El frío de la mañana se colaba a través de las ventanas mientras Seraphina observaba el amanecer desde su balcón, sus pensamientos se envolvían en sombras y estrategias. La conversación con Isabella de la noche anterior había reafirmado sus sospechas: su hermana no era la chica inocente que había creído. Seraphina estaba más convencida que nunca de que debía mantenerse firme en su plan de venganza y, a partir de ese momento, cada uno de sus movimientos estaría calculado hasta el último detalle.
Su primer objetivo era sencillo: ganar influencia sin llamar demasiado la atención. No era suficiente con planificar en secreto; necesitaba aliados que pudieran ayudarla a debilitar al emperador y sus seguidores, incluyendo a Isabella. No confiaba en nadie en la corte, pero sabía que había nobles, consejeros y guardias que, a cambio de las promesas correctas, podrían ser persuadidos para colaborar con ella.
Amelia, fue la primera en notar la determinación que destilaban los ojos de Seraphina mientras se preparaba para un nuevo día en la sociedad.
“Mi señora, parece que ha tomado una decisión importante,” dijo, alisando las suaves telas del vestido de Seraphina.
Seraphina asintió lentamente, mirándose fijamente en el reflejo del espejo. “Es momento de empezar a mover las piezas, Amelia. Mi estancia en esta sociedad será todo menos pasiva. Pero necesito tu ayuda. No puedo hacerlo sola.”
Amelia asintió con determinación. Era una de las pocas personas en quienes Seraphina confiaba por completo, y sabía que, si alguna vez había una aliada leal, esa era Amelia. Durante años, la joven doncella había sido su confidente y testigo silencioso de sus miedos y angustias, y ahora sería también una pieza clave en la venganza que estaba por desatar.
“¿Qué necesitas que haga, mi señora?” preguntó Amelia con una leve inclinación de cabeza.
“Primero, necesitamos información. Quiero saber quiénes son los enemigos y quiénes los amigos en esta corte. Observa a cada noble, escucha cada conversación, y sobre todo, averigua qué piensan de nuestro querido emperador y de mi hermana, Isabella”, Seraphina sintió un amargo sabor al mencionar el nombre de su hermana, pero rápidamente lo ignoró. Los lazos familiares no tenían lugar en una guerra por la supervivencia.
Mientras Amelia asentía y salía con discreción de la habitación para cumplir con su nueva tarea, Seraphina empezó a planificar el siguiente paso. Su segundo objetivo era claro: debilitar la influencia del emperador desde dentro. Para hacerlo, necesitaba conectar con personas influyentes y ganarse su confianza sin levantar sospechas. Decidió que comenzaría con los consejeros más cercanos al emperador, aquellos que podían ser manipulados por promesas de poder o que resentían al joven soberano.
Aquella misma noche, durante una cena organizada en honor a un distinguido general que regresaba victorioso de la frontera, Seraphina eligió cuidadosamente a su primer “aliado”: Lord Edmund, un hombre experimentado en la política y uno de los consejeros más respetados del reino. Su lealtad hacia el emperador era conocida, pero Seraphina había notado algo en él, una inquietud que podía utilizar a su favor.
Con gracia, se acercó a donde él conversaba, ofreciéndole una sonrisa cortesana. “Lord Edmund,” dijo con un tono cálido, “he oído mucho sobre sus hazañas en la corte. Siempre he admirado su habilidad para equilibrar la lealtad y la prudencia.”
Edmund, un hombre de cabellos grises y ojos sagaces, miró a Seraphina con una mezcla de curiosidad y respeto. No era común que alguien tan joven se acercara a él con semejante astucia, y eso despertó su interés. “Lady Seraphina, es un honor escuchar tales palabras de usted. He observado que, a pesar de su corta edad, tiene un gran potencial para brillar en esta sociedad.”
Seraphina mantuvo su mirada firme. Sabía que debía ser cautelosa. “Agradezco su confianza, Lord Edmund. Me preguntaba… en su experiencia, ¿cómo logra alguien mantenerse firme en sus ideales cuando está rodeado de presiones y tentaciones?”
La pregunta era directa y ambigua, lo suficiente como para hacer que Edmund reflexionara. Él entrecerró los ojos, como si tratara de descifrar sus intenciones, y después de una pausa respondió: “Es complicado, mi Lady. La corte es un lugar en el que los ideales rara vez se mantienen intactos. Uno aprende a adaptarse o es consumido por la marea.”
Esa respuesta era justo lo que Seraphina había esperado. Sin embargo, antes de responder, le dirigió una mirada calculada. “Me pregunto… si alguna vez uno debe actuar en favor de un bien mayor, incluso si eso significa ir en contra de aquellos a quienes servimos.”
Edmund la observó atentamente. “A veces, Lady Seraphina, uno debe tomar decisiones difíciles para preservar lo que es justo. No siempre es una cuestión de lealtad a un hombre, sino de lealtad al reino mismo.”
Seraphina asintió con lentitud, como si reflexionara profundamente. Sin decir más, dejó la conversación en ese punto, consciente de que había plantado la semilla de la duda en la mente de Edmund. Si bien no esperaba que él se volviera en contra del emperador de inmediato, sabía que había despertado una inquietud. A partir de ahora, lo observaba como una posible carta en su baraja.
Los días siguientes se dedicó a estrategias similares, entablando conversaciones con otros nobles y miembros de la corte, cada uno con una conversación diferente pero con el mismo trasfondo: sembrar la duda. Seraphina era cuidadosa, nunca siendo demasiado directa, siempre dejando caer frases ambiguas y preguntas reflexivas. Poco a poco, iba tejiendo una red de incertidumbre y cautela alrededor del emperador.
Sin embargo, sabía que esto no sería suficiente. Necesitaba hacer algo que captara aún más la atención de la corte y mostrara que no era una simple joven. Así que, en una ocasión en la que se organizó un torneo en honor al emperador, aprovechó para presentarse en público de una manera que nadie olvidaría.
El torneo atrajo a nobles de todo el reino, con Alaric y el emperador como invitados principales. Seraphina, con un vestido rojo profundo y una mirada fría y calculadora, capturó la atención de todos al caminar entre las filas de la nobleza con una seguridad que dejaba claro que ya no era la joven dócil que muchos recordaban.
Cuando Alaric se acercó, notó el cambio en su expresión. "Lady Seraphina," la saludó, mientras sus ojos analizaban cada uno de sus movimientos. "Hoy parece aún más determinada que de costumbre."
Seraphina le dedicó una sonrisa enigmática. "Uno debe aprovechar cada oportunidad para demostrar su fuerza, ¿no es así, su Excelencia?"
Alaric asintió, intrigado. “Espero que tenga cuidado. La corte no siempre perdona a aquellos que sobresalen demasiado.”
Seraphina sintió una leve advertencia en su voz, pero no le dio mayor importancia. “No estoy aquí para que me perdonen,” respondió con firmeza. “Estoy aquí para hacer lo necesario.”
El emperador, desde su asiento, también había notado su presencia, y ella no dudó en sostener su mirada con un gesto sutil pero poderoso.
Esa noche, cuando regresó a su mansión, Seraphina sonrió con satisfacción. Sus movimientos habían comenzado a tener efecto, y los susurros en la corte comenzaban a cambiar. Ya no era solo una noble más, sino una figura enigmática que intrigaba y desconcertaba.
Había comenzado a tejer su red de venganza, y ni el emperador ni su hermana sabían lo que les esperaba.
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