"Sin Reglas"
París Miller, hija de padres ausentes, ha pasado su vida rompiendo reglas para llamar su atención. Después de ser expulsada de todas las escuelas, sus padres la envían a una escuela militar dirigida por su abuelo. París se niega, pero no tiene opción.
Allí conocerá a Maximiliano, un joven oficial obsesionado con las reglas. El choque entre ellos será inevitable, pero mientras París desafía todo, Maximiliano deberá decidir si seguir el orden... o aprender a romper las reglas por ella.
Una comedia romántica sobre rebeldes, reglas rotas y segundas oportunidades.
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capitulo 18
Narra Maximiliano William
El día comenzó como cualquier otro en el internado: rígido, monótono, con las mismas rutinas de siempre. Pero, en el fondo, sabía que este día sería diferente. Había prometido llevar a París fuera del internado, un respiro que necesitaba desesperadamente, aunque no estaba seguro de si me arrepentiría después.
París era... complicada. Desde el momento en que llegó, su presencia no dejó indiferente a nadie. Una niña de 17 años con un carácter explosivo, rebelde y con una lengua afilada que usaba como si estuviera en constante guerra con el mundo. Y aunque sus arranques de sarcasmo a veces me sacaban de quicio, también había algo en ella que me intrigaba. Era inteligente, perspicaz y, aunque no lo admitiera, vulnerable bajo esa fachada de arrogancia.
La llevé a un café porque sabía que un bar o una discoteca estaban fuera de discusión. París no tenía la edad para eso, y aunque a veces ella quisiera actuar como una adulta, no podía dejar de verla como lo que era: una niña que aún tenía mucho que aprender.
Durante la salida, me sorprendió lo fácil que fue hablar con ella. Compartimos cosas que no suelo contarle a nadie. Me encontré bajando la guardia, riendo incluso, algo que hacía mucho no me pasaba. Pero cada vez que notaba la chispa en sus ojos, me recordaba a mí mismo que entre nosotros no podía haber nada más que una amistad. Seis años de diferencia eran un mundo, sobre todo en etapas tan distintas de la vida.
Al regresar al internado, mi mente seguía dando vueltas. No podía ignorar el hecho de que París era diferente a cualquier otra persona que había conocido. Su manera de ver la vida, su terquedad, incluso su torpeza, eran tan opuestas a mi forma de ser que me encontraba a menudo preguntándome cómo era posible que llegáramos a entendernos.
Cuando estacioné el auto, Bianca apareció como si estuviera esperándonos.
—Señor William —me saludó con una sonrisa que intentaba ser dulce, pero que siempre me parecía calculada.
—Bianca —respondí, con un tono neutro.
—Quería comentarle algo —dijo, inclinando la cabeza como si estuviera a punto de revelar un gran secreto—. Las compañeras de París han estado diciendo que usted y ella salieron juntos. Obviamente, eso es absurdo. Sé que usted jamás haría algo así.
Me detuve, mirándola fijamente. Su tono era amable, pero la intención detrás de sus palabras era clara.
—¿Por qué sería absurdo? —pregunté con calma.
—Bueno, porque… ya sabe, París es solo una niña, y usted… usted no sale con nadie que no sean sus amigos del internado.
Sentí un ligero enfado ante su comentario. Bianca siempre encontraba la manera de menospreciar a París, y no iba a permitirlo.
—París es mi amiga —dije con firmeza—. Y sí, salimos juntos.
Vi cómo el rostro de Bianca cambió en un segundo. Su sonrisa se desmoronó, y por un momento, pensé que se desmayaría.
—¿A-amiga? —tartamudeó, intentando procesar mis palabras.
—Eso mismo —respondí, cruzándome de brazos—. No sé qué problema tienes con ella, pero te agradecería que dejaras de meterte en su vida.
Bianca no respondió de inmediato. Estaba roja de la rabia o de la vergüenza, no podía distinguirlo. Finalmente, se limitó a murmurar algo inaudible antes de alejarse, visiblemente molesta.
Suspiré, pasando una mano por mi cabello mientras caminaba hacia mi habitación. Aunque no lo admitiera, el comentario de Bianca me había molestado más de lo que esperaba. Sabía que mi relación con París podía dar lugar a malentendidos, pero no me arrepentía de haberla llevado fuera del internado. Ella necesitaba un respiro, y si yo podía darle eso, lo haría sin dudarlo.
Sin embargo, mientras me recostaba en la cama esa noche, no pude evitar pensar en lo que significaba mi relación con París. Sabía que no podía permitir que nada fuera más allá de una amistad, pero también sabía que ella estaba marcando un lugar en mi vida que no había permitido a nadie más ocupar.
París Miller era una tormenta, y yo estaba justo en el ojo del huracán.
[...]
En el internado, la jerarquía era clara y absoluta. Como oficial, era mi deber mantener el orden y la disciplina. La mayoría de los estudiantes lo entendían. Cada vez que levantaba la voz, todos respondían al unísono con un “¡Sí, señor!”. Era parte del ambiente militar. Pero había una excepción a esa regla: París Miller.
París nunca me hablaba con respeto militar, y curiosamente, no me molestaba. Ella me trataba como si fuéramos iguales, como si no fuera su superior ni le llevara seis años de edad. No me llamaba “señor William” como los demás, ni se dirigía a mí con la formalidad que mi rango exigía. En cambio, me hablaba con una mezcla de sarcasmo, familiaridad y hasta desafío, como si yo fuera simplemente Maximiliano, no un oficial de entrenamiento en un internado militar.
Al principio, esa actitud me desconcertaba. Pero, con el tiempo, me di cuenta de que su manera de tratarme era refrescante. No veía en mí al oficial que todos respetaban por obligación, sino a una persona. Y aunque nunca lo admitiría, había algo en esa confianza irreverente que me hacía reír internamente.
Aquel día, mientras caminaba por el patio, vi a lo lejos una escena que captó mi atención. Bianca estaba hablando con París, y aunque no podía escuchar lo que decían desde donde estaba, sus gestos eran claros. Bianca estaba intentando imponer su presencia, como siempre, mientras que París tenía los brazos cruzados y una expresión desafiante en el rostro.
Decidí acercarme sin que Bianca se diera cuenta. Me moví entre los arbustos, caminando con cuidado, hasta que estuve lo suficientemente cerca para escuchar. París, sin embargo, sí me vio, pero no dio señales de ello. Solo arqueó una ceja, como si se divirtiera al saber que estaba allí.
—Deja de fingir que eres especial, París. Todos sabemos que no perteneces aquí. No eres más que una niña consentida que está jugando a ser rebelde —decía Bianca, con su tono venenoso habitual.
—¿Eso es lo mejor que tienes? —respondió París con su característica prepotencia—. Porque, sinceramente, esperaba algo más original. ¿No te cansas de ser tan predecible, Bianca? Es casi aburrido.
—No me hables así, niñata. Yo estoy aquí por mérito propio, mientras que tú solo estás porque tu abuelo es el director. Sin él, ni siquiera habrías pasado por la puerta.
—¿Y eso te molesta? —París sonrió con desdén, inclinándose ligeramente hacia Bianca—. Porque, si lo hace, déjame decirte que no es mi problema. Tal vez deberías concentrarte más en tus propios defectos en lugar de obsesionarte conmigo.
Bianca abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo más, decidí intervenir. Me acerqué con pasos firmes, deteniéndome justo detrás de ella.
—¿Qué está pasando aquí? —dije con voz alta y autoritaria.
Bianca se giró de inmediato, su rostro palideciendo al darse cuenta de que estaba ahí. París, por su parte, permaneció impasible, con una ligera sonrisa en los labios.
—N-nada, señor William —tartamudeó Bianca, intentando recuperar la compostura.
—Eso no es lo que parece —respondí, cruzándome de brazos—. Bianca, estás en un internado militar, no en un patio de recreo. Le debes respeto a todos tus compañeros, incluidos aquellos con los que no te llevas bien.
—Sí, señor —respondió ella automáticamente, alzando una mano para ponérsela en la frente como si fuera a desmayarse.
—Por tu actitud, serás sancionada. Y espero que esto no vuelva a repetirse. ¿Está claro?
—Sí, señor —repitió, claramente irritada, pero sin atreverse a desafiarme directamente.
La vi alejarse con pasos tensos, mientras París se cruzaba de brazos, observando la escena con una expresión que mezclaba diversión y satisfacción.
—¿Disfrutaste eso? —le pregunté, arqueando una ceja.
—Un poco, no voy a mentir —respondió, encogiéndose de hombros. Luego añadió, con una sonrisa traviesa—: Aunque debo admitir que tienes talento para poner a la gente en su lugar.
—Es mi trabajo —respondí, tratando de sonar neutral, aunque no pude evitar sonreír levemente.
—Claro, señor William —dijo, imitando el tono formal de Bianca de manera exagerada.
Negué con la cabeza, reprimiendo una carcajada. París Miller era un caso aparte, pero había algo en ella que hacía que todo, incluso las confrontaciones más tensas, parecieran un poco más llevaderas. Y aunque no lo dijera en voz alta, estaba claro que este internado no sería lo mismo sin ella.
pero quisiera que terminase de otra forma