La ardilla se encontraba quieta, luego se desplazaba lentamente por los árboles intentando cortar un fruto para guardarlo en su boca. Cuando veía que era demasiado grande, se lo sacaba y buscaba otro que pudiera almacenar. Facundo veía esto maravillado. Siempre le habían gustado los animales y la naturaleza. Leandro mientras tanto apuntaba su brazo, pero no pasaba nada. La caja llena de símbolos no reaccionaba. Aprovechando la demora en el manejo del dispositivo de Prometeo, Facundo insistió nuevamente en que comieran solo las verduras para no perder el tiempo, pero que usaran alguno de los frutos del árbol para probar la puntería. Leandro ya había cazado ardillas y animales más grandes antes, por lo que si de verdad necesitaran comida, los cazaría después sin la necesidad del artefacto, así que no le preocupaba perder la presa. Mientras tanto podía darle con el gusto a Leandro y solo apuntar únicamente a los árboles para no dañar a la criatura. Parecía que Facundo no estaba acostumbrado a las labores diarias de supervivencia. Quizá el día a día fuera más fácil en tiempos más avanzados.
–¿Qué haces en tu día en el futuro? Me refiero... Si no cazas o no defiendes tu casa, ¿qué haces? –Leandro preguntó curioso porque no conocía a nadie de su edad, al menos en su pueblo, que no supiera cazar o que empuñara un arma.
–Si, es muy distinto, supongo. Es decir, tenemos que hacer cosas pero no esas mismas. Como... Estudiar por ejemplo, para poder luego inscribirte en la carrera que quieras con una buena nota o incluso conseguir una beca por tus méritos. Eso quiere decir que algunas carreras, emmm es decir, grupos de maestros que te enseñan una profesión, cuestan mucho dinero y como recompensa por tus buenas notas, cuando las tienes durante la escuela cuando eres más jóven, podrían permitirte estudiarla gratis.
–No entiendo eso. Algo así como saber para sobrevivir. Tiene sentido. Todos aprendemos cosas desde niños.
–Si, aprender para sobrevivir, supongo, pero... No en el secundario, ahí es otro cantar. Tenés que caer bien para sobrevivir. No sobrevivís solo con lo que te enseñan.
–Eso es más fácil. No suelo caer mal.—Leandro sonrió petulante esperando la risa de Facundo por su chiste pero éste no hizo más que devolverle la sonrisa. Quizá no lo había entendido.
Mientras charlaban, Leandro intentaba manipular nuevamente el artefacto y esta vez recordó que había realizado cierto patrón tocando ciertos símbolos o puntos del cubo. Percibió un patrón que logró ver luego de un rato observando cómo se iluminaban ciertos lugares del artefacto con los reflejos del sol. Moviendo ciertas piezas y tocando ciertos lugares, el artefacto se movió mecánicamente formando alrededor de su brazo, una especie de catalejo que reflejaba la luz solar con pequeños espejos. Observó la forma y comenzaron a sentir olor a quemado. Al buscar de dónde provenía vieron una hoja de un árbol con agujero. Notaron que a dónde apuntaba el catalejo, los rayos del sol se concentraban. Habiendo visto eso, Facundo le dijo que quizá el artefacto fuera varias armas en una, que debía recordar que había tocado anteriormente en el cubo para que se transformara en ballesta, pero Leandro lo había manipulado intuitivamente ante la desesperación de la situación aquella vez. Intentó recordar aquella imagen terrible que la bestia le había mostrado. Pensó en el fuego y la guerra, el dolor y la muerte y recordó que había ciertas figuras en la caja de Prometeo que le recordaban a la visión. El orden en que la había apretado había sido el orden de la secuencia del recuerdo que se repetía en su cabeza, lo intentó y para su sorpresa el arma formó la ballesta, era un hombre, luego fuego, luego un grupo de hombres y luego una calavera, cada dibujo tallado en el artefacto accionaba algo. Tanto él como Facundo festejaron al haberlo logrado. Los recuerdos formaban un arma y las luces que reflejaban las formas con el sol eran otra completamente distinta. Ya comenzaba a comprender, ahora quedaba apuntar. Con la concentración en el artefacto y en medio del festejo olvidó que la puntería no iba a practicarla con la ardilla y en cuanto la ballesta terminó de armarse en su brazo, divisó el roedor por instinto y disparó.
La pequeña criatura cayó desplomada al suelo luego del impacto. De su boca salieron las frutas que había guardado. Facundo hizo un gesto de asco y miró a Leandro apesadumbrado. Revisó la ardilla para ver si tenía pulso pero no había nada.
–Perdón–. Dijo Leandro explicando que se le había disparado el arma. No había sido su intención. Había sido solo un impulso.
–No hacía falta–. Facundo usó una voz seria. Además, tenía razón. Aún tenían comida de sobra. De todas formas suspiró, recogió la ardilla y se la entregó a Leandro–. Al menos cazar por comer es más noble que cazar por diversión. No pienso cocinarla, deberías hacerlo vos. Pero para la próxima evitemos matar criaturas innecesariamente.
Leandro asintió. Estaba avergonzado. Se consideraba un buen cazador por lo que disparar sin seguridad al apuntar y matar una criatura que no pensaba exterminar, parecía algo poco digno de un buen cazador y algo poco usual en él. Se sentía más distraído que lo habitual. Respondió, ante las palabras de Facundo, que él se haría cargo de la comida. Miró a la ardilla muerta y pensó que quizá fuera cierto. Quizá los seres vivos no deberían pagar por los errores humanos, sin embargo, lo natural para él había sido siempre ver a los animales como objetos. Miró a Facundo que se encontraba arrodillado y notó que su semblante se había entristecido, miró sus manos y vio que sostenía a una ardilla mucho más pequeña.
–Parece que vino a ver dónde estaba su madre y cayó en mis manos. Es mejor que vea su cadáver. Así por lo menos no va a esperar a que le traiga comida o que la alimente con su leche.
Leandro vio como Facundo acariciaba a la cria de la ardilla muerta, dócil e indefensa sin el sustento que la cuidaba. Las ardillas son dependientes como los humanos las primeras semanas. Sola, probablemente no pasaría el invierno. Si los dioses ponían a la pequeña en sus manos, quizá ese era el castigo por su descuido. Leandro se arrodilló frente a Facundo y colocó sus dos manos sobre sus hombros, y dijo en voz baja: –La cuidaremos nosotros. Ha sido por mi culpa y he de pagarla dándole a la cria lo que la madre nunca podrá. La madre será entonces no solo alimento, si no sacrificio para el bosque y Apolo, quién nos ha mostrado la fragilidad de la belleza–. Facundo no respondió. Estaba concentrado en la pequeña criatura. Ambos se levantaron y Facundo se fue a buscar semillas y frutas para la cria mientras Leandro cocinaba. La noche los acechaba y la tienda estaba levantada frente a la fogata. Cuando Facundo regresó puso a la cria en el suelo y le dejó los alimentos que había recogido. Luego se sentó en el suelo entre la tienda y la fogata mirando a Facundo cocinar. Quizá la flor, luego la ardilla... Ya no estaba seguro de que fuera Afrodita quién los shipeara, quizá fuera obra de una titánide que intentaba enseñarles algo. Leandro pensó por un momento pero no estaba seguro, de todas formas si lo que debía apreciar era la belleza efímera de la naturaleza...
–Le vamos a poner Kallós. –. Dijo Leandro mientras atizaba el fuego.
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