El cuarto de Corina estaba iluminado por la vela que Leandro había encendido. Dos camas, una más grande y otra más pequeña, ocupaban el espacio. Alexios había preparado con esmero ambas.
—Aquí están las camas para ustedes. Espero que descansen bien. —Corina entra tras ellos y señala las camas, su mirada llena de complicidad.
Leandro, asintiendo, indica la cama más grande para Facundo y la más pequeña para sí mismo. Facundo, en un acto de cortesía y respeto, insistió en que Leandro ocupara la cama más grande, ya que era su hogar. Corina, entre risas, sugirió jocosamente que ambos jóvenes compartieran la cama más grande.
—Descansen y sueñen con los dioses. —se despidió Corina antes de retirarse del cuarto, dejando a Facundo y Leandro a solas.
La vela parpadeaba, proyectando sombras danzarinas sobre las paredes. Leandro, con una sonrisa amable, se prepara para dormir quitándose la toga que llevaba puesta y acostándose en la cama de Alexios. Facundo, sintiendo la peculiar tensión de la noche e intentando no mirar demasiado a Leandro, decide hablar.
—Leandro, ¿Puedo contarte algo? —Facundo mira a Leandro, sus ojos revelan una mezcla de ansiedad y confianza.
Leandro, atento, asiente invitándolo a continuar. Se levanta de la cama de Alexios y se acuesta a su lado para escucharlo mejor. Facundo se ruboriza al tenerlo tan cerca pero intenta nuevamente concentrarse en lo que estaba diciendo. Relata una historia de su infancia, un recuerdo lejano que ha llevado consigo a través de los años. Era la memoria de un día lluvioso en Tucumán, cuando, siendo un niño, encontró un gatito abandonado en la calle y lo llevó a casa. Comparte la ternura de ese momento, la conexión instantánea con el pequeño felino y cómo aquella experiencia marcó su visión del mundo. En su relato, aquel felino le había clavado la mirada como si esperara algo de él. En su mirada había un profundo temor y a la vez un pedido de auxilio. El gatito era muy pequeño y se le notaban las costillas por la falta de alimento.
—Ese día comprendí que la conexión con otros seres, ya sean humanos o animales, puede cambiar nuestra perspectiva de la vida. En aquella mirada sentí el miedo que todos tenemos a morir. Por supuesto me lo llevé. Al comienzo mí mamá no estaba muy contenta con eso. De todas formas lo tuvimos solo un tiempo hasta que le conseguimos un hogar definitivo pero, no puedo ver a ningún ser vivo de la misma manera desde ese día.—confiesa Facundo, sus ojos reflejando la nostalgia del recuerdo.
Leandro, al escuchar la historia, percibe la esencia de lo compartido. Debía ser algo importante para que se lo contara con tanta vivacidad. La conexión con el gatito no solo fue un acto de compasión, sino un vínculo que le abrió una ventana a un mundo de empatía y afecto. La comprensión de que nuestras relaciones con otros seres pueden ser un faro en la oscuridad de la vida, guiándonos hacia una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Leandro comprendió el mensaje que Facundo intentaba darle puesto que es lo que vivía cotidianamente en su pueblo, prácticamente integrado al entorno.
La conversación se volvía una conexión más íntima, donde las palabras fluían entre la penumbra del cuarto. Facundo observa la estatuilla de Prometeo en la mesita de noche, las manos de ambos, en un acto espontáneo, se encuentran en el espacio que deja el colchón de heno entre ambos en un movimiento involuntario.
—Es como si los dioses hubieran entrelazado nuestros destinos. —murmura Leandro, su voz cargada de asombro y admiración.
Facundo sonríe, la conexión entre ellos se manifiesta no solo en palabras, sino también en el suave roce de sus manos entrelazadas. La tensión se vuelve romántica y se intensifica, como un susurro en la brisa nocturna. Ambos sienten la cercanía del otro. Leandro, guiado por la costumbre de su tiempo, el deseo y la atmósfera cargada de intimidad, acerca su rostro al de Facundo en un gesto que busca algo más que las palabras. Sin embargo, Facundo, a pesar de su supuesta seguridad y encanto, se siente un tanto abrumado por el momento y, en lugar de corresponder al gesto, simplemente se limita a apretar las manos entrelazadas de ambos, sin saber muy bien cómo reaccionar. Siente todo demasiado apresurado. Por un momento piensa que es la costumbre de la época y luego recuerda la velocidad con la que se mueve la gente del siglo XXI. Quizá fuera solo él quien necesitara entender la situación antes de actuar. Sentia que no tenía control de todo aquello.
La vela parpadeaba, sumiendo la habitación en una penumbra sutil. La atmósfera, cargada de una tensión romántica, se deslizaba entre las sombras danzarinas proyectadas en las paredes dibujando con las luces de algunas velas aún encendidas.
Leandro percibe la respuesta sutil de Facundo, quien, en lugar de corresponder al beso, aprieta con firmeza las manos entrelazadas. La expresión de Leandro pasa de la anticipación a la confusión, un susurro de incertidumbre en el silencio de la habitación.
Facundo, notando la tensión, rompe la penumbra con una sonrisa cálida. —Leandro, tengo que confesarte algo. Esto es nuevo para mí. No quiero apresurarme. Pero te aseguro que valoro todo lo que pasa entre nosotros. Quizá deberías tener en cuenta que solo nos vimos por primera vez hace un par de horas. No lo tomes a mal pero no nos precipitemos...—explica, buscando aliviar la tensión mientras sus dedos acarician las manos entrelazadas.
Leandro, aunque inicialmente desconcertado, asiente con comprensión. Para él no era necesario pensar tanto para algo tan sencillo como el placer. La complicidad entre ellos, más allá de los gestos románticos, se mantenia intacta. Una única vela, aún parpadeando en la mesita de noche, ilumina la escena donde las sombras juegan alrededor de dos almas conectadas por los hilos invisibles del destino.
—No quiero forzar nada. —añade Facundo, su tono suave como una caricia en la oscuridad. —Solo quiero que sepas que aprecio mucho este encuentro y por supuesto todo lo que están haciendo por mí, vos y tu familia
Leandro, con una mezcla de gratitud y aceptación, asiente. —Nuestro viaje acaba de empezar, Facundo. Aunque creo que quizá deberías aprovechar un poco más el momento, no quiero ser irrespetuoso—murmura, sintiendo que, aunque las sombras de la noche les oculten, la luz de la conexión entre ambos sigue brillando.
El silencio se adueña de la habitación, solo roto por el susurro del viento nocturno y la quietud de la aldea. Leandro poco a poco se acomoda y va cerrando los ojos. Facundo no se duerme al instante si no que observa a Leandro sin la toga que lo cubría y nota su nariz algo ancha y levantada, sus hombros y torso que se pierden en las sábanas con algunas cicatrices y una contextura física más muscular que la suya. Piensa, en retrospectiva que quizá apresurarse no habría estado mal y se sonríe a si mismo. Poco a poco le va ganando el sueño luego de la adrenalina y, envuelto en la penumbra se siente afortunado porque luego de la charla se durmió antes de volver a su cama y aunque no pasó más nada, comparten la cama grande, con las manos entrelazadas como un lazo que trasciende el tiempo y el espacio. Sus ojos poco a poco se cierran. La vela justo antes de apagarse, cae al suelo encendida con un inesperado viento con ambos adolescentes dormidos.
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