Facundo despertó abruptamente al notar un olor a azufre y un intenso calor que envolvía la habitación. Al abrir los ojos, se encontró con la vela que había caído la noche anterior ahora encendiendo la alfombra de piel. El fuego se propagaba rápidamente, dibujando sombras danzarinas en las paredes.
—¡Leandro, despierta! ¡El fuego! —gritó Facundo, sacudiendo a Leandro con urgencia.
El jóven perrebo, al sentir el calor y escuchar las palabras de Facundo, despertó de golpe. Ambos se levantaron de la cama, enfrentándose a la creciente amenaza de las llamas. La vela, ahora convertida en un peligroso foco de incendio, crepitaba con intensidad. No era aún demasiado grande pero se expandía segundo a segundo.
—¡Tenemos que apagar esto! —exclamó Leandro, instintivamente buscando algún recipiente con agua. Facundo, sin perder tiempo, buscó una manta para intentar sofocar las llamas. Leandro salió corriendo con un balde hacia el río más cercano mientras Facundo intentaba controlar el fuego. Pasaron unos pocos minutos y el incendio se agrandaba a pesar de los intentos de Facundo. Leandro llegó no solo con el balde, si no con una carretilla llena de agua. Entre ambos fueron rodeando el fuego con el agua de la carretilla y el viento usando la manta. En un momento determinado, Facundo vio una pala y se le ocurrió una idea. Mientras Leandro usaba el agua, Facundo salió corriendo hacia afuera con la pala, levantó un pedazo de tierra y volvió para echarlo al incendio.
Luego de un raro, lograron controlar el incendio y evitar daños mayores en la habitación. El suelo y la alfombra estaban manchados de barro y hollín pero la vela finalmente se había apagado, dejando tras de sí el aroma a quemado y la sensación de un peligro sorteado. Ambos transpiraban agitados por el estrés y el calor del momento. Mientras recobraban el aliento, se miraban y sonreían en complicidad. En un primer momento, cuando se hubieron calmado, Leandro se sintió algo culpable por no haberse dado cuenta de que la vela había quedado encendida, pero mientras pensaba para sus adentros, Facundo interrumpió sus pensamientos.
—Eso estuvo cerca. ¿Qué pudo haber causado esto? Es como si alguien la hubiera arrojado al suelo. ¿No estaba bastante lejos del borde? —preguntó Facundo, mirando la vela ahora apagada con suspicacia.
Leandro, con un gesto reflexivo, señaló hacia la alfombra chamuscada y no recordó haber olvidado jamás una vela encendida. El sueño le había ganado extrañamente. O ¿se habría distraído con la presencia de Facundo? Era interesante, sí, pero no como para olvidar una vela encendida. Leandro era muy precavido y apagar las velas antes de dormir era un hábito incorporado de años. Si Facundo había llegado con los dioses quizá el incidente tenía alguna relación. —Parece que algo más está en juego aquí. Algo más grande que nosotros. —pensó en voz alta y su mirada reflejaba la intriga y la determinación de descubrir la verdad detrás de aquel incidente.
El comienzo de aquel día, que prometía ser tranquilo, se vio alterado por las llamas que devoraban la habitación. La vela, ahora apagada, dejó tras de sí la sombra de una amenaza desconocida. Con el fuego extinguido, Facundo y Leandro, se prepararon para explorar los misterios que aguardaban en la antigua aldea.
Corina al sentir el olor y el crepitar ardiente se aproximó rápidamente a la habitación. Al notar que los chicos estaban bien respiró aliviada.
—Perdón Corina. No sabemos cómo pasó. —Leandro baja su cabeza apesadumbrado pero su abuela no parece estar preocupada por la habitación.
—¡Gracias, mis chicos! Parece que los dioses no querían que durmiéramos demasiado. —Corina sonríe con gracia, a pesar de la situación.
Leandro y Facundo salieron de la habitación, aún sintiendo la vibración del incidente nocturno. La aldea, envuelta en la luz del día, se extendía ante ellos, pero el misterio de la vela prendida seguía latente en sus mentes. Leandro le indicó el camino a Facundo para que lo siguiera a bañarse en el riachuelo del que había recogido el agua. Ambos estaban sucios y empapados en transpiración. Mientras caminaban pensaban y charlaban acerca de lo sucedido.
—Debemos averiguar qué causó eso, Leandro. No puede ser solo una vela caída. Te juro que no estaba cerca del borde! —comentó Facundo, observando el exterior con ojos inquisitivos.
Leandro asintió con seriedad. —Tienes razón, Facundo. Algo no está en su lugar.
Corina se dirigía al pueblo a comprar provisiones así que salió de la casa junto a Facundo y Leandro sumándose en un trayecto de la caminata.
—Quizás este evento inesperado sea una señal. Una señal de que deben visitar el río de los recuerdos. Los dioses hablan a través de los elementos y, a veces, es necesario escucharlos. —sugiere, mirando fijamente a ambos jóvenes.
Leandro asiente con seriedad, comprendiendo la sugerencia de Corina. Facundo, por otro lado, siente un escalofrío ante la mención del río de los recuerdos. La conexión con los dioses, los elementos y el destino parece más palpable que nunca y aunque la intriga lo atrae, aquel episodio lo había dejado un poco consternado. Pensar en dioses como historias es interesante, pero sentir el riesgo de morir incendiado, era algo más y ahora exponerse a alguna suerte de magia divina le daba cierto repelús.
—¿Nos acompañarás, Corina? —pregunta Leandro, reconociendo la sabiduría de la anciana y notando el gesto preocupado de Facundo.
—Por supuesto, querido. Mi conexión con el río es fuerte. Me guiará en este viaje. Alexios quedará al cuidado de nuestro hogar. Debe comenzar a conocer sus deberes en esta casa. —responde Corina, su mirada revelando un conocimiento más allá de los años.
Facundo, al escuchar que la anciana los acompañaría se sintió un poco más aliviado. Leandro observó detenidamente la reacción de Facundo y sintió que había hecho lo correcto por su invitado. Su abuela, además le daba confianza a él también. Quedaron en ir al río de los recuerdos luego de que estuvieran limpios, en el camino se encontraron con Alexios y lo invitaron al riachuelo también. El día estaba caluroso así que no dudó en acompañarlos.
Cuando llegaron allí, Facundo notó que era apenas un pequeño río, así que se sentó en la orilla sobre unas rocas y comenzó a echarse agua. Los hermanos, en cambio, se sacaban una prenda, la lavaban minuciosamente y la extendían un rato antes de volver a ponérsela y continuar con la que seguía. Alexios tenía un cuerpo similar al de su hermano, también muscular y tonificado pero en menor medida. Facundo se preguntó que estilo de vida llevaban para tener, o la necesidad o el deseo de hacer tanto ejercicio. Quizá la vida se había tornado demasiado sedentaria todo el tiempo en el futuro. Facundo no recordó la última vez que hizo deporte y se sintió un poco avergonzado, pero pensó que quizá esta experiencia debía ser la muestra que necesitaba para preocuparse de su cuerpo tanto como de su mente. No hubo mucha charla puesto que sabían que Corina los esperaba para salir, por lo que volvieron rápidamente sobre sus pasos. Alexios aprovechaba para preguntar todo lo que pudiera acerca de Facundo y éste respondía todas sus dudas. Se notaba en su manera de hablar, caminar y... Preguntar, la influencia de su hermano. Desde la perspectiva de Facundo parecían muy unidos y eso lo enterneció. Finalmente llegaron a la casa y Corina estaba en la puerta.
Cuando los chicos llegaron, Corina le explicó Alexios algunas recomendaciones antes de partir, le explicó también lo que pasó con el fuego para que no se sorprenda al entrar al cuarto. A pesar del olor y el fuego, Alexios había salido temprano y parecía no haber notado nada. Se sorprendió con la noticia y no le hacía mucha gracia ser el único que se quede pero no discutió con su abuela. Corina le acarició el rostro con una sonrisa en el suyo, luego Facundo le extendió la mano para saludarlo y Leandro abrazó a su hermano antes de irse.
Así partieron los tres, encaminados hacia el río de los recuerdos, el cual se encontraba a las afueras de la aldea. Mucho más lejos que el riachuelo y ya subiendo un poco el monte. La luz del sol acaricia el camino, pero la sombra de la noche anterior y el fuego persisten en la mente de Facundo y Leandro.
Mientras caminan, Facundo tiene una visión inesperada. En lo que parecía un sueño, ve a una figura misteriosa que parece jugar con las sombras. La figura, aunque difusa, le susurra sobre la importancia de su viaje y la necesidad de descubrir la verdad que yace oculta en el río de los recuerdos. Era una figura etérea, velada por sombras, insinuando su presencia en los hilos del destino.
Leandro, ajeno a la visión de Facundo, conversa con Corina sobre los eventos de la noche anterior y la relevancia de los dioses en sus vidas. Corina, con una mirada penetrante, revela que el viaje al río de los recuerdos no solo será una búsqueda de recuerdos pasados, sino también una revelación de destinos futuros.
El río de los recuerdos se revela ante ellos, sus aguas murmurando historias olvidadas y secretos enterrados en el tiempo. La jornada apenas comienza, pero el manto de sombras y recuerdos se extiende sobre los jóvenes y la anciana y su inesperada conexión con el pasado y el porvenir.
—Leandro, anoche soñé con una figura misteriosa, ahora lo relaciono con lo que pasó. Algo no está bien. —confesó Facundo, compartiendo la inquietud que lo había perturbado durante la noche.
Leandro frunció el ceño, preocupado. —Todo me suena a Tiché. Es la tejedora del destino, la que maneja los hilos de la vida. Debemos tener cuidado, Facundo. Sus intervenciones no suelen traer nada bueno y no me parece que pueda ser alguien más.
El río de los recuerdos se reveló ante ellos, sus aguas fluyendo como los recuerdos mismos que contenía.
—En este río yacen los recuerdos de todos los que han pasado por nuestra aldea. —explicó Corina, sumergiendo sus dedos en el agua que brillaba con destellos de memorias.— Cuando los dioses quieren decir algo, siempre me lo dicen en este lugar.
Leandro y Facundo siguieron el ejemplo, tocando las aguas del río y dejando que las corrientes les revelaran fragmentos de historias antiguas. Entre risas, lágrimas y susurros del pasado, se sumergieron en el río de los recuerdos.
—Cada historia, cada recuerdo, es como un hilo en el tapiz de la vida. Pero ten cuidado, a veces los hilos se enredan, y es difícil desentrañar el verdadero significado. —advirtió Corina, su voz resonando con la solemnidad de los años vividos.
Facundo, absorto en los relatos que emergían de las aguas, sintió la conexión con los hilos del destino. Cada memoria tejía una trama única, pero también revelaba la fragilidad de las conexiones entre los seres.
—Leandro, ¿qué historia te ha marcado más? —preguntó Facundo, su mirada perdida en las aguas centelleantes.
Leandro, después de un momento de reflexión, compartió un recuerdo sobre la primera vez que tocó la lira, cómo la música le había revelado la magia de la creación y la conexión con algo más grande que él mismo.
Mientras compartían recuerdos, una figura se deslizó entre las sombras, observando desde la penumbra. Su presencia era sutil pero inquietante, como una tela oscura que acechaba en la trama de los recuerdos, observando sigilosamente a los tres, indefensos en su trance a través de la magia del río.
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