Las hojas muertas

Antes de que pudieran hacer más preguntas, Tiché se desvaneció como una sombra efímera. En su lugar, emergió Kronopetra, un ave majestuosa que encarnaba las estaciones del tiempo. Su presencia, lejos de ser reconfortante, provocaba un presentimiento de que algo formidable se avecinaba.

El grito de Kronopetra resonó en el aire, pero en lugar de un rugido amenazante, se transformó en frases que se insinuaban en la mente de Facundo, Leandro y Corina. Cada uno escuchó una voz que encarnaba un momento crucial de su pasado.

Para Facundo, el sonido evocó la risueña voz de Marcelo, su amigo perdido, burlándose de su travesura compartida en el lago. La daga de Hermes vibró con una mezcla de nostalgia y dolor.

Leandro, por otro lado, escuchó las sabias palabras de su abuela, alentándolo a seguir adelante incluso en las adversidades. El artefacto mecánico de Prometeo resonó con la calidez de aquel consejo.

Corina, con la serenidad de una sacerdotisa, percibió la risa de niños jugando en la aldea, un eco de la alegría que alguna vez floreció en aquel lugar. Su mirada firme enfrentó las reminiscencias con calma, evitando perderse en la añoranza.

Kronopetra, sintiéndose amenazada por aquellos intrusos y fiel a la conexión íntima que tenía con Tiché, desplegó sus alas y lanzó ráfagas de viento. Cada ráfaga llevaba consigo la esencia de las palabras de su recuerdo.

La pelea se desencadenaba en un torbellino de recuerdos y ataques. Kronopetra, se alzó majestuosamente en su vuelo frenético y desataba ráfagas de viento cargadas con las palabras del pasado mientras el cielo se iluminaba tecnicolor con su movimiento. Las plumas de sus alas eran como espejos que reflejaban los recuerdos de los tres intrépidos exploradores, convirtiendo cada ataque en una tormenta emocional.

Facundo, agitando la daga de Hermes, buscaba interceptar al ave en cada vuelo rasante. El sonido metálico del viento siendo cortado por el vuelo de aquel ave de espejos era amenazante y a los oídos de Facundo, la risueña voz de Marcelo resonaba en su mente, mezclándose con la mixtura de nostalgia y dolor que emanaba de la daga. Cada espejo de las plumas reflejaba momentos compartidos con su amigo perdido.

Mientras tanto, Leandro se encontraba en una encrucijada con la caja de Prometeo. La crisis lo envolvía, incapaz de descifrar el artefacto mecánico en medio del caos de recuerdos y viento. Las sabias palabras de su abuela resonaban en su mente, una guía perdida entre el estruendo de la confrontación. Intentó imitar a Facundo con su daga pero entre las voces y estar ocupado con la caja perdió la concentración y en el vuelo el ave arrojó su propia daga al suelo lejos de su alcance.

La voz de Kronopetra, entre los aullidos del viento, narraba los momentos de los tres exploradores como una tortura psicológica. Cada grito del ave reproducía sonidos de escenas que conectaban directamente con los recuerdos más íntimos de Facundo, Leandro y Corina.

En su trayecto, sus alas como espadas rozaron las hojas de los árboles que se volvían amarillas, rojas y marrones con su tacto hasta caer y hacerse polvo. Corina logró esquivar al ave con maestría y al grito de cuidado los tres notaron que sus plumas parecían espejos donde se reflejaban sus recuerdos mudos y en cada grito el ave reproducía sonidos de las escenas que narraba su plumaje. Poco a poco comenzaron a ver el paisaje con más claridad, percibiendo de dónde venían las imágenes y los sonidos, el ave era como un proyector andante.

En medio de la vorágine de recuerdos, Facundo, impulsado por la voz risueña de Marcelo, logró un certero golpe con la daga de Hermes, cortando una de las plumas reflectantes del ave. Un destello de luz se desprendió, y la risa de su amigo se apagó momentáneamente.

Leandro, aún enfrascado en la crisis de la caja de Prometeo, buscaba cada vez más desesperadamente entender su artefacto. La voz de su abuela se mezclaba con el rugido del viento, y en un destello de inspiración, encontró el mecanismo oculto que activaría su artefacto. Un brillo de conocimiento iluminó su rostro mientras la caja comenzaba a desplegar sus capacidades.

Corina, con su sabiduría de sacerdotisa, leyó en las ráfagas de viento las intenciones de Kronopetra. Con una gracia inigualable, anticipó sus movimientos y esquivó las embestidas del ave. Mientras lo hacía, formuló una estrategia para desentrañar los secretos de la bestia mítica.

Kronopetra, sintiendo la resistencia de los exploradores, intensificó sus ataques, desencadenando ráfagas de viento más potentes y retorciendo las frases de los recuerdos en un intento de desestabilizar a sus adversarios. La batalla alcanzó su punto álgido, cada uno luchando no solo contra la bestia, sino contra los eco del pasado que resonaban en su mente que parecían estar al borde de estallar sus sentidos.

En el corazón del bosque, bajo el dosel de hojas que caían como lágrimas, la lucha entre los exploradores y Kronopetra continuaba, entrelazando el presente con los fragmentos del pasado. La confrontación se volvía una danza caótica, una sinfonía de memorias y viento que resonaba en el tiempo. En cada vuelo, un árbol moría, si algún animal casualmente pasaba y hacia contacto con las plumas, caía en un sueño eterno sobre el suelo, mientras Leandro, Facundo y Corina hacían lo posible por evitarlo pero comenzaban a cansarse y el ave parecía aún muy enérgica.

Cuando la caja de Prometeo se abrió, comenzó a envolver el brazo de Leandro como una prótesis cobriza que se híbridaba con el jóven, construyendo una ballesta lista para disparar adherida a su cuerpo. En su puño Leandro tenía un gatillo y con su tacto el mecanismo se activó y una saeta salió disparada finalmente impactando en la bestia y volteando a Leandro hacia atrás con la fuerza del lanzamiento. Luego del golpe, Leandro se golpeó la cabeza y comenzó a perder el conocimiento.

La bestia herida gemía mientras intentaba quitarse la saeta y, en medio del caos, Corina notó la pluma que Facundo había arrancado con la daga y le gritó a Facundo que la usara. Facundo logró reaccionar rápidamente y en la distracción de Kronopetra tomó su daga con una mano y la pluma con la otra y comenzó a acercarse para dar el golpe final. La pluma aún reflejaba la muerte de su amigo. No quería matar, la duda comenzaba a invadirlo. Mientras tanto la bestia estaba a punto de sacarse la flecha. Corina gritaba ¡Ahora! desesperadamente. Facundo al ver el cuerpo de Leandro caer al suelo temió más por su muerte que por la del ave y lanzó al mismo tiempo la daga y la pluma.

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