NovelToon NovelToon
Carrera Contra La Mafia

Carrera Contra La Mafia

Status: En proceso
Genre:Traiciones y engaños / Atracción entre enemigos / Polos opuestos enfrentados / Triángulo amoroso
Popularitas:555
Nilai: 5
nombre de autor: Edgar Romero

El sueño de Marcela Smith es convertirse en campeona de Fórmula Uno, sin embargo deberá lidiar contra una mafia de apuestas ilegales, sin escrúpulos, capaz de asesinar con tal de consumar sus pérfidos planes de obtener dinero fácil y que no querrán verla convertida en la mejor del mundo. Marcela enfrentará todo tipo de riesgos y será perseguida por los sicarios vinculados a esa mafia para evitar que cristalice sus ilusiones de ser la reina de las pistas. Paralelamente, Marcela enfrentará los celos de los otros pilotos, sobre todo del astro mundial Jeremy Brown quien intentará evitar que ella le gane y demuestra que es mejor que él, desatándose toda suerte de enfrentamientos dentro y fuera de los autódromos. Marcela no solo rivalizará con mafias y pilotos celosos de su pericia, sino lidiará hasta con su propio novio, que se opone a que ella se convierta en piloto. Y además se suscitará un peculiar triángulo amoroso en el que Marcela no sabrá a quién elegir par a compartir su corazón. Mucho amor, romance, acción, aventura, riesgo, peligros, misterios, crímenes sin resolver, mafias y desventuras se suman en ésta novela fácil de leer que atrapará al lector de principio a fin. ¿Logrará Marcela cumplir su sueño?

NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 2

  Mi papá era carpintero y el primer carro que manejé lo hizo, justamente, mi padre. Era de madera, muy tosco, rudimentario, incómodo, con pedales, un asiento pequeño, hecho con cartón y yo apenas cabía adentro. Ya tenía seis años y quería manejar un bólido e ir a gran velocidad por las veredas del parque, compitiendo con las golondrinas. Intenté sumergirme en la cabina pero me era imposible, -Es muy incómodo papá, no quepo-, le protesté porque tenía que estar con las rodillas pegadas a mi cara y no alcanzaba a tomar el timón ni manejar los pedales, ni siquiera podía mover los brazos. Era una ratonera.  Mi padre no era buen carpintero, no calculó bien los espacios y por eso yo me sentía metida en una lata de sardinas, incluso apenas respiraba y me sentí apenada por tanto esfuerzo de papá en balde.

   -Es que cada vez estás más grandota, hijita-, aceptó mi padre, empero, sin perder la calma, riendo tranquilamente, desarmando otra vez el carrito. Estuvo casi toda la noche martillando las tablas, acomodando y ajustando los pedales, charolando la madera y claveteando los cojines de cartón para sentirme cómoda y pudiera alucinarme uno de esos pilotos de la Fórmula Uno que tanto admiraba. El timón lo hizo con una rueda de un triciclo y hasta le amarró varias linternas para que hagan de luces, empero yo no cabía en ese bólido de madera y eso me desilusionaba mucho.

  -¿Por qué mejor no le compras una casa de muñecas a tu hija? es lo que hacen todos los padres del barrio, tú tratas a Marcela como si fuera un ser extraterrestre-, renegó mi mamá, viendo a mi padre desarmando por enésima el carro de madera. -A Marcela le gusta mucho los bólidos de carrera-, me defendió mi papá. -Lo único que vas a conseguir es que se lastime-, porfió mamá, meneando la cabeza, disgustada.

   En realidad el gusto por los carros, como bien suponen, fue por mi padre. A él le gustaba ver las carreras de Fórmula Uno, incluso soñaba en pilotear algún día uno de esos bólidos aerodinámicos, que rugen como leones en la pista, y que son capaces de romper la barrera del sonido. No se perdía ninguna competencia y a veces apostaba los resultados, aunque nunca ganó ni un centavo,.

    Cuando mamá quedó embarazada de mí, él papá estaba convencido de que tendrían un niño y sin pensarlo dos veces ni midiendo posibilidades,  compró un centenar de carritos de todo tamaño, incluso vehículos  peluches y autos a control de remoto,  y colmó la casa de armatostes de todos los modelos, en espera de su heredero. Meses  después mamá se hizo la ecografía y el ginecólogo le anunció que esperaban una niña. Mi madre se molestó mucho con papá. -Has gastado una fortuna en carritos y tendrás una hija, debiste esperar los resultados, eres un gran tonto-, le reprochaba la siempre huraña de mi madre.

   -Las chicas manejan carros también-, mi papá era muy orgulloso y no aceptaba que lo reprendieran, sin embargo. Fue tan terco, incluso,  que compró más carros. Cuando yo llegué al mundo, entonces, mis juguetes eran los carritos.

   A mí me gustaban pese los reniegos de mi madre. Me entretenía largas horas haciéndolos rodar y en el colegio los dibujaba en mi cuaderno, incluso me imaginaba conduciéndolos, participando en las mejores carreras del mundo, desafiando la velocidad.

   Mis amigas decían que yo estaba loca y que me faltaba un tornillo pero eso me daba más ínfulas para, algún día, cristalizar mis anhelos y lograr mis sueños de competir en la Fórmula Uno.

   -¿Por qué tú no tienes carro, papá?-, le pregunté una tarde cuando iba paseando por el parque jalando de una larga cuerda mi carrito preferido, un aerodinámico rojo que al rodar iba entonando canciones de moda. Yo lo llevaba sujeto como si fuera un perrito. Mi padre me miró con tristeza. -No alcanza el dinero, hijita-, aceptó él dolido. Eso era cierto. Lo que ganaba él como carpintero era exiguo. Mi madre ayudaba con costuras que hacía a destajo. Por eso, estoy segura, no tuvieron más hijos. Yo acaparaba todas sus atenciones.

   -Cuando sea grande y una exitosa profesional te compraré un carro, papá-, le decía alzando mi naricita, haciendo brillar mis ojitos. Mi padre reía encantado. -Sé que lo harás mi hijita-, decía emocionado mientras íbamos por los empedrados y yo le seguía jalando orgullosa mi carrito.

   Mi padre arregló el auto de madera y por fin pude sentarme. Seguía siendo muy tosco, cuadrado, igualito a un tractor, tenía pedales que accionaban las cadenas para que las ruedas puedan girar. Emocionada fui a dar una vuelta por el parque subida a mi carrito  y los chicos se reían viéndome afanosa, haciendo mucho esfuerzo para que esa cosa pudiera moverse. Se mofaban y me hacían sorna. -¡¡¡Bota esa porquería!!!-, decían, pero eso me daba más coraje. No les hacía caso y me empecinaba más y más para poder mover el armatoste hasta que al fin, empecé a dominarlo y a correr muy rápido por las veredas, los empedrados, incluso en los pastos. El autito de madera de papá estaba mal hecho sin embargo resultaba práctico, ligero, tenía frenos y hasta mi padre le puso un cornetín que hacía de claxon. Los muchachos entonces quedaron boquiabiertos viendo mi pericia en el timón, una rueda de triciclo que funcionaba muy bien.  Después que di la vuelta a todo el perímetro, haciendo un supremo esfuerzo, pedaleando con energía,  llegué donde mi papá y me lancé  emocionada en sus brazos.  -¡¡¡¡Qué lindo carro, papá!!!-, empecé a llorar alborozada y mi padre sonrió bajo sus mostachos gruesos que alfombraban su boca.

   -Sabía que podrías hija-, me dijo cargándome sobre sus hombros. Luego escribió algo en una hoja de papel y lo metió dentro del carro, en el cajón que simulaba de motor.

   -Cuando ya seas grande, hija, leerás esa hojita y te llevarás una gran sorpresa-, me aseguró.  Esa frase se me quedó impresa en mi cabeza como una impronta que jamás pude olvidar.

1
Mary Mejía
que tan ruin es ese tal Irons del que tiene que cuidarse Marcela y la escuderia rayo azul
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play