Una cirujana brillante. Un jefe mafioso herido. Una mansión que es jaula y campo de batalla.
Cuando Alejandra Rivas es secuestrada para salvar la vida del temido líder de la mafia inglesa, su mundo se transforma en una peligrosa prisión de lujo, secretos letales y deseo prohibido. Entre amenazas y besos que arden más que las balas, deberá elegir entre escapar… o quedarse con el único hombre que puede destruirla o protegerla del mundo entero.
¿Y si el verdadero peligro no es él… sino lo que ella empieza a sentir?
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Capítulo 24
ALEJANDRA
—Asegurate de que la penicilina sea de un millón, no de ochosientos mil —le repetí por tercera vez al guardia que tomaba nota con desesperación. —No quiero que vengan con excusas después, ¿entendido?
El pobre tipo asintió, pálido como papel. Probablemente prefería enfrentarse a un tiroteo antes que a mis regaños clínicos.
Estaba por decirle las ultimas cosas que necesitaba cuando la puerta doble de la sala de reuniones se abrió de golpe.
Mis ojos se elevaron con curiosidad, y de inmediato desee no haberlo hecho.
Tres hombres cruzaban la estancia en dirección a la salida. Todos de traje oscuro, andar seguro y aire de impunidad. El del centro era especialmente llamativo: alto, rostro cincelado, cabello oscuro peinado con perfección y... ojos fríos como mármol pulido.
Fue él quien me vio y no desvió la mirada.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando noté que decía algo a sus acompañantes, y los dos se adelantaron hacia la salida como si ya no necesitaran estar a su lado.
Yo, por instinto, despachè rapido al guardia.
—Es todo. Ve ya.
El guardia se marchó.
Yo giré sobre mis talones e intenté caminar hacia la escalera para irme de alli lo antes posible, pero sus pasos fueron más rápidos.
—Signorina —escuché detrás de mí y me giré lentamente. El italiano sonreía con una seguridad ofensiva. —Disculpe si la detuve —dijo con ese acento suave y cargado de subtexto—. No pude evitar notar que el uniforme que lleva. ¿Es usted parte del equipo médico?
Me aclaré la garganta.
—Soy la doctora de Damián.
Sus cejas se alzaron. Como si acabara de escuchar una revelación importante.
—Interesante —musitó, inclinando ligeramente la cabeza—. Me llamo Marco Bellotti. He oído del incidente, supongo que la razón por la que ese hombre aún respira... es usted.
—Fue trabajo en equipo —dije, incómoda—. Ahora, si me disculpa…
Di un paso para marcharme, pero él también se movió.
Su mano me tocó el brazo, apenas un contacto… pero lo suficiente para que yo me congelara.
—Una mujer tan talentosa debería cuidar que no se pierda entre las sombras de otros, en especial cuando este la arrastra a sus problemas.
Sus palabras eran suaves, pero su tono… tenía filo, como si no me hablara solo a mí.
Me solté bruscamente.
—Quítese. Nadie me està arrastrando a nada y no le he dado el permiso para tocarme.
Marco pareció más divertido que ofendido.
Sonrió. Como si hubiese estado esperando que reaccionara así.
—Fuego. Me gusta eso en una mujer.
Iba a replicar algo mucho menos educado… cuando una voz seca y poderosa interrumpió.
—Ah, perfecto. Veo que ya conociste a mi novia.
Marco y yo nos giramos al mismo tiempo.
Damián estaba de pie junto al marco de la puerta, con una mano apoyada en la cintura, se que su cuerpo aun estaba debil aunque no lo demostrase, ya que estaba erguido como un rey.
Sus ojos estaban clavados en Marco mientras se acercaba a mi y deslizaba su mano con naturalidad hasta el respaldo de mi espalda, posesiva y protectora.
Yo ni siquiera pude fingir sorpresa. Me quedé muda.
¿Novia? ¿Eso cuando paso?
—Reginald— Dijo Marco con una sonrisa encantadora. —Sabía que tenías buen gusto, pero esto supera mis expectativas.
—Sí. Tengo muchas virtudes inesperadas y el sentido de la posesion… es una de ellas.
—¿Tuya, entonces? —preguntó Marco mirándome de reojo.
—Toda mía —dijo Damián con voz baja, y la tensión en su mandíbula era casi palpable.
—Qué afortunado —respondió Marco con un gesto educado— Entonces, quizas nos volvamos a ver en la proxima cumbre de la omertà, señorita.
—Doctora —le corregí y no me molesté en despedirme.
Marco se marchó y en cuanto estuvimos solos, Damián me miró con una ceja levantada.
—¿Estás bien?
—Estaba manejándolo.
—Lo sè, y por eso tuve que intervenir. Me pareció que estaba a segundos de enamorarse.
No pude evitar reír por lo bajo.
—¿"Novia", en serio?
Damián se encogió de hombros con una media sonrisa.
—¿Demasiado pronto?
—Demasiado posesivo.
—¿Y si lo vuelvo a decir, pero con menos ropa puesta?
—Tal vez —le respondí sin mirarlo mientras empezaba a caminar hacia el ala medica con la que contaba la casa—. Pero por ahora, ven. Tengo una lista de medicamentos que vas a tomar quieras o no.
—¿Y si me niego?
—Te los doy por intravenosa mientras duermes.
Damián rió detrás de mí, y aunque su sombra me siguió de cerca…su cercanía no me pesó.
En especial, porque sentí que ese título improvisado que me había impuesto frente a otro hombre, quizás no sonaba tan mal.