No te bañas dos veces en el mismo río (segunda parte)

La tarde caía sobre el pueblo perrebo, y el río de los recuerdos reflejaba los últimos destellos del sol poniente. Corina, con la mirada perdida en las aguas, se sumergió en el río, dejando que las corrientes la llevaran hacia un pasado lejano.

En su visión, la aldea perreba se extendía en la llanura, en armonía con la naturaleza circundante. Las chozas de adobe se alineaban, y la vida cotidiana transcurría con la tranquilidad de aquellos que cultivaban la tierra y honraban sus tradiciones.

Corina, aún joven y llena de vitalidad, caminaba por la aldea, saludando a sus vecinos con una sonrisa cálida. Los campos verdes se mecían con la brisa, y el aroma de las hierbas silvestres impregnaba el aire. Pero la serenidad de la visión pronto se vio eclipsada por la sombra de un evento trascendental.

La aldea, en ese momento de paz, enfrentó una amenaza que los habitantes nunca habían anticipado. Una serie de deslizamientos de tierra, desencadenados por fuertes lluvias, amenazaban con sepultar la aldea bajo toneladas de barro y rocas. Corina, entonces una sacerdotisa respetada por su sabiduría, guió a su pueblo hacia las colinas cercanas en un intento desesperado de salvarlos de la inminente catástrofe. El primer éxodo de la aldea, antes que nazcan los padres de Leandro.

La visión se enfocó en la desesperación de Corina mientras lideraba a los aldeanos hacia la seguridad de las colinas. La lluvia caía torrencialmente, y el estruendo de los deslizamientos de tierra resonaba en la aldea. Corina, con lágrimas en los ojos, miraba hacia atrás mientras el lugar que alguna vez llamaron hogar quedaba sepultado.

En las colinas, el pueblo perrebo encontró refugio por primera vez, construyendo una nueva comunidad sobre la adversidad. Aunque habían perdido su hogar, la tragedia los unió de una manera más profunda. De repente la visión se retorcía, la lluvia frenaba y antes que suceda algo más la conciencia de Corina despertó. Su fuerza espiritual era tremenda, Tiché no había tenido oportunidad de doblegar su conciencia de la realidad. O quizá no había sido esa su intención. La visión se desvaneció antes de deformar el recuerdo, y Corina emergió del río de los recuerdos con la carga de la memoria de aquel éxodo que moldeó el destino de su pueblo por primera vez.

Corina, al volver al presente, llevaba consigo la certeza de que cada elección, cada sacrificio, forjó el camino que ahora los tres exploradores caminaban. Con la mirada fija en el horizonte, se preparó para enfrentar las siguientes corrientes del tiempo, sabiendo que el tejido de sus vidas se entretejía con las vicisitudes del pasado. No era la primera tragedia a la que Tiché había intentado someterla ni sería la última.

La superficie del río de los recuerdos quedó impregnada con las imágenes de las vivencias pasadas, mientras las sombras del crepúsculo tejían un manto misterioso sobre la aldea. Facundo, Leandro y Corina emergieron del río, sus rostros reflejando el eco de las visiones que acababan de experimentar.

En ese momento, como una manifestación de la oscuridad misma, Tiché se materializó ante ellos. Su figura era etérea, un reflejo en constante cambio que desafiaba la fijeza. Poseía la elegancia de una diosa antigua, con sus ropajes oscuros danzando al ritmo de una brisa invisible.

Los cabellos de Tiché, tan oscuros como la medianoche, caían en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos, profundamente enigmáticos, irradiaban una chispa divina que revelaba un conocimiento más allá de la comprensión humana. Su piel, pálida como la luna, parecía absorber la luz a su alrededor.

Sus labios, curvados en una sonrisa enigmática, pronunciaron palabras cargadas de significado. —Bienvenidos, viajeros del tiempo. Han navegado por las aguas de sus recuerdos, enfrentando los misterios de su propio pasado. —Tiché los observó con una mezcla de benevolencia y malicia.

Corina, con la sabiduría de los años grabada en su expresión, fijó sus ojos en la diosa. —Tiché, tejedora del destino, conocemos tu juego. ¿Qué intentas desentrañar en los hilos del tiempo?

La diosa respondió enigmáticamente. —Los hilos del destino se entrelazan y desentrelazan, querida Corina. Solo los tejedores más astutos pueden descubrir el patrón. ¿Acaso no ansían comprender su propio papel en este vasto tapiz temporal?

Facundo, aún con la sombra de la visión en su mirada, se adelantó. —No estamos aquí para jugar tus juegos, Tiché. Queremos respuestas, y las queremos ahora.

Tiché rió, un sonido que resonó como el eco de los secretos ocultos en la aldea. —¡Que altanería! Respuestas, sí. Pero las respuestas a menudo vienen con un precio, querido Facundo. ¿Están dispuestos a pagarlo? Te aseguro que si vuelves a contestarme de esa manera, la próxima vez me encargaré de que sufras antes de continuar con la conversación.

Tiché tenía una presencia imponente, sus ojos púrpura parecian un lago terriblemente profundo donde habitaban criaturas desconocidas. Escuchar su voz dura le dio cuenta a Facundo de que ese diálogo no era un juego. Que debía hablar de una manera más respetuosa. Después de todo era una diosa. Se exasperó. Mirando a Tiché solo unos segundos luego de aquella amenaza le estremeció el cuerpo sintiéndose al borde de la muerte.

Leandro, con una mirada perspicaz, intercambió miradas con sus compañeros antes de responder. —No tememos a tus enigmas, diosa del destino. Habla, y veremos si tus palabras merecen nuestro precio.— Leandro notó que el miedo estaba dominando a Facundo pero no hizo nada. La diosa del destino no era cualquiera y Facundo debería entenderlo. Responder de esa manera podría significar años de ganados muertos. Ya lo tranquilizaria después. Ahora debía entender cómo comportarse y soportar la inefable presencia de la diosa, lo más estoico que pudiera.

La diosa movió sus manos con gracia, como si estuviera tejiendo invisible en el aire. —Entonces escuchen: el tiempo es un río caudaloso, y ustedes son hojas flotando en sus corrientes. Pero hay reliquias, poderes antiguos que pueden torcer la corriente a su voluntad.

Corina frunció el ceño. —¿Hablas de la reliquia que guardamos?

Tiché asintió con complicidad. —La reliquia es clave para alterar el curso del tiempo. Pero, como en todo tejido, hay quienes desean desentrañar los hilos. Y aquí es donde sus destinos se cruzan con los designios de los dioses.

Facundo, instintivamente, llevó la mano a su cintura, donde yacía la reliquia. —No permitiremos que nadie nos arrebate esto. Sea dios o mortal.

Tiché, con ojos titilantes, respondió. —No subestimen el poder que se avecina. Pero, como gesto de buena voluntad, les ofrezco un regalo del tiempo. Facundo, aquí tienes tu guía en este viaje. —Tiché señaló hacia un objeto que yacía en el suelo, cerca de los pies de Facundo.

El joven explorador, temblando se inclinó para recogerlo sin dejar de mirar a la diosa y descubrió una daga, finamente ornamentada, con símbolos de Hermes grabados en su hoja. Facundo levantó la mirada rápidamente para no perder de vista a la diosa y Tiché sonrió con complicidad. —Que esta daga sea tu aliada en las sombras del tiempo, Facundo. Un regalo de Hermes, el mensajero divino. Ya no temas más. Si quisiera hacerte daño, ya lo habría hecho. Simplemente se más cuidadoso con tus palabras la próxima vez.

Mientras tanto, Leandro observó con atención. —Y yo, ¿cuál es mi destino?

Tiché extendió su mano, y en ella apareció un artefacto mecánico intrincado, adornado con símbolos de Prometeo. —Para ti, Leandro, un artefacto de los seguidores de Prometeo. Un faro de previsión y sabiduría en medio de la oscuridad.

Corina, con la mirada aguda, no bajó la guardia. —No confiamos en regalos de los dioses. Nuestra vida es siempre un juego para ustedes ¿Cuál es tu verdadero propósito, Tiché?

La diosa desvaneció su sonrisa. —El destino de ustedes está enredado en hilos más oscuros de lo que imaginan. No todo es lo que parece. Pronto, la bestia mítica surgirá de las sombras, y entonces comprenderán la verdadera naturaleza de su viaje.

Antes de que pudieran hacer más preguntas, Tiché se desvaneció como una sombra efímera. En su lugar, emergió una bestia mítica, con ojos resplandecientes y un rugido que hacía eco en las paredes del tiempo. El enfrentamiento estaba a punto de comenzar.

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