"He regresado de las profundidades del infierno, un viaje oscuro y tortuoso, para reclamar lo que me pertenece. Soy Lucía Casanova, la única heredera de una dinastía marcada por la traición y el secreto. Mis enemigos pensaron que podían arrebatarme mi legado, pero no conocen la furia que despierta en mí la injusticia. Ahora, con cada paso que doy, el eco de mi venganza resuena más fuerte. ¡El tiempo de la redención ha llegado!"
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Capitulo II Recuerdos
Punto de vista de Sebastián
Estaba en una reunión en casa de mis padres, estábamos compartiendo con la familia de mi esposa Amelia Santos, ella había estado conmigo en los momentos más difíciles y me ayudó a superar mis heridas del pasado. Está era una ocasión especial, ya que Amelia me había dicho que estaba esperando a nuestro primer hijo, estaba emocionado y quería tirar la casa por la ventana.
“Felicitaciones hijos, esta es una gran noticia”. Levantó su copa Alfredo Santos, mi suegro.
“Gracias, señor”. Respondí alzando mi vaso de whisky.
“Mi nieto será un niño bendecido, nuestras familias están en su mejor momento, así que su llegada terminara de forjar nuestros lazos”. Intervino mi padre Gulliermo Lombardi.
Mientras tanto mi madre Lucrecia Pernía y mi suegra Celina Rosas hablaban muy emocionadas con Amanda; sin embargo, yo no podía disfrutar del todo este momento, había algo que no me permitía ser feliz, el recuerdo de aquella joven hermosa de mirada tierna y voz dulce invadía mi mente. El recuerdo de Lucía me atormentaba todos los días, ella era pura e inocente y yo tomé esa pureza y la destroce sin piedad, pero tenía que hacerlo, tenía que ayudar a mi familia ya que los Casanova nos habían desfalcado y casi nos dejan en la ruina, tanto a mi familia como a la familia de Amanda.
La conversación a mi alrededor se convertía en un murmullo lejano mientras mi mente vagaba hacia aquel pasado que tanto intentaba olvidar. La risa y los brindis parecían burlarse de mis pensamientos oscuros. A pesar de la alegría que me rodeaba, el peso de mis decisiones me oprimía el pecho.
“¿Todo bien, Sebastián?” me preguntó Amelia, interrumpiendo mis cavilaciones. Su mirada llena de preocupación me hizo sentir culpable. Ella merecía toda mi atención en este momento especial.
“Sí, claro. Solo pensaba en el futuro”, respondí con una sonrisa forzada, intentando ocultar la tormenta interna que me asediaba.
“Es un futuro brillante”, dijo ella, tomando mi mano y apretándola suavemente. “Nuestro hijo será muy afortunado de tenerte como padre.”
Su fe en mí fue un bálsamo momentáneo, pero la sombra de Lucía seguía acechando. Recordaba su risa contagiosa y cómo iluminaba cualquier habitación con su presencia. Había sido un error inexcusable dejarla atrás, pero la presión familiar y la necesidad de proteger a los míos siempre habían prevalecido.
Mientras Alfredo compartía historias sobre su propia paternidad, sentí un nudo en el estómago. ¿Cómo podía ser un buen padre cuando había arrastrado tanto dolor a lo largo de mi vida? La culpa me carcomía por dentro. Había tomado decisiones difíciles para salvar a mi familia, pero ¿a qué precio?
“Sebastián, ¿quieres compartir algo?” me preguntó mi madre con una mirada inquisitiva. Su tono era suave, pero sabía que ella había notado mi distracción.
“Solo... estoy agradecido por tenerlos a todos aquí,” dije finalmente, buscando una salida diplomática. “No podría pedir una mejor familia.”
Las palabras sonaron vacías incluso para mí, pero al menos había desviado la atención momentáneamente. En ese instante, decidí que debía enfrentar mis demonios si quería ser el padre que Amelia y nuestro hijo merecían.
La noche avanzó entre risas y abrazos, y aunque el recuerdo de Lucía seguía presente en mi mente, empecé a vislumbrar un camino hacia la redención. Quizás podría encontrar una manera de reconciliar mi pasado con el futuro que tanto anhelaba construir junto a Amelia y nuestro bebé.
Cuando al fin pensé que dejaría el pasado atrás, este me golpeó con una gran fuerza. Escuchamos que llamaron a la puerta principal, pensamos que sería Sara mi hermana mayor quien vendría a casa a visitarnos junto con su esposo e hijos, pero todos nos llevamos una gran sorpresa cuando vimos aparecer ante nuestros ojos al pasado, a Lucia Casanova, ¿acaso es un sueño?, pensé. Nunca imaginé que la volvería a ver, estaba más hermosa que nunca, aunque su mirada era fría y llena de odio.
“Lucia”, le dije llamando su atención. Quise acercarme a ella y sacarla de casa de mis padres, pero ella me miró con tanto resentimiento que me hizo alejar.
Saco un pendrive y dijo que ahí estaban las pruebas de lo que nosotros habíamos hecho a su familia, palidecí al escuchar sus palabras, si era cierto lo que decía todo el mundo se enteraría de lo que hicimos hace años. No podía permitir que algo así pasará, eso sería nuestra ruina total.
Después de decir algunas palabras más, Lucia salió de la mansión Lombardi con mucha confianza, ella no estaba solamente amenazando, sabía que estaba hablando muy en serio. Decidí ir tras de ella, quería saber que era eso que quería hacer, no mire atrás y salí de la casa.
Logré alcanzarla cuando estaba saliendo de la propiedad. La tomé del brazo y la hice detener. “¿Qué pretendes?, ¿Por qué regresaste?”.
Lucia miró con desprecio la mano que sostenía su brazo, un escalofrío recorrió mi columna vertebral y por instinto la solté.
“Creí que he sido clara, he vuelto para recuperar lo que ustedes me robaron y para hacerlos pagar por todo lo que le hicieron a mi familia y a mí, tú pagarás por la humillación que me hiciste, pero sobre todo pagarán la muerte de mis padres. Creyeron que se salieron con las suyas, pero he vuelto con mucha más fuerza que antes y los acabaré uno a uno, empezando por ti. Te tengo una sorpresa preparada y desearás nunca haberte metido conmigo”. Sus palabras estaban llenas de odio y de desprecio, su mirada ya no era la de esa niña inocente a la que lastime, ahora era una mujer llena de odio y resentimiento.
“¿De qué hablas?, ¿a qué sorpresa te refieres?”, pregunté confundido.
“Espera y verás”. Se dio la vuelta para irse, pero mi astucia fue mucho más rápida, así que la agarre nuevamente del brazo y la atrajo hacia mí, ella me miró con desprecio y llena de ira mi ordeno que la soltara. No quise hacerlo, así que la pegue más a mi cuerpo, empezó a forcejear, pero mi fuerza era mucho mayor que la de ella.