A la mañana siguiente, Facundo se despertó lentamente y se sentó en su bolsa de dormir dentro de la tienda, miró al costado y notó que Leandro ya estaba despierto. Estaba sentado en la entrada de la carpa mirando hacia fuera. Al amanecer el sol era tan fuerte en la tela translúcida de la carpa que no había manera de mantener los ojos cerrados. Facundo, al mirarlo, bañado en la luz naranja del sol matutino, notó que en la espalda tenía una marca muy notoria en la parte más baja. Al parecer no había prestado suficiente atención así que no la había visto antes. Afiló la vista para observar la espalda de Leandro y notó que tenía innumerables marcas, más pequeñas que aquella y por ello no tan perceptibles o con muchos años de haber cicatrizado. ¿Qué habría pasado para estar lleno de lastimaduras en algún momento de su vida?
Leandro giró la cabeza y al notar que Facundo estaba despierto y lo observaba sonrió y dijo –Buen día–. Facundo le respondió lo mismo y Leandro se giró nuevamente hacia el exterior para seguir mirando.
–¿Qué estás mirando?– Preguntó Facundo
Leandro le explicó que el día estaba claro, que no recordaba una cabaña en la dirección que le habían dicho a Facundo que debía ir pero como no había nubes podía ver el camino con claridad y la belleza del paisaje que los rodeaba se veía radiante con el sol de la primera hora. Seguramente la cabaña estaría oculta de alguna manera pero que cuando estuvieran cerca lo resolverían. La voz de Leandro era nuevamente la de siempre, seria y segura pero a la vez cercana, no había dejado de ser cálida pero tampoco era lo íntimo de la noche anterior. Facundo había comenzado a notar los cambios en su manera de hablar con cada cosa que pasaba. Esperaba nuevamente escuchar aquel sonido aterciopelado de la cercanía que ya no le producía ningún tipo de incomodidad. Todo lo contrario. Luego de un momento se dio cuenta que sus pensamientos se habían ido hacia otro lado y volvió a las heridas que le había visto. No sabía si era un buen momento para preguntar, quizá debía esperar a que estuvieran en marcha. Temía que preguntarle sobre viejas heridas tornaran su buen humor para comenzar el día así que decidió esperar. Le respondió a Leandro que entonces debían arrancar su viaje en cuánto pudieran. Quizá podrían desayunar y comenzar a caminar aprovechando la mañana. Respecto a lo que decía de la cabaña, recordaba haber estudiado que la mayoría de las veces que los dioses le decían algo a los hombres en los mitos era con acertijos. Quizá ese era el caso, subir la colina, doblar a la izquierda y seguir hasta una cabaña quizá fueran todos eufemismos de otras cosas.
–Subir la colina parece claro. Estamos a los pies del monte Olimpo. Caminar en dirección a la cumbre parece lo más apropiado. Quizá al doblar a la izquierda esté el truco. Muy hábil de tu parte Facundo. La cabaña podría ser cualquier tipo de refugio, eso nos daría la posibilidad de pensar en una cueva por ejemplo. Lo que es más fácil de encontrar colina arriba, pero debemos tener cuidado, a veces en las cuevas habitan criaturas peligrosas, como dragones por ejemplo–. Leandro al escuchar lo que había dicho Facundo comenzó a pensar en voz alta las posibilidades que se le ocurrían mientras juntaba sus cosas, se levantaba y vestía. Facundo se sorprendió al escuchar la palabra "dragones", no recordaba ese tipo de animal en la mitología griega.
–¿Dragones? ¿Criaturas gigantes y aladas que exhalan fuego por la boca?
–No conozco ningún dragón alado, Facundo, creo que Pitón era un dragón que exhalaba fuego por la boca. Fue asesinado por Apolo en el oráculo de Delfos. Quizá hayas escuchado de la Hidra de Lerna, es el dragón más famoso, tenía numerosas cabezas, ahora me pregunto si también decían que exhalaba fuego, pero en general los dragones son serpientes gigantes con alguna habilidad dotada por los dioses. Quizá alguno vuele, no sé.
Facundo escuchaba atentamente lo que decía Leandro, su concepto de dragón era distinto al del futuro. Le apasionaba el tema de las bestias míticas. Aunque aquella ave que había intentado matarlos le produjo un miedo terrible, a la vez le generaba gran adrenalina poder ver criaturas que no existen en su mundo.
–Che, y... Leandro ¿Qué criaturas, además de los dragones, habitan por estas zonas?
–Innumerables criaturas Facundo. ¿Acaso no hay fauna en tu mundo?
–Sospecho que es un tanto diferente a la de acá.
–Entonces me gustaría más sorprenderte. Vamos a hacer un camino un tanto alternativo. Me gustaría mostrarte algo.
Leandro le extendió la mano a Facundo que aún se encontraba sentado en la carpa para que se levantara. Éste tomo su mano haciendo caso y comenzó a desarmar la carpa junto a Leandro. Luego hicieron una fogata rápidamente, comieron algunas sobras y alimentaron a Kallós que había dormido plácidamente durante toda aquella conversación. Al terminar de comer, trepó al hombro de Facundo y levantaron el campamento para continuar.
A medida que caminaban, sentían un viento proveniente tanto del este como del oeste, que se intensificaban en su marcha. Vieron a un grupo de caballos pastando en una pradera que hacían caso omiso al viento, parecía que una barrera de árboles contenía el viento del este y el que provenía del oeste era más apacible. Leandro tomó de la mano a Facundo y lo llevó hacia dónde estaban los caballos. Solo habían caminado una hora para llegar a aquel lugar pero Leandro se sentó a descansar e invitó a Facundo a hacer lo mismo. Facundo se sentó a su lado contemplando la pradera con los caballos pastando y el viento frotando la hierba verde como si la acariciara. Era una hermosa visión.
–Esta es la primera sorpresa. Podríamos haber seguido derecho y haber omitido esto pero ya que parecías entusiasmado con las criaturas, en este prado, a veces, los sátiros y las ninfas vienen a jugar y alimentar a los caballos, yo solo lo vi una vez cuando era pequeño y por eso es un lugar especial para mí. No sé si tendremos suerte hoy pero aún así es un lugar muy bonito ¿No?
Leandro hablaba nuevamente con aquella voz dulce e íntima. Asintió luego de la pregunta de Leandro y lo animó a seguir hablando. Con el viento de fondo, era todavía más agradable escucharlo.
–¿Venías mucho a este lugar?
–Ahora que lo preguntas, sí. Así es.
Ahora su voz había cambiado para responder, algo no estaba bien. No sabía si debía seguir preguntando pero ya estaba hecho. Además ya tenía algunas dudas desde la mañana.
–¿Aquí te escapabas de algo?
–Eres muy perspicaz. De alguien, mejor dicho. Supongo que habrás visto algunas de mis marcas. Después de todo me dijiste que me mirabas tanto como yo te miro.
Incluso nervioso, Leandro sabía cómo dar vuelta una conversación. Facundo rió al ver el giro de los acontecimientos pero decidió seguir indagando e ignorar la provocación. Y preguntó con seguridad. Ahora necesitaba saber. Quería conocer a Leandro.
–¿Quién te hizo esas marcas?
–Es una historia cliché. No soy el primero ni voy a ser el último. Muchos del pueblo las tenemos. Es parte de la crianza, supongo, pero duele, no solo en el cuerpo. Cuando los golpes vienen con palabras, tocan el alma . Yo no se lo haría a mi hijo ni dejaría que nadie se lo hiciera si lo tuviera.
–¿Fue tu papá?
–¿Qué? No. Los padres no participan en la crianza. Solo entrenan a los hombres para la arena política y para la guerra. Aprender a tocar la Lira no fue fácil, aunque ahora me guste mucho tocarla. El látigo de mi madre dejó una marca por cada error. En otros pueblos únicamente se azotaba a los esclavos y los reos, pero aquí, es parte de crecer y mi madre siempre fue muy hábil con las palabras y las armas. Si las mujeres pudieran ir a la guerra habría sido una fiera guerrera. A veces mi abuela se interponía y recibía algún azote por mí. Cuando el anciano ya es anciano, su palabra es solamente consejo. Las nuevas generaciones suplen a las viejas y las futuras están a merced de las presentes.
La cabeza de Leandro se inclinó hacia abajo mientras hablaba. Arrancaba pedacitos del pasto a su alrededor y en algunos momentos su voz se quebraba. Su cabello tapaba su rostro así que Facundo no distinguía si estaba llorando o no, pero su voz parecía destrozada.
–Sin embargo, amo a mi madre. Sus objetivos eran sabios. Solo que no comparto sus métodos.
Leandro levantó la cabeza y le sonrió a Facundo luego de terminar de hablar. Su cara estaba húmeda.
–¿Puedo darte un abrazo?–. Preguntó Facundo esta vez.
–Un abrazo estaría bien.
Facundo se acercó y lo abrazó, Leandro lo tomó con fuerza y cerró los ojos por unos segundos. Se soltaron lentamente y sus rostros quedaron a unos centímetros. Facundo, esta vez se encontraba más decidido. Sus sentimientos por Leandro eran más intensos, fue acercando poco a poco su rostro hasta que escucharon el sonido de un extraño instrumento de viento que los interrumpió.
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