En medio de la charla entre Corina y Facundo, Leandro despertó. Al abrir sus ojos lentamente, vio a la anciana y el joven en su vigilia. Hablaban entre ellos. Aún no habían notado que había dejado de dormir así que aprovechó para escuchar. Escuchó su nombre. Escuchó que su abuela hablaba de la forma en qué Facundo lo miraba y escuchó a Facundo responder si era tan evidente. Le generó una sonrisa. Cuando en su casa Facundo le había negado un beso había pensado que quizá no estaba interesado en él de esa manera pero aquella conversación le dio nuevas esperanzas. Quizá en el futuro las cosas fueran distintas y el mundo fuera más paciente, las personas vivirían más y tendrían todo el tiempo del mundo para vivir un romance. Aquí, uno se podía morir en una invasión, en una guerra o por alguna criatura que había decidido merodear por la zona. De todas formas, la ansiedad no cabía como oportunidad. Se le ocurrió que debía dejar que Facundo midiera el tiempo oportuno para lo venidero entre ambos. Él estaría dispuesto y sería paciente. Lentamente, se levantó interrumpiendo la charla con el sonido de su estómago hambriento. No era lo que había pensado para dar aviso de su presencia pero estaba bien. Leandro sonrió, Facundo y Corina rieron. Su abuela sacó algo de carne seca de entre sus ropas y la repartió entre los tres. Le preguntó si se sentía bien, si había podido descansar y Leandro asintió, luego miró a Facundo. La mirada de Leandro era profunda e inquisidora. Facundo le mantuvo la mirada un momento y luego le dio una palmada en la espalda y se concentró en la comida.
Cuando terminaron de comer, Corina explicó que debía marcharse, que ya los había acompañado al río de los recuerdos y que debía volver a ver cómo estaba el hermano de Leandro, además, decía ella, que lo que restaba del camino, era un viaje que les correspondía solamente a ellos. Antes de partir, les indico que ruta debían seguir para llegar a la cabaña de Hermes. Les explicó que a aquella ruta le llamaban el camino de la serpiente, no solo por sus sendas zigzagueantes sino por la abundancia de las mismas a lo largo del camino. Indicó que si veían un pozo, debían alejarse y evitar pisarlo, porque allí habitaban estos reptiles, y a nadie, serpiente o no, le gustaría que destrozaran su hogar. Facundo y Leandro agradecieron la información y la despidieron. Leandro le dio un afectuoso abrazo. Facundo le extendió la mano en señal de respeto pero la anciana lo tomó del brazo y lo atrajo hacia sí para darle un abrazo al igual que a Leandro.
Habiéndose ido Corina, Facundo y Leandro levantaron el campamento y se prepararon para partir. El inicio del camino arrancaba con una pronunciada bajada y luego lentamente se dirigía colina arriba. Podían, ya de lejos, verse los pozos que había mencionado Corina, pero también había frondosos helechos, arbustos y árboles florales.
El camino era tranquilo y a medida que se alejaban del río, el sonido del agua se sustituía por siseos y graznidos. Millares de ojos se asomaban entre pozos y vegetación. A medida que iban avanzando notaron unos ojos que se repetían en el paisaje. Leandro fijó su mirada y notó que era un mochuelo y le avisó a Facundo que debían apresurar el paso, ya que los mochuelos no levantaban vuelo hasta el oscurecer. Ya para cuando la luna estuviera en el cielo, deberían encontrar un lugar para acampar y el camino no parecía acortarse, los pozos se multiplicaban al igual que los sonidos. En un momento dado, el mochuelo se les adelantó y se posó sobre una roca. Facundo recordó que aquel ave representaba a una diosa y le sugirió a Leandro que lo siguieran, después de todo, habían sido los dioses quienes los habían convocado. Leandro tuvo un extraño presentimiento al respecto pero decidió no decir nada y seguirlo sin abandonar su estado de alerta.
Tras la roca se levantaba una cueva y en la entrada, la cabeza de una serpiente tallada. Leandro tomó la mano de Facundo y le dijo que quizá sería mejor que volvieran al camino y buscaran algún lugar para acampar entre la maleza, pero Facundo no parecía escucharlo y avanzaba lentamente hacia la cueva. Leandro comenzó a ponerse nervioso y decidió pararse en frente de Facundo, notó que su mirada parecía perdida y que su mano se posaba sobre su daga. Leandro no estaba dispuesto a lastimar a su compañero. El mochuelo cantaba alegre y en la cueva se escuchaban siseos. Facundo se acercaba a la entrada como si Leandro no estuviera en medio. Leandro estaba parado estoico frente a él hasta que sus rostros se enfrentaban con solo un ápice de distancia.
-Tenemos que entrar-. Dijo Facundo
-No estoy de acuerdo-. Pronunció Leandro tomando a Facundo de la muñeca adelantándose a qué empuñara la daga.
El forcejeo se iba tornando cada vez más fuerte. Facundo, pensó Leandro, era más fuerte de lo que parecía y le estaba costando retenerlo. Observó al mochuelo y se le ocurrió una idea. Empujó a Facundo con todas sus fuerzas y este cayó hacia atrás y antes que pudiera levantarse levanto una piedra y se la lanzó al mochuelo que se alejó volando. Facundo recuperó su mirada.
-¿Qué pasó?-. Preguntó el Argentino.
-No todos los dioses están de nuestro lado. Parece que Atenea no está muy de acuerdo con que veamos a Hermes. No creo que esté en esta cueva. Creo que es mejor que nos alejemos, Facundo.
Facundo notó que tenía su daga en la mano y la soltó de inmediato, miró a Leandro y notó que no tenía ningún corte. Eso lo tranquilizó un poco pero aún así tuvo miedo de si mismo.
-¿Esto es...
-El poder de los dioses-. Leandro completó su frase y luego agregó extendiendo su mano para que Facundo pueda levantarse: -Vamos. No te preocupes, no estaba dispuesto a hacerte daño, solo a frenarte.
-Parece que yo si.- Facundo aceptó la ayuda y se levantó algo apesadumbrado-. ¿Que habría pasado si...
-Lo habría evitado-. Leandro no dudó un segundo al responder. -Quizá no lo hayas notado y no intento presumir, te lo aseguro, pero estoy en mejor forma que tú. Entreno diario. Los pueblos asediados deben estar preparados. Mí abuela y mí hermano dependen de mí. No te habría hecho daño ni hubiera dejado que me lo hicieras a mí. No te preocupes.
Facundo se quedó en silencio. Por un lado se sintió bien al no ser un peligro para Leandro, por otro lado se sintió algo débil, como una carga en algún punto pero intentó no pensar mucho en ello. Sin embargo era transparente y sus dudas se dibujaban en su cara.
Mientras caminaban, Leandro notó algo preocupado a Facundo. Vio una pequeña serpiente en un pozo, ya la había visto antes, sabía que no era venenosa, pensó que Facundo necesitaría algo de motivación así que cuando estaba distraído hizo un movimiento brusco cerca de la criatura esperando que lo mordiera en la mano, así lo hizo y se quejó levemente pero lo suficientemente fuerte para que Facundo saliera de sus pensamientos y lo notara. Debía intentar actuar lo mejor que pudiera.
-¡Por Zeus! esta criatura es venenosa siento mis brazos debilitarse... - Leandro dio su mejor esfuerzo actoral y se sentó en el suelo, Facundo estaba espeluznado.
-¡¿Qué debería hacer?! -Al ver a la serpiente prendida de Leandro se le ocurrió sacar su daga y se la clavó en el cuerpo. La serpiente chilló y soltó a Leandro. Pero éste, fijo en su papel, se quedó sentado.
-Debes succionar el veneno y escupirlo en el suelo. Por favor, se cuidadoso y no tragues ni una gota. Cuenta al menos tres segundos mientras lo haces y será suficiente.
Facundo tomó la mano de Leandro y siguió sus indicaciones al pie de la letra escupiendo la sangre que había succionado de la herida en el suelo. Al instante, del barro brotó una flor, roja como el fuego. Leandro sonrió. Facundo aún sostenía su mano.
-Bien hecho. Creo que estaré bien. Me salvaste la vida. Creo que es mejor que descansemos. Ha sido suficiente por hoy. No te preocupes, dame un minuto y estaré recuperado. Yo me haré cargo de la tienda. Por favor recoje esas ramas secas, debemos hacer una fogata.
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