Santiago es el director ejecutivo de su propia empresa. Un ceo frío y calculador.
Alva es una joven que siempre ha tenido todo en la vida, el amor de sus padre, estatus y riquezas es a lo que Santiago considera hija de papi.
Que ocurrirá cuando las circunstancias los llevan a casarse por un contrato de dos años,por azares del destino se ven en un enredo de odio, amor, y obsesión. Dos personas totalmente distintas unidos por un mismo fin.
⚠️ esta novela no es para todo publico tiene escenas +18 explícitas, lenguaje inapropiado si no es de tu agrado solo pasa de largo.
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El primer encuentro.
así me imagino a Santiago Rinaldi.
...NARRADO POR SANTIAGO...
Estoy con unos socios cerrando un trato. Se firman documentos, se estrechan manos, se ofrecen brindis, pero lo único que me interesa es que las cifras cuadren y que la tinta esté donde debe.
—El señor Beltrán está de fiesta —comenta uno de mis socios, haciendo una pausa para dar una calada a su cigarro.
Asiento sin mucho interés, soltando lentamente el humo del mío.
—Mandó una invitación… pero fue más por compromiso que por otra cosa —agrega.
—¿Y qué haces aquí? Deberías estar ahí —bromea otro.
—¿Soportando a una niña de papi? No me gusta desperdiciar mi tiempo.
—¿Cómo sigue tu abuela?
—No vine a hablar de mi vida privada —respondo con tono seco.
Mi hermano se levanta para pedir algo en la barra. Miro mi celular. Varias llamadas perdidas… todas de mi abuela.
Un grupo de mujeres entra al lugar y se acomodan en las piernas de algunos de los hombres de la mesa. Yo solo dejo que una me sirva una copa. Nada más.
—Tu abuela se hizo muy amiga de los Beltrán mientras estuviste fuera —comenta otro de los socios, mirándome con curiosidad.
—En lo que a mí respecta, es libre de llevarse con quien le dé la gana.
Mi hermano sonríe, como si supiera algo que yo no. Me levanto y estrecho la mano con los presentes. Él me sigue hacia la puerta trasera. Al salir, una jovencita choca conmigo.
—Lo siento —dice ella, bajando la mirada.
—Niña, a este club no se puede entrar siendo menor de edad —le espeta mi hermano.
Ella lo fulmina con la mirada.
—Soy una persona adulta, señor.
Trata de sonar firme, pero cuando me mira, su voz cambia. Hay algo… extraño en esa mirada. No sé qué, ni me importa.
Paso de largo.
—¿Se te hizo conocida? —pregunta mi hermano.
—No. Y siendo sincero, no me interesa.
Subo a mi carro, él apenas alcanza a entrar antes de que arranque. En poco tiempo llegamos a casa de mi abuela. Apenas bajamos, mi hermano resopla al ver a nuestros padres dentro.
—Lo que faltaba.
Subo las escaleras sin decir nada. Entro a la habitación y me congelo al verla. Mi abuela respira con ayuda de un tanque de oxígeno. Se ve débil, pero sus ojos siguen teniendo esa fuerza que siempre me impuso respeto.
—¿Cómo te fue en la fiesta? ¿Conociste a los Beltrán? ¿Verdad que son buenas personas? ¿Y qué tal Alva?
—No fui, abuela. Tenía un negocio que atender.
Ella se agita de inmediato, y yo me paso las manos por el cabello con frustración.
—Solo una cosa te pedí. Ni estando en mi lecho de muerte eres capaz de hacer algo por mí.
Tose. Me acerco y le tomo la mano.
—Está bien, abuela. Abriré un espacio en mi agenda. Iré a verlos.
—No solo a Leo. También a su esposa. Y a su hija.
—Como quieras. Descansa, ¿sí?
Bajo las escaleras. Mis padres me esperan al pie.
—¿Te vas a quedar? —pregunta mi madre.
—Sí.
No digo más. Me encierro en la habitación que tengo en esta casa. No enciendo las luces. Solo me quito el saco, los zapatos, y me dejo caer en la cama.
Mis padres me dejaron a cargo de mis abuelos cuando era niño. Se fueron de viaje como si tener un hijo les estorbara. Es a ellos, a mis abuelos, a quienes les debo todo. Estoy donde estoy por su educación, su carácter, su disciplina.
Me quedo dormido. La alarma del celular me despierta. Me ducho, me visto. Al salir, ahí están otra vez.
—¿No deberían estar en alguno de sus tantos viajes? —pregunto con frialdad.
—Mi madre está enferma. No pienso irme de aquí —dice mi madre, secándose las lágrimas.
—Si es por la herencia, pueden irse tranquilos. Pienso donarlo todo a gente que realmente lo necesite.
—No le hables así a tu madre —responde mi padre, alzando la voz.
Lo ignoro y me dirijo a la salida.
—Espero no verlos cuando regrese.
Subo a mi carro. Mi hermano vuelve a meterse antes de que cierre la puerta.
—Bájate. Regresa con nuestros padres.
—Ellos saben que trabajo contigo. Además, no quiero estar con ellos.
No discuto más. Manejo hasta la empresa de mi abuela. Al llegar, entrego las llaves para que estacionen mi carro. Camino directo a mi oficina.
—Consígueme el número de la familia Beltrán —le digo a mi secretaria.
Pero apenas unos minutos después, ella entra de nuevo.
—Señor, el señor Beltrán está aquí. Quiere hablar con usted.
—Hágalo pasar.
—Por aquí, señor Beltrán. El señor Santiago lo recibirá.
Entra con una mirada seria, imponente.
—Mandé la invitación. Es una falta de respeto que no pudiera avisar que tu abuela no asistiría.
—No creo que la fiesta se haya cancelado por eso.
—¿Dónde está tu abuela?
—No soy un empleado para que me hables como si tuvieras poder sobre mí.
—No lo eres, porque si lo fueras, hace mucho te hubiera despedido. Te recuerdo que tu abuela es mi socia. Tengo derecho a saber dónde está.
—Su socia es ella. No yo. Pregunte por ella con los empleados.
—Jamás permitiré que te acerques a mi familia. Díselo a tu abuela.
—No se preocupe. Con un padre como usted, ya me imagino cómo es el resto. Creen que todos están por debajo de ustedes. No me interesa tener ningún tipo de lazo.
—Qué bueno que te quede claro: estás muy por debajo de mi familia.
Se da media vuelta y sale.
"Pero qué mierda..."
Así que ese es el misterio que se trae mi abuela. Ella insistiendo en que son buenas personas... ¿y eso es lo que oculta?
El resto del día no logro concentrarme. Ese viejo arrogante me arruinó el ánimo. Recojo mis cosas para irme. Al bajar, algo llama mi atención: una vendedora de galletas está en recepción. Cuando me ve, se paraliza.
—¿Qué hace una vendedora de galletas dentro de la empresa? —le reclamo a la recepcionista.
—Disculpe, señor. No es una vendedora de galletas...
La ignoro. Observo bien a la joven. No tiene pinta de vendedora. Parece más bien una estudiante que se escapó de clases. Me mira con nerviosismo, como si me conociera… o como si temiera algo.
—No dejen entrar a cualquiera —digo con desdén antes de salir.
Subo al auto, pero mi mente no deja de girar. ¿Qué se trae mi abuela?
Al llegar a casa, subo directo a su habitación. Entro sin tocar, con el rostro tenso.
—Ahora sí, abuela. ¿Por qué ese viejo Beltrán me dijo que jamás dejaría que me acercara a su familia? Ni siquiera los conozco.
Ella se ríe. Una risa que me inquieta. Me mira con ternura, pero también con una chispa de verdad que he temido escuchar desde que volví.
—Siéntate, Santi…
Tengo que contarte algo.
Me encantó el personaje de Jacobo jaja le daba alegría a la trama.. Excelente por favor siga con mas trabajos así.