Juego de mentiras

La corte imperial era un lugar donde las palabras podían ser armas y las sonrisas, trampas. Seraphina lo sabía bien. En cada rincón del palacio, las mentiras se tejían como una red invisible, lista para atrapar a cualquiera que diera un paso en falso. Esa mañana, mientras observaba a los nobles reunirse en el gran salón, sintió el peso de esa red más que nunca.

Los rumores sobre una posible traición se habían intensificado en los últimos días, y aunque Seraphina y Alaric habían logrado recuperar las pruebas falsas, el juego estaba lejos de terminar. Los aliados de Darius seguían moviéndose en las sombras, preparando el terreno para acusar al duque en la próxima reunión del consejo.

Seraphina respiró hondo, ajustando la postura mientras caminaba hacia el joven emperador. Era un movimiento calculado. El estaba rodeado de cortesanos, disfrutando de la atención como siempre, pero al notar su presencia, alzó una ceja, intrigado.

"Señorita Seraphina, qué agradable sorpresa verte aquí tan temprano" —dijo, con un tono tan suave como el terciopelo.

"Majestad"—respondió ella con una sonrisa medida—. "Me pareció que era el momento perfecto para disfrutar de vuestra compañía".

Le ofreció su brazo, y Seraphina lo aceptó con aparente docilidad, mientras los cortesanos susurraban a su alrededor. Mientras caminaaba junto a él, sentía cómo cada paso era una estrategia en el tablero.

"Dicen que últimamente pasas mucho tiempo con mi hermano mayor"—comentó el emperador de manera casual, aunque su tono tenía un filo oculto.

"El duque Alaric es un hombre interesante, majestad" —respondió ella con elegancia—. "Su visión sobre la política es refrescante".

"¿Eso es todo lo que encuentras fascinante en él?" —insistió, buscando alguna reacción en su rostro.

Seraphina mantuvo su compostura, riendo suavemente.

"Majestad, es el único hombre cuya compañía realmente valoro en esta corte".

La respuesta pareció calmar al joven emperador, aunque su mirada seguía fija en ella. Mientras se alejaban, Seraphina supo que había ganado esa pequeña partida, pero el juego apenas comenzaba.

Más tarde, en un pasillo menos transitado del palacio, Seraphina se reunió con Alaric. Él estaba revisando un mapa, sus cejas se fruncían por la concentración, pero levantó la vista en cuanto la vio acercarse.

"¿Cómo te fue con el emperador?" —preguntó, guardando el mapa en un bolsillo oculto de su abrigo.

"Sospecha, pero no tiene pruebas concluyentes. Aún así, debemos tener cuidado. Su ego lo hace impredecible" —respondió ella.

Alaric asintió, con su rostro tenso.

"Darius ha comenzado a difundir rumores más agresivos. Algunos dicen que estoy organizando una revuelta con el apoyo de las provincias del norte".

"¿Quiénes están propagando esas mentiras?"

"Principalmente los vasallos de Darius, pero también algunos nobles que buscan ganar el favor del emperador".

Seraphina suspiró, sintiendo cómo el peso de la situación se hacía más pesado.

"Si no hacemos algo pronto, esos rumores se solidificarán como verdades".

"Hay algo que podría ayudar"—dijo Alaric después de una pausa—. "Tengo un contacto en las provincias del norte, alguien que puede testificar a mi favor y desmentir esas acusaciones".

"¿Confías en esa persona?" —preguntó Seraphina, estudiando su expresión.

"Con mi vida" —respondió Alaric con firmeza.

Ella asintió, confiando en su juicio.

"Entonces debemos movernos rápido. Si el emperador cree que tienes aliados fuera de la capital, usará eso como excusa para actuar".

 Esa noche, mientras el palacio estaba en silencio, Seraphina se aventuró en el ala oeste, donde se encontraba el despacho del marqués Darius. Su objetivo era simple: recolectar cualquier información que pudiera utilizarse contra él. Sabía que era arriesgado, pero necesitaban algo más para equilibrar la balanza.

Con la ayuda de Elise, logró abrir la puerta del despacho y entrar sin ser vista. La habitación estaba en penumbras, pero la luz de la luna que se filtraba por las ventanas iluminaba lo suficiente para que pudiera buscar entre los papeles del escritorio.

Fue entonces cuando encontró un documento que mencionaba un misterioso pago a varios nobles en las provincias del norte, acompañado de una lista de nombres. Seraphina sonrió para sí misma, reconociendo que esto podría ser la evidencia que necesitaban para exponer las verdaderas intenciones de Darius.

Sin embargo, el sonido de pasos en el pasillo la hizo congelarse. Alguien se acercaba. Rápidamente apagó la lámpara y se ocultó detrás de una cortina, conteniendo la respiración mientras la puerta se abría.

Darius entró, acompañado por otro hombre que Seraphina reconoció como uno de los consejeros más cercanos del emperador.

"La situación con Alaric está bajo control" —dijo Darius—. "Solo necesitamos un poco más de presión para que el emperador firme la orden de arresto."

"¿Y si Alaric logra probar su inocencia?" —preguntó el consejero, cargado de preocupación.

"No lo hará. Nos aseguraremos de que no tenga oportunidad".

El corazón de Seraphina latía con fuerza mientras escuchaba la conversación. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo sin arriesgarse a ser descubierta, pero cada palabra que escuchaba le daba más claridad sobre los movimientos de sus enemigos.

Cuando finalmente se fueron, Seraphina salió de su escondite, asegurándose de que el camino estuviera despejado antes de abandonar el despacho con la evidencia en mano.

Horas más tarde, en un lugar seguro fuera del palacio, Seraphina le mostró a Alaric el documento que había encontrado.

"Esto prueba que Darius está comprando lealtades en el norte" —dijo, señalando los nombres en la lista—. "Si usamos esto correctamente, no solo desacreditaremos sus acusaciones, sino que también expondremos sus verdaderas intenciones ante el consejo".

Alaric estudió el documento, su expresión se relajaba a medida que leía el documento.

"Esto podría cambiarlo todo".

"Pero debemos ser cuidadosos"—advirtió Seraphina—. "Si el empezar descubre que obtuvimos esta información ilegalmente, podríamos ser acusados nosotros mismos".

Alaric asintió, mirándola fijamente.

"No permitiré que nada te pase, Seraphina".

Ella sonrió, tocando su brazo en un gesto de gratitud.

"Estamos juntos en esto, Alaric. Pase lo que pase".

Mientras el amanecer comenzaba a iluminar el horizonte, ambos sabían que el juego de mentiras en la corte estaba lejos de terminar. Pero con cada movimiento, se acercaban más a su objetivo.

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