Su personalidad le permitió continuar con una vida que no recordaba.
Su fortaleza la ayudó a soportar situaciones que no comprendía.
Y su constante angustia la impulsó a afrontar lo desconocido; sobreviviendo entre una fina y delicada pared que separa lo inexplicable de lo racional.
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¡Hey, no soy tú! Al menos no hoy.
49 años después...
^^^13 de diciembre del 2022^^^
^^^Holdes, capital de Hiuston^^^
¿Existirá alguien que no ame lo cotidiano y lo habitual? Le agradecería al de arriba no conocerlo nunca, ¡nunca podría yo vivir sin eso!
Despertar temprano, preparar mis clases de pilates mientras bebo litros de agua –beneficiosos para el organismo y la piel–, hacerme un desayuno con alguna receta de internet y luego salir a tiempo para encontrarme mi amiga e irnos a la universidad mientras hablamos de nuestro día. Iría a clases y luego regresaría a mi casa con dos objetivos en mente: tareas domésticas y escolares.
Mi tiempo libre se va en trabajar para una prestigiosa cafetería llena de abogados, licenciados y porqué no, arquitectos. Tras limpiar todo y dejar el ambiente con un fresco olor a lavanda vuelvo a casa para ver alguna serie que esté en tendencia. Antes de caer profundamente dormida dejaría preparada una libreta cerca de mi cama con mis tareas importantes del día siguiente.
Y seguir haciendo mismo una y otra y otra vez, deseando la eternidad para los días de confort.
— ¿Otra vez no puedes ir a la fiesta? Vamos, nunca aceptas nada —mi amiga usó algo de protesta e insistencia.
— Tengo trabajo, lo siento —sonreí con nervios.
A juzgar por la forma en la que relajó su entrecejo y emitió una risilla supe que lo entendía.
— No te preocupes, debe ser difícil vivir sola ¡Ah, pero mañana es mi cumpleaños, más te vale venir! —apuntó sus ojos y luego los míos en señal de vigilancia—. Estás en la cuerda floja, señorita.
— ¡Claro, todo mi día es para ti!
Me juré a misma hacer lo imposible por asistir a su cumpleaños con el mejor regalo que jamás se haya visto y, compensarle de alguna manera los incontables rechazos. Sí, amo tanto la rutina que rechazaría todo tipo de planes que no estén escritos en mi libreta con anticipación.
La luminosidad de los alumbrados navideños prometían dejarme buenos momentos si salía a comprarlos para decorar mi apartamento y el de Roxan. El gentío que se acumulaba en las entradas de los almacenes comenzaba a inquietarme, no había persona que no llevara puesto alguna prenda blanca: chaquetas, bufandas, guantes, gorros con pompones en la corona, carteras, etc.
Lo que fuera blanco me causaba un temor mínimo e irracional, pero hasta entonces podía soportarlo y tratar de superar ese obstáculo para conseguir luces doradas, sí, todo por unas luces. Entre una amplia variedad de diseños opté por el cableado con focos en forma de hojas de árboles y estrellitas.
Dos pasos más y me iría de allí con la autoestima reparada: pagar y recibir mi compra.
Justo antes de tomar el paquete, la persona atrás de mi dejó caer algo al suelo. Volteé de inmediato para recogerlo y fue entonces que lo escuché.
El llanto de un bebé.
Una veinteañera se veía ajetreada cargando a su bebé, los juguetes y las monedas de su cartera. El pequeño lloraba mientras tiraba todo al suelo con manos y pies. Definitivamente era un berrinche a ojos de los demás y de la madre misma, pero no para mí. Mucho menos para mi habilidad.
El espectro de un niño más grande se posó frente al bebé e intentó cargarlo usando sus manos llenas de cicatrices abiertas de donde había empezado a brotar flores amarillas. Agua verdosa y olor a tierra emanaron de él como si estuviera a las orillas de un lago salado.
— ¡Hey, señorita, es su turno!
Oí el grito de la cajera e intenté recoger el biberón, balanceándose todavía.
¡No toques las cosas de mi hermano!
De inmediato alejé la mano y salí corriendo a toda prisa del almacén.
Lo que ví en ese momento era de un blanco puro, desconocido, solitario. Cada paso se convirtió en el sonido más ensordecedor y de repente, me convertí en un roedor con un tintineante cascabel atado al cuello, cada pisada hacía que la rueda diera vueltas y vueltas con el mismo escenario blanquecino de fondo.
Alguien que ama la rutina y lo cotidiano debería sentirse en paz con aquel escenario mental. Pero si es así, si yo era así, ¡¿por qué sigue siendo tan angustiante?! ¡¿Por qué ella amaba algo tan escalofriante como esto?!
— Eli, Eli, vamos, reacciona.
Una voz suave y tranquila me trajo de vuelta al presente. Olía a pan recién horneado con una cubierta de mantequilla derretida.
— ¿D-Dagan?
— Así es pequeña, acertaste —nunca conocí mejor calmante que su voz, su nombre y el olor de sus preparaciones.
Las puntas platinadas de su cabello teñido estaban desordenadas y húmedas, tuvo que pasarse la mano varias veces para quitar algo de agua.
— Pareces papel, vamos a comer algo y luego podrás dormir un-
— Dagan, necesito saberlo, por favor —no podía mirarlo—. Algo de mi pasado, lo que sea…
Me sabía de memoria su respuesta. Primero diría que no hay nada que recordar, luego diría que viví en un pueblo dedicado a la agricultura entre Holdes y Galis; que mis pasatiempos eran caminar entre los matorrales y escalar árboles. Que odiaba los insectos y los mariscos, además tenía una severa alergia al polen.
— También amabas que todo fuera planeado, odiabas cuando algo cambiaba y siempre hacías las mismas rutinas.
Sí, así eran las cosas con las que Eliana vivió. Pero en algún punto perdió lo único que tenía desde su nacimiento, sus recuerdos. Ahora ella no está más y yo tengo que continuar la vida que dejó por si decide regresar luego de algún tiempo.
— Escuché que tendrás una nueva compañera en la cafetería.
La delicadeza con la que servía el café me hizo preguntarme por qué nunca le ofrecen trabajo en la cafetería, pero la pregunta que hice fue diferente.
— ¿Cómo es que siempre te enteras de todo? Digo, trabajas al otro lado mundo y a nadie de Gold le caes bien.
Se le formó una sonrisa hacia abajo para después reír.
— No sé qué decir —alzó los hombros fingiendo inocencia.
Si está evasivo es difícil sacarle una palabra. Con la cercanía que acumulamos en dos años ya me tomaba ciertas libertades: saquear su refrigeradora, apoderarme de su cama si así lo quería o tomar el control de la televisión e ignorarlo.
..."Ahora, pasando a noticias del segmento especial. Retos virales de internet ponen en alerta a la policía debido a la hipnosis que se practican en gente sin hogar a cambio de dinero. A continuación, alguno de los vídeos."...
Los diez primeros segundos del vídeo mostraron cómo gente de baja economía caían en una especie de hipnosis luego de que influencers le mostraran un simple trozo de papel con una letra cursiva, casi ilegible. De inmediato hacían todo lo ordenado, desde romper parabrisas usando nada más los puños o hacer volteretas evidentemente peligrosas.
Dagan comentó los vídeos como un grupo de mocosos intentando llamar la atención. Parloteó sin descanso sobre los castigos que deberían aplicarse y el método con el que debería trabajar la policía además de las normas según las plataformas de internet para disminuir casos como esos.
Esa noche dejé de darle vueltas a la posibilidad de que algo anormal estuviera atrás del caso.
Pero claro, a la mañana siguiente ya en mi apartamento, mientras cumplía mi exigente lista mañanera, supe que no sería así.
— Señora, ya le dije que no sé de qué habla —sostuve la puerta tan fuerte como podía, impidiendo que una mujer descalza entrara.
— No, no, no, no —lo frenético de sus palabras igualaba la inestabilidad de su mirar en el suelo—. Ella me dijo que tú los viste llevárselo. Dímelo.
Su hablar era bajo e inquietante, me clavó la sensación de estar siendo observada y si algo de lo que le decía la alteraba, haría un caos con lo que escondía en su mano. Más eso no sucedió, porque el caos volví a ser yo cuando vi su rostro y lo que sostenía no era mortal.
— Ábrelo. Déjame buscarlo.
La mujer de anoche y el biberón que pertenecía a su bebé. Parte de un rostro azulejo se asomó por detrás y la macabra sonrisa que tenía dejó al aire que no solo su exterior con heridas poseían flores, sino que nuevos brotes aparecían entre sus negros dientes. El solo ver a la mujer desorientada, me transmitió ese instinto maternal e hizo que mis palabras salieran solas.
— Yo iré por él.
Pronuncié antes de cerrar la puerta y ver mi organizada libreta por última vez.
— Lo siento Eliana, no seré tú este día.