Lealtad probada

El amanecer rompía en el horizonte, bañando los jardines del palacio en un brillo dorado que parecía contradecir el oscuro ambiente de traición e intriga que envolvía cada rincón de la corte. Seraphina, aún cautelosa por el intento de asesinato reciente, había reforzado su vigilancia, pero sabía que el peligro podía acechar en cualquier momento y lugar.

Ese día, la corte se reunía en una audiencia oficial, y Seraphina debía asistir. El emperador había ordenado una revisión de los territorios y una supervisión de los asuntos económicos del imperio, y Seraphina, en su papel como dama noble, debía estar presente. La audiencia se celebraba en el gran salón, una sala majestuosa y opulenta, decorada con altos ventanales y candelabros de cristal. La atmósfera estaba cargada de tensiones sutiles, y cada mirada parecía esconder un propósito.

Alaric estaba allí también, observando desde una posición privilegiada. Sus ojos seguían cada movimiento de Seraphina, asegurándose de que nada ni nadie la amenazara. Para él, protegerla se había convertido en algo más que una simple alianza; sentía una lealtad profunda hacia ella, una necesidad de proteger a la mujer que había devuelto sentido a su vida.

La audiencia comenzó, y el emperador, sentado en su trono con una postura de arrogante y con seguridad, observaba a todos desde arriba. Sin embargo, Seraphina notó algo diferente: algunas de las figuras presentes en la corte intercambiaban miradas sutiles y apenas perceptibles. Años atrás, esto le habría pasado desapercibido, pero ahora, con la experiencia de su vida pasada, reconoció las señales de un complot.

La voz del emperador resonó en la sala, arrogante y sin emoción. "Hoy discutiremos la reciente inspección de los territorios. Las traiciones no serán toleradas, y cualquier deslealtad será castigada."

Mientras hablaba, uno de los consejeros, el barón Luthor, se acercó lentamente a Seraphina, inclinándose ligeramente como si fuera a hacerle una reverencia. Sin embargo, cuando ella lo miró de cerca, notó en sus ojos una intención oscura. Sin decir palabra, él le entregó un pergamino sellado, y antes de que pudiera hacerle preguntas, se retiró rápidamente, perdiéndose entre la multitud.

Con el pergamino en la mano, Seraphina sintió una oleada de desconfianza. Decidió no abrirlo en ese momento, sino esperar a estar en un lugar seguro. Apenas terminó la audiencia, ella y Alaric se dirigieron a los jardines para hablar en privado, lejos de oídos indiscretos.

"Algo no está bien," murmuró ella, entregándole el pergamino a Alaric. Él lo tomó, examinando el sello cuidadosamente, y frunció el ceño al ver el símbolo marcado: era el emblema de una facción de la nobleza, una señal de advertencia de que algo oscuro se cocinaba en las sombras.

"¿Lo has leído?" preguntó Alaric, con cautela.

"No todavía. Quería asegurarme de que no fuese una trampa," respondió Seraphina, manteniendo su mirada fija en él.

Alaric asintió y rompió el sello con precaución. Al desenrollar el pergamino, sus ojos se encontraron con unas pocas palabras escritas en una caligrafía elegante: “El cordero será sacrificado en la próxima luna. La justicia será restaurada.” No había firma, ni indicación alguna de quién lo había escrito, pero el mensaje era claro: Seraphina estaba en peligro.

Ella miró a Alaric, con su corazón acelerado, pero él le sostuvo la mirada con calma. "Quieren que creas que estás sola, que no tienes a nadie en quien confiar."

"Y saben que una advertencia como esta podría ponerme en una posición vulnerable," murmuró Seraphina, comprendiendo que sus enemigos pretendían manipularla y empujarla al aislamiento.

"Pero no estás sola," respondió Alaric con firmeza. "Voy a protegerte, Seraphina. De aquí en adelante, estaré a tu lado en cada paso."

Seraphina asintió, agradecida por su presencia. Sabía que él hablaba en serio, pero no podía ignorar el miedo que esa amenaza le provocaba. Confiaba en Alaric, pero también sabía que sus enemigos eran implacables.

Esa misma noche, Alaric organizó una guardia secreta alrededor de los aposentos de Seraphina y se aseguró de que ningún sirviente se acercara sin ser revisado primero. Sin embargo, la amenaza latente en el mensaje aún pendía en el aire, y Alaric decidió no bajar la guardia. Si alguien intentaba dañarla, él estaría allí para enfrentarlos.

Al filo de la medianoche, Alaric, que patrullaba los pasillos cercanos a los aposentos de Seraphina, escuchó un ruido. Eran pasos furtivos, como si alguien intentara pasar desapercibido. Sigilosamente, se dirigió hacia el sonido, hasta encontrar a un hombre vestido con ropas oscuras, encapuchado que cargaba una daga. Alaric apenas necesitó segundos para reaccionar; su entrenamiento de años le había enseñado a no titubear.

El encapuchado se giró al sentir la presencia de Alaric, pero no tuvo oportunidad de atacar. Alaric lo redujo en un movimiento rápido, sujetándolo contra el suelo con una presión que no dejaba espacio para resistencia.

"¿Quién te envió?" preguntó Alaric, tan frío como el filo de la daga que le arrebató al intruso.

El hombre no respondió, pero su mirada fue suficiente para confirmar sus sospechas: estaba dispuesto a morir antes de traicionar a sus superiores. Alaric lo llevó hacia los aposentos de Seraphina, quien ya estaba al tanto del alboroto. Cuando el encapuchado la vio, en sus ojos brilló un destello de odio, como si Seraphina representara algo que él no podía soportar.

"Ella… caerá," murmuró el hombre, con una voz cargada de veneno. "No importa cuántos como tú intenten protegerla."

Seraphina lo miró con frialdad. "Tus amenazas no me asustan. Eres solo una herramienta en manos de cobardes."

El intruso rió, en una risa seca y cruel. "Los cobardes somos todos nosotros, en este juego de sombras. El poder no es para los débiles, y tú te has ganado enemigos que no conocen la piedad."

Alaric le apretó el brazo, haciendo que se callara, y lo escoltó fuera de la habitación, entregándolo a los guardias de confianza de Seraphina. Asegurándose de que el prisionero estuviera vigilado, regresó a la habitación, encontrando a Seraphina en silencio, procesando lo ocurrido.

"Ahora sabes que no se detendrán," murmuró Alaric. "Pero estaré aquí. Si intentan atacarte, tendrán que pasar sobre mí."

Seraphina lo miró, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una mezcla de alivio y gratitud que no había experimentado desde que comenzó su misión de venganza. Alaric había demostrado su lealtad, arriesgando su vida por ella, y ahora sabía que podía contar con él en las horas más oscuras.

"Gracias, Alaric," dijo, susurrando sus palabras con sinceridad. "No sé cómo podré pagar esta lealtad."

"No necesitas hacerlo," respondió él, con una leve sonrisa que suavizó sus rasgos duros. "Protegerte es suficiente para mí."

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