Mí Sirvienta.

Llegué a la mansión Winchester, esperando que la señora Malenka no hubiera notado mí ausencia durante éstos dos días que estuve cuidando a Chris. Pero, las cosas nunca salen como yo quiero, ella ya estaba esperándome pacientemente en su lujosa sala.

—Al fin te dignas a venir a trabajar, Rowellin –Me estremecí ante sus palabras, de pronto comencé a sentir pánico, no quería que me echaran, pero sabía que eso era lo que estaba apunto de ocurrir–.

—Señora Malenka, yo...

—No te di permiso de hablar –dijo, interrumpiéndome. Dios, odiaba a esta maldita bruja, su tono estaba cargado de arrogancia y desdén, ¡La odio!–. Has estado ausente por dos días, ¿Creíste que no iba a notar que le pediste a Nana y Buford que hicieran tu trabajo por ti? Eres más estúpida de lo que creí –Mi sangre hervía con cada asquerosa palabra que salía de su sucia boca–. Y no sólo eso, ahora resulta que ese mocoso está enfermo, espero que sepas que no pienso pagar su maldito tratamiento.

—No le he pedido dinero –espeté irritada, ¿Quién demonios se creía esa mujer que era?–.

Ella enarcó una ceja ante mí repentina respuesta, se cruzó de brazos e inclinó levemente su cabeza, mientras me observaba de arriba a abajo.

—Tal parece que has olvidado cuál es tu lugar bajo mí techo, escúchame bien, eres una sirvienta, eras MI sirvienta. Pero ya no más, recoge la basura que trajiste, estás despedida y ese niño, si aún está vivo, también está despido. Larguense de mí mansión antes de que le ordene a los guardias que los eche a la calle.

Aunque la odiaba, no podía darme el lujo de perder este trabajo, porque sabía que nadie contrataría a una niña de dieciséis años sin estudios. Entonces, tuve que humillarme, sí, tuve que suplicar.

—Señora, por favor, yo...

—No, ahorratelo, no quiero escucharte. Ahora discúlpame, tengo que ir a cenar con mí esposo. Cuando regrese, no quiero verte aquí.

Ella salió de la mansión y comencé a llorar, los demás empleados me observaban con lástima, pero ninguno podía hacer nada para ayudarme. Fui a mí cuarto y recogí mis pertenencias y las de Chris, no teníamos mucho, apenas una bolsa con la ropa de cada uno.

No pude evitar recordar sus palabras, «Debo ir a cenar con mí esposo». ¿Por qué Artemis cenaba con ella? ¿Es porque no le dí una respuesta clara? ¿Acaso no dijo que no la amaba? ¿Me estaba usando? Mientras más pensaba en todo eso, más lloraba. Me despedí de Nana y Buford, para luego abandonar la mansión Winchester. Regresé al hospital y mientras pensaba qué hacer con mí vida, me quedé dormida en las frías banquetas del lugar.

Al otro lado de la ciudad, en un lujoso restaurante, se encontraban Artemis Winchester y Malenka Novikova, quienes cenaban en silencio, ya que el hombre no estaba interesado en escuchar a la mujer. Así fue, hasta que ella dijo algo interesante.

—¿Supiste que el maldito jardinero estaba enfermo? –Preguntó y él negó, fingiendo demencia, claro que lo sabía, pero quería escuchar todo lo que había ocurrido en su ausencia–. Resulta que, mí sirvienta, estuvo ausente dos días, ¡Dos! Nana y Buford la suplantaron, pero obviamente no iba a permitir que se saliera con la suya. Antes de venir aquí, la esperé pacientemente, cuando llegó ella trató de explicar, pero no quise escuchar. Acontece que, el niño, es alérgico a las flores, eso lo supe gracias a que mandé a un guardia a investigar qué había ocurrido, ¿Cómo se le ocurre trabajar de jardinero si es alérgico a las flores? Obviamente, me enojé, lo despedí, claro está.

No pude evitar sentir satisfacción al saber que el niño ya no estaría cerca de mí conejito, pero mí alegría se desvaneció cuando ella continuó.

—También despedí a Rowellin, ¿Quién diablos se creía ella para hacer lo que quisiera en mí mansión? La eché a la calle, junto con ese maldito niño. Le dije que cuando regresaba, ella ya no debía estar ahí, o usaría la fuerza bruta, ¿No estuve genial? –sonrió, orgullosa de sí misma. Mientras que yo sólo quería atravesar su asqueroso cráneo con una bala–.

—¿Qué mierda hiciste? –siseé y ella me observó con confusión–. Ellos son niños, Malenka. Uno está enfermo, y la niña lo estaba cuidando, hiciste un drama sólo porque Rowellin se ausentó dos días? Ni siquiera tienen padres, eres desagradable.

Sin decir nada más, me puse de pie y salí del lugar, ignorando sus súplicas y disculpas. Tenía que salir de ahí, porque si la escuchaba una sóla vez más, la mataría. ¿Cómo se atrevía la maldita a echar a mí conejito de mí propia casa?

Subí a mí auto y comencé a conducir al hospital más cercano de la mansión, llegué en menos de diez minutos. Ingresé y caminé hacia la sección de internados, ví en una banqueta a una niña dormida, era ella, mí conejito.

Me acerqué a ella, estaba helada. Su preciosa piel lechosa, estaba levemente sonrojada por el frío del desagradable lugar. Me quité mí abrigo y la cubrí completamente con él.

—Conejito, despierta... –Murmuré, mientras comenzaba a acariciar su precioso rostro. Mí conejito abrió levemente los ojos, estaban cargados de tristeza y agotamiento, se familiarizó con el entorno y finalmente me miró–. ¿Qué ocurrió, conejito? ¿Estás bien?

Mí conejito comenzó a hacer un puchero y sus ojitos se llenaron de lágrimas, se ocultó en mí pecho y comenzó a llorar. La abracé con fuerza, sé que dije que estaría satisfecho al tenerla llorando en mí pecho, pero, al verla así, completamente derrotada y destruida, sólo sentí angustia y odio.

Angustia hacia mí pequeña, y odio hacia Malenka. Iba a hacerle pagar por hacer llorar a mí conejito. Esa mujer no iba a salirse con la suya, porque de eso me encargaba yo.

Cuándo mí conejito se calmó, finalmente me miró a los ojos.

—Me metiste, dijiste que no iban a echarme, ¡Y mírame, me echaron! –comenzó a sollozar de nuevo–. ¡Ahora vivo en la calle!

—Shh... Cálmate, conejito –tomé su rostro en mis manos, secando sus lágrimas suavemente–. Dije que nadie iba a echarte, y nadie va a hacerlo. Ven, regresaras a la mansión conmigo.