Lecciones de campamento

Leandro pasó su rostro muy cerca del de Facundo, lo mantuvo varios segundos estudiando todas las reacciones que provocaba y, cuando estuvo sumamente cerca, siguió de largo caminando por un costado y luego continúo con la tarea de la carpa. Facundo quedó muy sorprendido y, luego de darse cuenta de que había estado parado unos segundos mirando a la nada y con el rostro transpirado, levantó las ramas nuevamente y las apiló en un montículo sonriendo, aún sorprendido de lo que acababa de pasar, o de lo que estuvo a punto de pasar. Agarró unos pedernales, suspiró e intentó encender el fuego como lo había hecho Leandro en la cabaña, pero no lograba sacar chispas. Leandro mientras tanto continuaba hablando y ultimando los detalles de la tienda de campaña que había preparado. Se dio la vuelta y vio a Facundo intentando prender el fuego fallidamente por lo que comenzó a acercarse sigilosamente y murmuró cerca de su oído tras de él.

—Asi que eso es shipear.

Facundo se erizó al sentir de golpe y nuevamente que la voz de Leandro estaba muy cerca, luego notó que sus manos se acercaban a las suyas lentamente hasta que las sujetó junto con los pedernales para darle indicaciones.

—Debe ser una fricción rápida y fuerte para que se encienda.

Leandro tomó las manos de Facundo con las suyas e hizo una chispa, pero no lo suficientemente cerca del fuego para que se encienda. Luego quitó sus manos de las de Facundo, dio la vuelta al montículo de ramas y se puso del otro lado del montículo. Facundo sentía que Leandro lograba sorprenderlo una y otra vez, además no cesaba con sus intenciones, parecía interesado en serio, pero, dado que siempre había sido él en el siglo XXI quien fuera el adolescente seguro y confiado que además era el que proponía, intentaría no parecer sorprendido aunque si agradecido por la lección. Raspó las piedras un par de veces como se lo habían indicado y luego de un par de intentos logro encender la fogata.

—Gracias.– Dijo, intentando parecer respetuoso pero autosuficiente. Leandro solo sonrió y asintió con la cabeza, luego explicó que debían aprovechar el fuego para cocinar algo y, si bien él había traído algunas verduras, sería un buen momento para probar el artefacto de Prometeo.

–Una parte de los perrebos adoran a Apolo, por aquí cerca hay una estatua del Dios. Solicitaremos puntería de su mano y permiso para cazar aquí. Creo que con una ardilla roja para cada uno bastará por hoy o una cabra podría servirnos para unos días. Seguramente se conservará, ya que el clima se pondrá más frío en cuanto vayamos subiendo.– Explicó Leandro–. Pero, si ves una cabra y la perseguimos podría sentirse amenazada y atacarnos cuando la tengamos acorralada así que, si falla mi puntería prepara tu daga.

Facundo lo miró, no muy convencido. No le gustaba mucho la idea de cazar, de hecho le hacía ilusión poder ver esos animales por lo que solo asintió con la cabeza pero de mala gana, incluso sugiriendo que quizá deberían comer las verduras que habían traído y cazar solo cuando fuera necesario, pero Leandro estaba decidido, no solo a cazar, si no a probar su brazo ballesta. Quería entender su mecanismo y no que lo tomara por sorpresa otra vez en medio de una pelea. De que le servían sus años de entrenamiento si en el momento necesario no podía proteger al argentino que los dioses habían traído y al que, Leandro suponía, debía proteger como parte de la tarea que estaba asignada por las deidades.

Caminaron algunos metros y vieron un zorro rojo moviendo la cola, pero fue solo durante unos segundos, luego el zorro salió de su rango de visión huyendo rápidamente.

-Los zorros son criaturas escurridizas, pero debes saber que no es nuestra presa, pero si, un gran aliado. Si hay zorros, hay criaturas más pequeñas aquí cerca. Todo animal necesita comer así que ver uno es buena suerte para nosotros, siempre y cuando no pueda hacer lo que te hizo el mochuelo.

Leandro sonrió pero a Facundo no pareció hacerle gracia el chiste. La información era útil pero no tenía intención alguna de dedicarse a la caza en ningún momento de su vida. Sin embargo, era parte del mundo de Leandro y eso si era de su interés. Intentó poner algo más de voluntad al escucharlo.

—Quizá pueda aprender una que otra cosa sobre supervivencia. Quizá no me guste cazar pero evitar morir me puede ser bastante útil, cuando vuelva a Argentina podría irme de campamento. Gracias.

Leandro sonrió nuevamente ante las palabras de Facundo. Se movieron algunos metros y Leandro lo empujó a un costado. Facundo pensaba recriminarle por qué había hecho eso pero cuando miró abajo se dio cuenta que había evitado que metiera el pie en uno de los pozos que había mencionado Corina. Luego vieron una cola anaranjada que se movía entre los árboles pero de una criatura más pequeña que el zorro. Leandro parecía muy decidido. Ambos avanzaron lentamente siguiendo aquella pelambre naranjada hasta que se quedó en un lugar. Facundo oscilaba su mirada entre Leandro y aquella criatura pequeña. Cada vez había más silencio, solo un graznido cada tanto y un pequeño sonido que parecía el de los movimientos de la ardilla buscando algo. El clima estaba un poco más frío por lo que Facundo se pegó involuntariamente a Leandro que emanaba calor, aún con la ropa liviana que parecía llevar puesta.

Leandro se agachó muy lentamente evitando producir cualquier sonido que pudiera alarmar a su víctima y se posicionó sosteniendo su brazo, mirando a la ardilla. Acercó suavemente su brazo derecho al izquierdo e Intentó, sin perder de vista a la pequeña criatura, manipular el artefacto para que pasara lo mismo que la última vez, esperando que en esa posición, el disparo no lo tirara hacia atrás, sosteniendo firmemente con su otra mano y teniendo cuidado de que su brazo no quedara frente a Facundo para no golpearlo con el movimiento.

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