Logos y Eros

Luego de comer y alimentar a Kallós, los chicos se quedaron sentados un rato junto a la fogata. La noche había refrescado y corría una suave brisa. Cada tanto se escuchaba el canto de algún ave nocturna o el zumbido de algún insecto. El camino que debían seguir era empinado y faltaba para llegar a la bifurcación que le habían mencionado a Facundo para encontrar la cabaña.

Leandro miró a Facundo y parecía perdido en sus propios pensamientos. Su pelo castaño hacía juego con la luz del fuego y notó en su rostro algunas sutiles pecas junto a su mirada azul. Sus cejas eran tupidas y su nariz más pequeña que la suya o la de su hermano. Claramente, sus rasgos provenían de otro lugar.

Facundo pensaba en su casa, en su familia, en sus amigos, en si el tiempo pasaría mientras él no estuviera. Si en el futuro existen los dioses y nunca lo notó o se encuentra en algo así como otra dimensión, otro universo. No quería preguntar nada de eso. No estaba seguro de querer respuestas, sentía que quizá, cuánto más preguntara más posibilidades habría de que le dijeran que jamás volvería. Suspiró y trató de relajarse. Cuando salió de sus pensamientos, notó que Leandro lo observaba atentamente.

–¿Pasa algo? –. Facundo preguntó y miró a Leandro a los ojos. Al notar este gesto y escuchar la pregunta, Leandro se incomodó por un segundo al haber sido atrapado mirando y analizando a Facundo. Se ruborizó apenas y se rió algo nervioso.

–No. Nada. Perdón, solo, te miraba, la verdad. Se nota que además de venir de otro tiempo vienes de otro lado del mundo realmente. No solo lo dicen las cosas que cuentas, sino tu rostro.

–En donde vivo hay rostros, colores de pelo y pieles de todo tipo. Argentina siempre fue una mezcla de todo un poco. Lo sigue siendo. Bueno, es raro decirlo así porque supongo que no hay Argentina en este tiempo todavía. Pero se entiende, creo. Está bien si me mirás. La verdad es que yo también te miro bastante desde que llegué.

–¿Ah, sí? Y ¿Qué ves?

–No sé. Muchas cosas. Lo diferente que es tu cuerpo al mío, por ejemplo. Cuando te veo, pienso que debería hacer más ejercicio y pienso otras cosas también. Soy un adolescente después de todo.

–No tengo idea de que es un adolescente pero, parece que lo que estás diciendo es un cumplido. Gracias. Sí. Me ejercito. Alexios y yo cargamos agua para nuestra casa todos los días. Ayudamos cortando leña y entrenamos por si alguna vez la guerra nos toca. Ya ha pasado antes. Siempre hay que estar atento. Tus costumbres parecen ser distintas, así que asumo que tu cuerpo debe ser distinto también. Creo que es normal para mí estar con el torso desnudo. Pero en tu caso, noto que ni siquiera te sacaste la remera para lavarte en el riachuelo–. Luego de decir esto, Leandro, que se encontraba del lado opuesto de la fogata, se levantó y se sentó al lado de Facundo–. La verdad es que me intriga un poco poder ver más que tu ropa desde que llegaste. Quizá soy adolescente también, si es que eso significa. No me malentiendas. No quiero ser irrespetuoso. Cuando miraba tu rostro es porque me gusta ver lo diferente que es al mío. Cuando te escucho hablar, me gusta no poder entender todo lo que dices porque me siento ajeno a tu mundo, y cuando voy, de a poco entendiendo, es una gran sensación. Es por eso que me pregunto acerca de tu cuerpo. No es solo eros, hay un logos acerca de todo lo relacionado contigo que me intriga.

Facundo miraba atentamente a Leandro y escuchaba todo lo que decía. No conocía la palabra logos así que entendía aquella sensación de no comprender todo y también se sentía atraído por aquella curiosidad por lo desconocido que Leandro le transmitía. La voz severa que solía tener Leandro se escuchaba dulce y pasible frente a él con un rostro amable iluminado por la fogata. Siempre había mostrado una imagen segura de sí mismo y, sin embargo, en un par de días, un extraño había decodificado su inseguridad y la había expuesto, pero de una manera tan amable que parecía, no una presión para superarla, si no una invitación elegante y calma. Facundo se sintió muy distinto a la vez que Leandro había intentado besarlo. No sé sentía incómodo ni invadido, si no todo lo contrario. Miró a Leandro, sonrió y se sacó la remera de una vez.

—¿Qué opinás? –Facundo preguntó apenas levantando el rostro para mirar a Leandro. Leandro lo miró de abajo hacia arriba. Su torso era más flaco que el de él y su piel tan blanca como su rostro. Estaba poblado de lunares y sus hombros eran pequeños. Sus brazos no eran musculosos pero parecía que alguna vez había hecho algunas pesas. Leandro le acarició primero el cuello y luego su cabello. Su peinado también era exótico y su pelo mucho más corto que el suyo. No parecía que necesitara cambiar nada. Leandro sentía que los dioses se habían fijado en él al traer a Facundo a su vida.

–Estoy sorprendido, para bien. Te abrazaría, pero las últimas veces que estuvimos tan cerca, no parece que fuera tu costumbre y pareció que te incomodé. No sé si me gustaría ser rechazado otra vez. Pero no deberías sentirte mal por como ve se ve tu cuerpo. Eso es una eventualidad.

–Es diferente ahora. Un abrazo estaría bien. Supongo que si, que es algo eventual.

Leandro extendió la mano con la que había acariciado a Facundo hacia su espalda, luego hizo lo mismo con la otra y apretó su pecho contra el suyo. El cuerpo de Facundo estaba a menor temperatura que el suyo. Ambos cerraron sus ojos apoyando la cabeza en el hombro del otro. Facundo extendió también sus brazos hacia la espalda de Leandro. Cálida como el sol. Luego de varios segundos, se soltaron y Leandro habló con una sonrisa: –¿Vamos a dormir?

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