Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.
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Capítulo 2: Fabián y Germán
El niño dejó su celular a un lado, y se acercó a la ventana, en cuanto escuchó el ruido que producía aquel motor. Desde ahí pudo ver que el auto de su padre ya no era el único del estacionamiento. Este hecho podría parecer irrelevante para cualquier otra persona; sin embargo, no era así para él. En la semana que llevaban habitando su nuevo departamento, ningún vehículo, de ninguna clase, se había acercado al complejo, ni siquiera por una visita. Ninguna otra familia, de las pocas que habitaban el lugar, poseía un medio de transporte propio, además de una bicicleta. Solamente Fabián y su hijo.
—Papá, se bajaron una señora y una nena —exclamó Germán, dominado por la curiosidad que lo caracterizaba—. Ya entraron al complejo. Tienen unas valijas ¿Se mudarán acá?
—Puede ser —respondió su progenitor, interrumpiendo la revisión de los pedidos que tenía para el día siguiente —. Tal vez vos y la nena se hagan amigos.
Ese era uno de los más grandes deseos de Fabián, sólo quería lo mejor para su hijo. Germán debía ser feliz en el departamento nuevo. No obstante, y a pesar de que no demostró en ningún momento señal de malestar o infelicidad, no consiguió hacer ningún amigo durante los siete días transcurridos desde la mudanza, pues casi no había niños en aquel lugar. Exceptuando a sus compañeros de escuela, y los del club deportivo, no se relacionaba con otros de su edad.
Ni siquiera había tenido la suerte de llegar a intercambiar más de dos palabras con la nena de la torre 7, la única infante del lugar hasta la llegada de ambos. Fabián no dejaba de preguntarse todos los días si él mismo no sería la razón por la que nunca hubo algún encuentro fortuito entre esa niña y su hijo. Le era prácticamente imposible ignorar la tensión que creía percibir entre la madre de la niña y él, desde la primera vez que se vieron.
No podía entender cuál era el problema que aquella mujer tenía con él, qué era lo que tanto le desagradaba de su presencia ahí, pero era innegable que algo no estaba bien. Podía creerse que era debido al incidente de dos días atrás, pero nadie sería capaz de convencer de eso a Fabián, pues estaba seguro de que ese repelús hacia él tuvo su inicio el día en que fue a visitar el complejo, acompañado de uno de los dueños del lugar.
Aún estaba tratando de decidir qué lugar habitaría junto a su hijo, pero optó por aquel sitio luego de visitarlo, revisarlo, y de haberlo comparado con las demás opciones, considerando detalles como la ubicación y el precio. En esas cavilaciones había cometido el error de no tomar en consideración la mirada de aquella mujer en bata, con la que se encontró casi al instante siguiente de haber atravesado el portón principal, acompañado por Daniel.
—Hola, Reyna, buen día —la saludó este último, seguido por un saludo mudo de Fabián.
Él llegó a percibir esa mirada llena de recelo que esa desconocida tenía hasta que su acompañante le dirigió la palabra. El gesto en el rostro de Reyna rápidamente cambió por otro que intentaba ser cordial.
—Es por acá —le indicó Daniel a su posible futuro inquilino.
Reyna los contempló un momento retirarse, para luego volver sobre sus pasos.
—¿Esa mujer salió para verme nada más? —se preguntó Fabián a sí mismo, al verla entrar en la torre 7 — No parecía que estuviera haciendo algo.
—Vive acá desde hace cinco años —dijo Daniel, sacándolo de su ensimismamiento, mientras ambos subían por las escaleras de la torre 3, hasta el tercer piso—. Tiene un contrato por veinticuatro meses. Siempre lo renovamos, por supuesto. La pobre no tiene garantía, pero como los dos somos buena gente, le hice el favor de alquilarle igual. Así soy yo. Dijiste que buscabas comprar, ¿no?
—Sí, un lugar fijo, donde podamos vivir mi hijo y yo, pero hasta que encuentre uno, busco un lugar para alquilar—respondió Fabián, intentando que su comentario dejara claro que esa búsqueda todavía continuaba, que no había prometido alquilar ya el departamento que iban a revisar, ni nada parecido.
La información no solicitada sobre la tal Reyna debía tener por finalidad, según dedujo el padre de Germán, el darle a entender que vivir ahí era algo muy placentero. Después de todo, si esa mujer eligió vivir ahí durante todo ese tiempo, debía haber un buen motivo.
No obstante, sintió alegría cuando Daniel siguió hablando, pues se refirió a las características y comodidades del complejo, en lugar de preguntar por la madre de su hijo. A todas las personas con las que trató hasta ese momento, en su búsqueda de un buen lugar para vivir, les llamaba la atención el hecho de que afirmara mudarse con su hijo, sin agregar "y mi mujer". Se veía forzado a hablar de eso, y aunque lo resumiera en una oración, de cinco palabras o menos, no le gustaba tocar el tema. Por primera vez, él y su interlocutor lo obviarían.
El lugar era todo lo que se describía en el anuncio que encontró por internet, después del consejo de Argelia. Tenía espacio suficiente para los dos, para permitirles conservar ordenadamente todas sus cosas. Era de los pocos departamentos del lugar que contaban con dos habitaciones, en lugar de con una sola, lo que Fabián consideraba muy importante. Esto y la ubicación del complejo (no muy lejos de la escuela a la que asistía el muchacho, y de su almacén de milanesas) fue lo que lo llevó a decidir que quería vivir ahí, horas después de su entrevista con Daniel. El tercer aspecto que lo condujo a esa decisión fue la mentira que el dueño del complejo le dijo, y que él creyó ingenuamente.
—¿Hay familias con niños? —le preguntó, mientras revisaban juntos las condiciones en las que se encontraba el baño.
—Es por tu nene, ¿no? Sí, hay. Seguramente va a conseguir varios amiguitos rápido. Por ejemplo: Reyna, la mujer que vimos recién, vive sola con su nena. Ahora tiene ocho años.
Fabián se alegró al escuchar que aquella niña desconocida tenía solo un año menos que Germán. Eso era lo que estaba buscando.
—¿Y qué pasó con el padre de la nena? —preguntó, sólo para arrepentirse, y sentirse mal consigo mismo, al instante siguiente de haber pronunciado esas palabras, ya que era lo mismo que el resto de la gente hacía con él.
—La verdad, no estoy seguro —respondió el hombre canoso—. Casi no habla sobre ese tema.
Con este nuevo sentimiento de culpa, Fabián tuvo un motivo extra para querer cambiar de tema.
Luego de todo lo que vio y escuchó, consideró aquel sitio como el mejor de todos los que había visitado. Así lo pensó mientras hablaba con Daniel, y así lo decidió poco tiempo después. Él y su hijo debían vivir ahí.
Tuvieron que seguir ocupando aquel compacto departamento de una única habitación durante casi un año más, pero una vez que los trámites correspondientes fueron hechos, el 5 de enero ya se encontraban viviendo en esa torre. Dos días después ya había acabado definitivamente la mudanza. Para ese entonces, el padre soltero no pudo evitar percatarse de la ausencia de niños en aquel sitio.
—Es que la mayoría se fue durante este último mes —le explicó Daniel, cuando Fabián le planteó su duda—. Pero ya van a venir más. Este lugar tiene bastante demanda.
Su explicación tenía sentido, pero Fabián siempre tuvo la sensación de que ese hombre lo había engañado, decidido a alquilarle ese departamento. No obstante, una parte de él deseaba que fuera así, haber caído en un engaño, ya que si eran ciertas esas últimas palabras de aquel hombre, podía existir algún tipo de problema en aquel sitio que obligaba a la gente a abandonarlo. Prefería decirse que había sido ingenuo antes que aceptar que muchas personas eligieron irse a vivir a otro lado. Mantendría la fe en el futuro, en que Daniel al menos fue sincero al hablarle de la demanda que esos departamentos tenían. La presencia de esa niña, una semana después de empezar a vivir ahí, renovó sus esperanzas.
—¡Fueron a lo de la abuela Argelia! —le informó su hijo, tras volver a entrar a su hogar— Las dejó pasar a las dos. Ahora están adentro con ella.
—¿Y la nena te vio así? —le preguntó el padre, con una sonrisa juguetona, haciéndole notar al muchacho que salió vestido únicamente con una remera, medias y calzoncillos— Ojalá te haya visto, así la próxima vez no sos tan distraído, y no salís tan atropelladamente.
Sonrojado, mezcla de enojo por el comentario de su papá, y de vergüenza al imaginar el posible escenario que se le planteó, Germán aclaró que eso no ocurrió porque él no era visible para ninguna de las dos, debido a la distancia y al lugar desde donde estaba mirando.
Mientras su nene se dirigía hacia su habitación, en búsqueda de un pantalón, por orden de él, pues consideraba que ya había transcurrido suficiente tiempo desde el desayuno, se puso a pensar en esta nueva información recibida.
Recordó que Argelia le había mencionado, en una ocasión, que existía la posibilidad de que su nieta fuera a vivir con ella. El equipaje que Germán mencionó lo llevó a suponer que esa nena era la nieta mencionada, y que la mudanza se había llevado a cabo efectivamente. No podía recordar si la señora le había explicado el por qué de este cambio, pero ya se lo preguntaría cuando llegara la ocasión. En aquel momento, sólo podía pensar en lo bueno que era que esa niña viviera en casa de Argelia, ya que eso facilitaba mucho el inicio de la amistad entre ella y Germán. No debía ser como con la hija de Reyna.
No podía evitar suponer que esa mujer había intervenido de alguna manera, pues le era imposible creer que sus hijos no hayan coincidido en ninguno de esos siete días, en especial tomando en cuenta la facilidad de Germán para hacer amistades.
Lo primero con lo que sus ojos se encontraron al atravesar el portón principal de aquel complejo de torres, en esa primera semana de enero, fue otra mirada despectiva por parte de esa madre soltera, haciendo que recuerde la anterior.
A pesar de que la volvió a ignorar, Reyna volvió a mostrar el mismo gesto en cada breve y casual encuentro que protagonizaron, hasta que ocurrió ese último en la madrugada del quinto día, en el cual su cara no fue lo que capturó su atención.
Sé había despertado poco antes de las 7 de la mañana y, por más que lo intentó, no pudo volver a conciliar el sueño. Su primera idea fue hacer lo que siempre hizo en esos casos: permanecer acostado, sin dormir, hasta la hora de levantarse. Pero pronto lo asaltó el deseo de salir a respirar el aire de la madrugada, cosa que no hacía desde algunos años atrás. Con estos pensamientos nostálgicos en su cabeza, se levantó de la cama y comenzó a vestirse cuando el reloj de la pared marcaba las 7:23.
Sin hacer el menor ruido, para no despertar a su hijo, y sin detenerse a probar ni un solo bocado, salió a complacer su pequeño deseo. Con un único segundo en el exterior fue más que suficiente para convencerse de que había sido una buena idea, así que optó de inmediato por dar un paseo por todo el lugar.
Luego de bajar las escaleras, la caminata comenzó, y terminó de forma abrupta, cuando sus ojos se toparon con la inesperada figura de Reyna ¿Qué estaba haciendo esa mujer por ahí, a esa hora, completamente desnuda? Nunca lo supo.
Ella se percató de la presencia del hombre casi un segundo después de haber sido vista por este. Con un grito de alarma, se apresuró a cubrir sus pechos con su brazo izquierdo, y su entrepierna con la mano derecha, para luego retirarse del lugar con la mayor velocidad que le fue posible alcanzar.
Fabián regresó a su casa sin hacer más, con un fuerte sentimiento de incomodidad por lo que había pasado.
Agradeció no habérsela vuelto a encontrar en los días que vinieron después. Cada vez que su mente lo llevaba al recuerdo de aquel incidente, hacía el esfuerzo, durante casi un minuto completo, de encontrar una explicación. Lo único que podría explicar eso sería que la mujer, tras alguna desafortunada serie de eventos, había quedado afuera de su casa por accidente, en las condiciones en las que la encontró. No obstante, esa teoría no tardaba nada en caerse a pedazos. Además del hecho de que las puertas de esos departamentos no contaban con ningún tipo de cierre automático, el vio claramente cómo ella pudo entrar a su vivienda sin ningún inconveniente.
Siempre acababa por desechar el asunto, concentrándose en su labor del momento.
El tiempo diría si resultaría posible la amistad entre su hijo y la hija de aquella extraña mujer.
En esos momentos, mientras pensaba en su trabajo, se decía que debía poner sus esperanzas en la nieta de Argelia.
—Ya vamos a conocerla —le dijo al niño en cuanto este volvió a la sala.