Álvaro, creyente en la reencarnación, se encuentra atrapado en el cuerpo de Felipe, un ladrón muerto en un tiroteo. Con una nueva identidad, pero con la misma mente astuta y sedienta de justicia, decide vengarse de Catalina y de su amante. Usando sus habilidades empresariales y su inteligencia, se infiltra en su propia casa, ahora ocupada por otros, y empieza a mover las piezas de un plan de venganza que se va tornando cada vez más complejo.
Entre situaciones cómicas y tensiones dramáticas, la novela explora temas de identidad, amor, traición y justicia, mientras Álvaro navega en un mundo que no le pertenece, pero que está dispuesto a dominar. La lucha interna entre el alma de Álvaro y el cuerpo de Felipe crea un conflicto fascinante, mientras él busca vengarse de aquellos que lo destruyeron.
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El juego de la mente
La mansión parecía más silenciosa esa mañana. Catalina caminaba por los pasillos con un aire distraído, sosteniendo una taza de café. Las últimas semanas habían sido una montaña rusa emocional, y no podía negar que algo había cambiado. Su relación con Daniel, su amante, se sentía tensa, distante. Y luego estaba Felipe, ese misterioso trabajador que parecía estar en todas partes.
Catalina se detuvo frente a un gran ventanal, contemplando la lluvia que caía con fuerza. Su mente estaba llena de preguntas, y la más persistente de todas era: ¿por qué no podía sacarse a Felipe de la cabeza?
Mientras tanto, Álvaro estaba en la cocina, observándola desde lejos. Sabía que su plan avanzaba, pero no podía permitirse errores. Catalina era un rompecabezas, y él tenía todas las piezas. Lo que no esperaba era la creciente lucha interna que estaba experimentando. Felipe, o lo que quedaba de él, empezaba a reclamar espacio en su mente.
El primer quiebre
Esa tarde, Daniel llegó a la mansión. Su expresión estaba cargada de frustración. Catalina lo recibió en el vestíbulo, pero el ambiente entre ellos era denso.
—¿Qué ocurre ahora, Daniel? — preguntó Catalina, cruzando los brazos.
—Lo mismo de siempre, Catalina. Estás distante, como si tuvieras la cabeza en otro lado. ¿Hay alguien más? — replicó él, su tono acusador.
Catalina lo miró con incredulidad. —¿Alguien más? No seas ridículo. Estoy lidiando con muchas cosas, y no todo gira alrededor de ti.
La discusión se intensificó, y Álvaro, escuchando desde la cocina, sintió una satisfacción oscura. Había sembrado cuidadosamente esas dudas en Daniel durante los días anteriores. Un comentario aquí, una mirada allí. Los celos eran una herramienta poderosa.
Cuando la discusión terminó, Daniel salió furioso, dejando a Catalina sola en el vestíbulo. Álvaro apareció con un trapo en la mano, fingiendo estar limpiando una mesa cercana.
—¿Todo bien, señora? — preguntó, su tono lleno de una aparente preocupación.
Catalina lo miró, sus ojos brillando de rabia contenida. —No. Pero no tiene por qué preocuparse por eso, Felipe.
—A veces, hablar con alguien puede ayudar, — dijo él, su voz suave pero cargada de intención.
Catalina suspiró, pasándose una mano por el cabello. —No sé por qué te lo digo, pero todo se siente tan... vacío últimamente. Incluso las cosas que antes me hacían feliz.
Álvaro se inclinó ligeramente hacia ella. —A veces, el vacío es una señal de que estamos buscando algo más, algo verdadero.
Catalina lo observó con una mezcla de desconcierto y curiosidad. ¿Cómo podía este hombre, que no era más que un trabajador, entender tan bien lo que ella sentía?
El conflicto interno
Esa noche, Álvaro se sentó en la cama, mirando sus manos. Había logrado avanzar en su plan, pero algo dentro de él comenzaba a desmoronarse. Una voz, tenue al principio pero cada vez más clara, resonaba en su mente.
—No es tu vida, Álvaro. Es mía, — susurró Felipe.
Álvaro se puso de pie de golpe, mirando alrededor como si esperara encontrar a alguien en la habitación. —No puedes estar aquí. Yo tomé el control, — murmuró.
—¿Control? — la voz rió. —Te estás convirtiendo en mí, quieras o no. Y lo peor es que te gusta.
Álvaro cerró los ojos, intentando bloquear esa presencia. No podía permitirse distracciones. Pero la verdad era innegable: el carácter de Felipe, su astucia callejera, su falta de escrúpulos, se mezclaban con la mente calculadora de Álvaro, creando un híbrido peligroso.
Manipulación sutil
Al día siguiente, Catalina decidió pasar la tarde en el jardín, alejándose de la tensión que había surgido con Daniel. Álvaro, siempre atento, aprovechó la oportunidad.
—¿Te importa si me uno un momento? — preguntó, señalando una silla vacía junto a ella.
Catalina asintió, y él se sentó, dejando que el silencio se acomodara entre ellos antes de hablar.
—¿Te has preguntado alguna vez si estás viviendo la vida que realmente quieres? — soltó de repente.
Catalina lo miró, sorprendida por la pregunta. —¿Por qué lo preguntas?
Álvaro sonrió levemente. —A veces veo a las personas, cómo se mueven, cómo actúan, y pienso en todo lo que podrían ser si no estuvieran atrapadas en expectativas o relaciones equivocadas.
Sus palabras dieron en el blanco. Catalina bajó la mirada, jugueteando con una hoja que había caído sobre la mesa.
—No sé si estoy atrapada, — dijo finalmente. —Pero sí siento que algo me falta.
Álvaro inclinó la cabeza, estudiándola. —Quizás lo que te falta no es algo, sino alguien.
Catalina levantó la mirada, encontrando sus ojos. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Pero antes de que pudiera responder, un ruido los interrumpió. Daniel estaba de pie en la entrada del jardín, su expresión oscura al verlos juntos.
La confrontación fue inevitable. Daniel se acercó con pasos firmes, su voz cargada de ira.
—¿Qué está pasando aquí? — exigió, mirando a Catalina y luego a Felipe.
—Nada, Daniel. Estábamos hablando, — dijo Catalina, poniéndose de pie.
—¿Hablando? — se burló Daniel. —No me trates como un idiota, Catalina. Este tipo... este empleado, ¿qué está haciendo aquí?
Álvaro se levantó lentamente, enfrentando a Daniel sin vacilar. —Solo intentaba ayudar. Parece que alguien debe hacerlo.
La provocación fue calculada, y funcionó. Daniel lanzó un puñetazo que Álvaro esquivó con facilidad. Catalina gritó, intentando detenerlos, pero la tensión explotó en una pelea breve y caótica.
Cuando todo terminó, Daniel salió furioso, prometiendo que eso no quedaría así. Catalina, temblando, miró a Felipe, sus ojos llenos de confusión y una pizca de admiración.
—No debiste hacerlo, — dijo en voz baja.
Álvaro le ofreció una sonrisa tranquilizadora. —A veces, las cosas deben romperse antes de arreglarse.
Catalina no supo qué responder. Mientras subía las escaleras hacia su habitación, una sensación nueva se apoderó de ella: algo entre el miedo y la atracción.
Álvaro, solo en el jardín, recogió una rosa caída y la giró entre sus dedos. Su sonrisa era fría, calculadora.
—Un movimiento más, — susurró, lanzando la flor al suelo mientras un relámpago iluminaba el cielo.