Menos ridícula. Casi respetable.
¿Cómo está ella tan segura de que es así? ¿Sabe algo que yo desconozco?
—¿Cómo aseguras eso? —pregunto, fingiendo desinterés.
—Su trabajo es impecable, y Delacroix era la víctima ideal para él. No necesito haberlo conocido para asegurar que era un maldito bastardo y probablemente lo merecía.
Se pone de pie, y yo hago lo mismo, observándola con una mezcla de fascinación y curiosidad. Su seguridad es desconcertante, como si hubiera estudiado cada movimiento del asesino, como si entendiera su forma de actuar mejor que cualquiera en esta sala. No es solo arrogancia; hay algo más detrás de su mirada, una especie de conexión con la oscuridad que no cualquiera posee.
Quizás esta mujer es más compleja e inteligente de lo que imaginé. O quizás... simplemente no le teme a los monstruos porque, en el fondo, ella también lo es.