"Después de un accidente devastador, Leonardo Priego se enfrenta a una realidad cruel: su esposa está en coma y él ha quedado inválido. Con su hija de 4 años dependiendo de él, Leonardo se ve obligado a tomar una decisión desesperada; conseguir una sustituta de su esposa. Luna, una joven con una vida difícil acepta, pero pronto se da cuenta de que su papel va más allá de lo que imaginaba. Sin embargo, hay un secreto que se esconde en la noche del accidente, un secreto que nadie sabe y que podría cambiar todo. ¿Podrá Leonardo encontrar el amor y la redención en esta situación inesperada? ¿O el pasado y el dolor serán demasiado para superar? La verdad sobre aquella fatídica noche podría ser la clave para desentrañar los misterios del corazón y del destino".
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El principio de una lucha.
Mi nombre es Luna, soy la hija menor de la familia Carpio.
Hoy cumplo 19 años.
Y como todos los días, salgo tarde de casa rumbo al trabajo, procurando que nadie me vea. Desde que llegó mi hermanastra, hace un mes, todo se volvió un infierno. Antes bastaba con esquivar a mi madrastra, ahora tengo que evitar a las dos, como si caminar entre víboras se hubiera vuelto rutina.
En la sala están, como siempre, tomando té y hablando de bodas como si fueran transacciones bancarias.
—Madre, tengo muchas propuestas de matrimonio —dice Estrella con aire triunfal.
—Te doy una semana. Si Fernando no te manda la propuesta, te casarás con uno de los que ya lo hicieron —responde mi madrastra, con ese tono frío de quien no conoce el amor, solo el poder.
—No pienso dejarle el camino libre a otra con Fernando. Si me caso con otro, no podré hacerlo con él —dice Estrella, dejando claro que para ella el matrimonio es un trofeo.
—Eso no pasará. Eres la más hermosa entre todas las familias poderosas. Las señoras pelean por tenerte en sus círculos.
—Lo sé. Hoy en las grabaciones las vistas subieron porque anunciaron que seré la protagonista. Apenas estoy de vuelta y ya todos me rodean. No voy a desperdiciar mi belleza en alguien como Limber. Es un amargado que no sale de su casa. Solo me casaría con él para que Luna vea que el amor de su infancia me lo propuso a mí… y no a ella.
—Tú siempre fuiste más hermosa que ella —sentencia mi madrastra con esa sonrisa venenosa que conozco tan bien.
—Gracias, madre. Con Fernando tendré todo: fama, dinero y un hombre que me dé estatus. Quiero que me envidien por tenerlo. Si no se casó antes es porque me estaba esperando.
Me duelen sus palabras. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, Limber fue más que un vecino para mí. Fue mi amigo, mi confidente, mi primer amor. Pero ahora es un hombre poderoso, influenciado por sus padres… y muy lejos de la persona que conocí.
Bajo las escaleras con cuidado, pero es inevitable que me vean.
—¿Luna, a dónde vas? —pregunta mi madrastra, como si mi existencia le molestara.
—Solo salgo, madrastra —respondo con voz neutra.
—Mira, madre, la ropa que trae puesta —dice Estrella con sorna, observando mis pantalones, blusa de manga larga y tenis.
—Cámbiate. Así no vas a salir de mi casa —me ordena la madrastra, como si aún tuviera autoridad moral.
—¿Y con cuál de la ropa que me han comprado? —respondo sin miedo.
Ella se levanta furiosa y camina hacia mí. Sus ojos son dagas.
—Te tolero solo por el amor que le tuve a tu padre. Si fuera por mí, te habría echado desde el primer día que pisé esta casa.
—¿Amor? No se engañe. Es eso… o porque aún no cumplo la edad necesaria y el testamento de mi padre no se puede leer hasta que los cumpla.
—¡Qué insolente! Te he dado techo, comida, ropa… ¿y así me pagas?
—¿Qué comida? ¿Qué ropa? Trabajo para mantenerme. Nunca dependí de usted, aunque se gaste el dinero de mi padre en su hija.
Intenta agarrarme del brazo, pero me zafé con rapidez. Me arde la piel solo con el intento de su contacto.
—Déjala ir, madre. Aquí solo estorba —agrega Estrella, como si su opinión valiera algo.
No digo nada. Solo salgo, sin mirar atrás. Camino por la vereda hasta el portón doble de la casa. Lo entreabro para salir, recordando cuando era niña y me encantaba ver cómo se abría automáticamente. Yo elegí ese portón. Y ahora siento que no tengo derecho ni a tocarlo.
Hace exactamente un año que mi padre murió de un infarto. Y aunque trato de no culparlo… lo hago. Me dejó sola con estas dos serpientes. Sé que ahora está en el cielo, junto a mi madre, y me duele admitirlo… pero estoy resentida con él. Por haberme dejado con ellas. Por haber confiado en la persona equivocada.
Camino varias cuadras hasta tomar el camión. Llego al trabajo tarde, otra vez por culpa de ellas. Entro por la puerta trasera del club y me cambio rápido: uniforme, mandil, cabello recogido. Toco la puerta de una de las salas privadas.
—Buenas noches, señores. Soy la camarera Lulu y los atenderé esta noche.
Aquí nadie usa su nombre real. Los clientes no tienen por qué saber quiénes somos. "Lulu" fue lo primero que se me ocurrió la primera vez que tartamudeé al intentar decir mi verdadero nombre. Y se quedó.
Los hombres piden botellas, las anoto y salgo. Me cruzo con las chicas que hacen compañía a los clientes. Algunas son amigas, otras son solo compañeras. Las llaman cuando hay fiestas, celebraciones o negociaciones importantes. Voy a la barra, respiro hondo y regreso con las botellas.
Sirvo los vasos, las chicas hacen lo suyo. Luego me retiro y me dirijo al área común, las terrazas de los tres niveles. Ahí trabajo el resto de la noche.
Cuando el club cierra, el jefe nos llama para la reunión de cierre. Los pagos son semanales. Me entrega un sobre más abultado de lo normal.
—¿Por qué hay más dinero? —pregunto, extrañada.
—El mismo cliente de siempre dejó propina para ti. Dijo que lo atendiste bien.
Una compañera me sonríe con picardía.
—Lulu, ¿por qué no te cambias de puesto? Ganarías más. Y si no quieres que te toquen, solo lo dices. No es obligatorio acostarse con los clientes. Solo es compañía. Eres muy bonita, siempre preguntan por ti.
—Gracias... pero así estoy bien —le respondo, como siempre.
Me cambio y salgo con la misma ropa de la mañana. Camino por la banqueta y, como ya es costumbre, me desvío al parque a una cuadra del club. Me siento en la misma banca de siempre.
Empieza a llover. No me muevo. Dejo que las gotas mojen mi ropa, mi cabello, mi alma.
Recuerdo cuando leía "La Cenicienta" y me preguntaba si alguien podría ser tan cruel con la hija de otra mujer. Y sí, sí que pueden. Hace un año no soporté más la casa, salí a buscar trabajo. Estrella se fue a estudiar teatro al extranjero con el dinero de mi padre. Yo encontré este trabajo, pagué mi último año de prepa y ahorro cada peso para cuando cumpla 20 y se lea el testamento. Mientras tanto, no puedo irme. Si me voy… ellas se quedarán con todo.
—Ay, papá… —susurro al cielo—. Casarte fue el peor error que cometiste. Y darle tu apellido a la hija de la hermana de mi madre fue aún peor.
Siempre dijiste que lo hiciste porque eran madre e hija abandonadas, pero al hacerlo solo me complicaste la vida. Dijiste que necesitaba una figura materna… pero hubiera preferido quedarme sin una.
Recuerdo el día en que mi tía llegó pidiendo asilo. Su esposo las había dejado. Mi madre acababa de morir. Yo tenía apenas cuatro años… y todavía la recuerdo. Pensé que mi tía podría ocupar su lugar. Me equivoqué. Jamás será mi madre. Nunca lo fue.
Y ahora, a un año de tu partida, soy yo quien debe soportarlas. Soy yo quien espera cumplir 20 para recuperar lo poco que dejaste. Mientras tanto, me aferro a lo único que nadie puede quitarme: mi dignidad.