Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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El Regreso al Origen
Antes de subir al carruaje, Irina se miró en el espejo de su habitación por última vez. Con una decisión tranquila, aplicó una poción especial que había creado, y el vibrante rojo en las puntas de su cabello se desvaneció, volviendo al blanco puro de la nieve nórdica. No era un acto de rendición. Era una declaración.
El rojo había sido su grito de guerra, su desafío al mundo. Pero el blanco... el blanco era su verdad. Era el color de su nacimiento, de su nombre ("pequeña nevada"), y ahora, del lienzo en blanco sobre el que escribiría su destino en la academia. Iba despojada de las máscaras que el reino conocía. Iba como ella misma, en su esencia más pura y, por lo tanto, más vulnerable y más poderosa que nunca.
El carruaje se meció suavemente por el camino real, alejándose de todo lo que había construido, de la seguridad de ser una leyenda. Ahora se dirigía a un lugar donde sería solo una estudiante más, una primera año entre cientos.
El miedo era un nudo en su estómago. No era el miedo a los monstruos o a los exámenes, sino el miedo sutil y corrosivo a la trama. «Si Liz quiere, puede destruirme.» Esa idea, sembrada por el libro hacía una eternidad, aún tenía raíces en su subconsciente. Liz era la heroína, la protagonista. En las historias, las protagonistas siempre ganan. Irina, a pesar de todo su poder, aún se veía a sí misma, en sus momentos más débiles, como la antagonista destinada a caer.
Se rió de sí misma, un sonido amargo en la quietud del carruaje. «Qué tonta soy.» Se levantó la manga y vio la cicatriz casi imperceptible del Murmullo Escamoso. Recordó la masmorra, la Serpiente Dorada, a Lord Tavish humillado. Había derribado bestias, conspiraciones y nobles corruptos. Había domado la magia prohibida y la había usado para dar vida. Su mana era más densa que la de muchos magos adultos, su habilidad con la espada rivalizaba con la de los caballeros veteranos.
Era, sin lugar a dudas, una de las personas más fuertes de su generación, quizás de todo el continente. Pero el poder físico y mágico era inútil contra el peso de un destino narrado. ¿De qué servía ser fuerte si el guion decía que debía perder?
El carruaje cruzó las puertas mágicas que delimitaban los terrenos de la academia. A lo lejos, las torres imponentes se alzaban contra el cielo. Era un mundo en miniatura, un hervidero de alianzas, rivalidades y romance juvenil. El escenario perfecto para la tragedia que recordaba.
Irina cerró los ojos, inhaló profundamente y luego los abrió. En sus pupilas azules ya no había rastro de miedo. Solo una fría y clara determinación.
"Está bien", susurró para sí misma, mientras el carruaje se detenía. "Que la historia siga su curso. Que Liz sea la heroína de luz. Que Alexander sienta lo que tenga que sentir."
Bajó del carruaje, su túnica blanca ondeando. Su cabello blanco brillaba bajo el sol. Parecía la imagen de la inocencia. Pero su interior era de acero templado.
"Pero esta vez, la villana no va a esperar su turno para ser derrotada. Esta vez, la villana va a reescribir el final. Con o sin su permiso."
Y con ese pensamiento, Irina Sokolov, la ex-influencer, la Protectora, la Bruja Bondadosa, dio su primer paso en la Academia de Magia y Caballería. No para sobrevivir. Sino para conquistar.
Cuando el carruaje de Irina se detuvo frente a la imponente arquitectura de la academia, su corazón dio un pequeño vuelco. Una parte de ella, la que aún guardaba los recuerdos de risas y aventuras, albergó la ligera y tonta esperanza de ver a Alexander o a Elías esperándola en la entrada. Una sonrisa de bienvenida, un gesto que rompiera el hielo de dos años de distancia.
Pero no había nadie. Solo el bullicio impersonal de decenas de nuevos estudiantes, padres emocionados y sirvientes apresurados. Un pequeño apretón en el pecho, una decepción que se disipó tan rápido como llegó. «¿Qué esperabas, Irina?», se reconvino mentalmente. «No eres una niña anymore. Y ellos tienen sus propias vidas aquí.»
Un sirviente de la academia, con una frialdad profesional, se acercó y tomó sus maletas. "Lady Sokolov, sígame por favor. Le mostraré sus aposentos."
La habitación que le asignaron era funcional, pero fría. Piedra gris, muebles de madera oscura, una ventana que daba a un patio interior poco iluminado. Olía a polvo y encierro. Para cualquier otro, habría sido deprimente. Para Irina, era un lienzo en blanco.
Con un suspio, sacó un pequeño frasco de su bolsa de viaje. Contenía un polvo luminiscente que había creado mezclando esporas de hongos bioluminiscentes y un toque de magia de aire. Sopló suavemente sobre el polvo, esparciéndolo por las esquinas del techo. Al instante, unas tenues y agradables motas de luz, como luciérnagas minúsculas, comenzaron a brillar, imitando un cielo estrellado. No era mucho, pero transformó la atmósfera por completo. Era su toque. Su marca. Un recordatorio de que podía llevar luz incluso a los lugares más sombríos.
Al día siguiente sería la ceremonia de presentación. Sobre su cama yacía el uniforme académico. Era más elegante de lo que esperaba: una falda plisada de un tono negro que, efectivamente, le llegaba hasta los muslos, una impecable camisa blanca, un blazer beige con el escudo de la academia bordado en el pecho, y medias largas hasta la rodilla.
Se lo probó con una curiosidad que rápidamente se transformó en sorpresa. Los años de entrenamiento riguroso, de pelear con espada y canalizar magia, habían esculpido su cuerpo. Ya no tenía la figura delgada de una niña. Sus piernas eran fuertes y definidas, su cintura estrecha contrastaba con unas caderas más marcadas y unos hombros firmes. El uniforme, diseñado para una adolescente común, se ajustaba a sus curvas de una manera que era a la vez elegante y... llamativa. Parecía mayor de sus trece años.
Se miró en el espejo de cuerpo entero de la habitación. La joven que la devolvía la mirada era hermosa, sí. Pero era una belleza poderosa, segura. El cabello blanco como la nieve contrastaba dramáticamente con el beige y blanco del uniforme, y sus ojos azules brillaban con una inteligencia aguda. No era la belleza delicada de una damisela, sino la de una guerrera vestida para la corte.
Una sonrisa lenta se dibujó en sus labios. «Bueno, esto sí que puede ser un arma interesante.»
Se cambió y guardó el uniforme con cuidado, sintiendo un hormigueo de anticipación. Esa noche, acostada en su cama bajo el tenue brillo de sus "estrellas" artificiales, los nervios y la emoción se mezclaban. El miedo al destino seguía allí, en el fondo, pero ahora estaba cubierto por una capa de curiosidad y un creciente sentido de confianza.
Había llegado. Había sobrevivido a reencarnaciones, bestias, conspiraciones y al peso de una corona que no quería. La academia, con todos sus dramas y peligros, era solo el siguiente nivel. Y Irina Sokolov estaba más que lista para jugar.
Con esa noche, se dejó llevar por un sueño profundo y reparador, lista para despertar y enfrentar la ceremonia, a Liz, a los príncipes, y a cualquier destino que se atreviera a cruzarse en su camino.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭