Damián Blackwood, es un Alfa dominante que ha construido un imperio oculto entre humanos, jamás pensó que una simple empleada pondría en jaque su autocontrol. Isabella, con su espíritu desafiante, despierta en él un deseo prohibido… pero lo que comienza como una peligrosa atracción se convierte en una amenaza cuando descubre que ella es su compañera destinada. Una humana...
Bajo la sombra de antiguas profecías y oscuros secretos, sus destinos colisionan, desatando fuerzas que nadie podrá contener.
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Una extraña atracción
La Torre Blackwood se erguía como un monolito de cristal y acero, una estructura imponente que dominaba el skyline de la ciudad. Su arquitectura moderna contrastaba con las historias oscuras que se tejían en su interior. En sus pisos más altos, donde las vistas panorámicas de la ciudad podían hacer que cualquiera se sintiera pequeño, se encontraba la sede de Blackwood Enterprises, una de las corporaciones más poderosas del mundo, un imperio que operaba en sectores como tecnología, biotecnología y desarrollo sostenible. Pero, tras su fachada de innovación y éxito, se ocultaba una realidad mucho más profunda y secreta.
Gran parte de sus empleados formaban parte de una sociedad oculta, tan misteriosa como antigua, hombres lobo.
Pero, Blackwood Enterprises no solo empleaba hombres lobo, una sociedad que había logrado ocultarse a los ojos del mundo durante milenios, sino también le daba empleo a humanos cuyas capacidades fueran lo suficientemente aptas para hacer crecer el antiquísimo imperio.
Los hombres lobo, estos seres sobrenaturales, conocidos como cambiantes, convivían con las personas, habían logrado adaptarse al ritmo de vida humano llegando al punto de que a menudo ninguno de ellos se daba cuenta, ni idea de su verdadera naturaleza.
En la cima de este imperio oculto, estaba Damián Blackwood, el Alfa de una de las manadas más poderosas que existían, uno de los hombres más fuertes y poderosos en todos los aspectos existentes en ambos mundos.
Damián no era solo un hombre de negocios, era el líder de una comunidad que había decidido mantenerse oculta y a salvo, Damián era dueño de una capacidad de control que desbordaba todo lo que los humanos podían imaginar, poseía un aura de poder y autocontrol absoluto. Cada movimiento suyo era calculado, cada palabra medida con frialdad. No era un hombre que sonriera con facilidad ni que diera confianza a cualquiera. Sus empleados lo respetaban, algunos lo temían, pero nadie podía negar su inteligencia y su capacidad para hacer crecer el imperio que había construido desde cero.
Para los humanos, era un magnate implacable. Para su manada, era un líder firme pero justo. Proteger a su especie era su prioridad, y por eso, había diseñado la empresa como un refugio para los suyos, ofreciéndoles estabilidad y seguridad en un mundo donde debían ocultar su verdadera naturaleza.
Su presencia en la sala de juntas era inconfundible: con casi un metro noventa de estatura se veía imponente, su figura esculpida por años de entrenamiento físico genereraba muchas charlas entre las mujeres que allí trabajaban, y su elegancia natural hacía que todos, sin importar en la habitación que él estuviera, y sin excepción o distinción de raza, sintieran su dominio sin que le fuera necesario levantar la voz. Sus ojos, de un azul profundo, parecían perforar el alma de cualquiera que se atreviera a sostenerle la mirada, y su cabello, rubio casi blanco, estaba siempre perfectamente peinado, reflejando una meticulosidad que se dejaba entre ver hasta en los detalles más pequeños.
Era un hombre que había construido un imperio desde cero, y lo había hecho con una mente fría y calculadora. En los negocios, Damián era conocido por su eficiencia y su inteligencia, pero dentro de su manada, era venerado como un líder imparable y sobre todo justo. Para los humanos, era solo un magnate implacable; pero para los hombres lobo que trabajaban en Blackwood Enterprises, era mucho más. Era su protector, su líder, y el único capaz de mantener a salvo a su especie en un mundo que, si llegaba a descubrir su existencia, los destruiría sin piedad.
Damián no mostraba debilidades, porque de hecho no las tenía. No ante sus empleados, no ante su manada, y mucho menos ante sí mismo. Su autocontrol era absoluto, y había aprendido a mantener a raya cualquier emoción que pudiera interponerse en sus decisiones. Sin embargo, había algo que últimamente comenzaba a quebrantar su equilibrio. Algo que le resultaba completamente ajeno a su naturaleza de Alfa: la atracción extraña que sentía por una de las nuevas empleadas de la empresa. Una joven humana que había logrado llegar a un puesto sobresaliente dentro de la corporación gracias a su inteligencia y perseverancia.
Selene, o Luna, como la llamaban sus amigos, era una joven brillante de veinticinco años. Con una mente estratégica que no pasaba desapercibida, había logrado destacar en la Universidad ganándose gracias a eso la oportunidad de trabajar en Blackwood Enterprises, obteniendo un puesto estratégico en el departamento de marketing. Su habilidad para generar ideas innovadoras había catapultado a Blackwood Enterprises a nuevas alturas. Desde que había comenzado en la compañía, se había ganado el respeto de todos a su alrededor por su dedicación y su forma de enfrentar los retos que se le presentaban con total valentía.
Pero había algo más que la hacía destacar. No solo era su mente afilada o su capacidad para asumir responsabilidades con una calma sorprendente, sino su belleza. La joven tenía el cabello largo y oscuro que le caía en ondas suaves hasta la cintura, una mirada profunda de ojos color café que a menudo parecían ver más allá de la superficie de las cosas, y una figura que, si bien podría haber causado celos en otras mujeres, o haber sido motivo para saltarse algunos peldaños para ascender en su carrera, nunca la usó a su favor. La joven se mantenía firme en su profesionalismo, buscando siempre el reconocimiento por su trabajo y no por su apariencia.
Aún así a pesar de su actitud segura y determinada, había algo en Damián Blackwood que la desconcertaba. Algo que no podía entender, pero que la atraía irremediablemente. Sabía que él era diferente a todos los demás: su presencia dominante, la manera en que se movía por la oficina, la forma en que sus ojos siempre parecían observar todo con una intensidad que inquietaba. A menudo, Selene se encontraba desconcertada por él, por ese magnetismo oscuro que emanaba a pesar de su comportamiento distante y frío.
En las reuniones, Damián no dudaba en imponer su criterio, y Selene, aunque respetuosa, a veces no podía evitar desafiarlo. Sus ideas eran innovadoras, pero a veces chocaban con la visión inflexible del CEO. A pesar de la tensión que se sentía entre ellos, nunca lograba evitar esa corriente subterránea de atracción que parecía entrelazarlos en cada palabra, en cada mirada que se cruzaba en la sala de juntas.
¡Mis felicitaciones y agradecimiento por este nuevo regalo de tu fértil imaginación!
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