Examen

Ha pasado una semana desde que el salón de Rosas recibió su castigo y todos estos días hemos soportado sus miradas llenas de ira. Anna y Karina se ríen como si les acabaran de contar algún chiste gracioso. Acepto que también me he reído un poco, pero no puedo dejar de pensar que en cualquier momento podrían cambiar las cosas y no creo que ellas se vayan a tentar el corazón para vengarse de nosotras.

El viernes hicimos el examen de selección para las olimpiadas de ortografía. Sentí que estuvo muy fácil, no tanto para Karina y Anna, quienes estuvieron bromeando sobre eso durante el receso.

 

—Pásame la sal, con zeta.

—Burra, es con equis.

—No, “Burra” es con uve de…

—¡Ya cállense!, hacen que me duela la cabeza —reclamó Elena sobándose las sienes con los índices y dedos medios—. Hace rato me hicieron dudar de algunas palabras y si siguen hablando así ¡creo que se me va a pegar la pésima ortografía de ustedes dos juntas!

—¿En qué palabras tienes dudas? Puedo ayudarte.

—¡Ay, Ali!, seguro que tú pasas a la final, nosotras estamos más que resignadas — se quejó Karina mientras pelaba una mandarina.

—Sí, la verdad, nunca tuve esperanza —agregó Anna —. Además, eso nos dará más tiempo para prepararnos para el gran evento navideño, ¡ya quiero que la escuela huela a canela y pino!  ¡Y cantar villancicos!

—¿Qué hiciste el año pasado, Ali? — Me preguntó Elena inclinándose hacia adelante con evidente interés —. No te recuerdo porque apenas y les presté atención a mis propias compañeras.

—En ese tiempo acababa de entrar al club de pintura, así que — me quedé un rato recordando—... hicimos tarjetas navideñas, algunas compañeras las vendieron para los salones que hicieron intercambio.

—Ya veo, ese año compré cinco para mis amigas — dijo Elena soltando un largo suspiro y bajando la vista a su plato casi vacío.

Busqué su mirada con curiosidad.

—Son unas malditas — de pronto soltó Karina —, ellas se quedaron en el salón de las rosas y ahora ni nos hablan ni nada.

—Qué perras —dijo Anna sin pena. 

En cambio, Elena y Karina se escandalizaron, como si fueran gemelas con la mente unida, se llevaron una mano a la boca y la otra al pecho.

—¿Qué? — respondió poniendo una expresión de inocencia.

—No perturbes sus delicados oídos, Anna.

Todas nos reímos y terminamos de comer entre una segunda oleada de bromas de ortografía e historias navideñas del año pasado. Una prefecta se acercó para pedirnos que dejáramos de ahogarnos en risas.

Este año, volveremos a hacer tarjetas navideñas y digo “volveremos” porque ahora sí podré participar activamente. Eso me alegra muchísimo.

Lo siguiente que pasó estuvo lleno de emociones. Primero, el domingo me volvió a visitar mi madre, aunque ya no me peleé con ella, pero sí me quedó un amargo sabor de boca.

—Hola —dije apenas con un hilo de voz.

—Alicia.

Ella estaba sentada, cruzada de piernas, con ese porte altivo de siempre, usando un sombrero blanco de ala ancha y un elegante vestido entallado del mismo color. Es su señal de paz, ya entiendo mejor su lenguaje.

—No fuiste a verme.

—Algo surgió con tu padre y no pudimos —dijo con la frialdad típica de ella.

—¿Otra vez? —pregunté sonando, casi, como una afirmación. Yo no dejaba de mirar mis zapatos recién boleados y de pellizcar las yemas de mis dedos.

—La directora me dijo que te dieron dos medallas por tu participación.

—Una por el dueto, otra por ser la sirvienta…

—Una medalla es una medalla. Sé que puedes hacerlo mejor — hizo una pausa y agarró mi mano derecha, evitando que siguiera lastimándome —, por eso pedí que te dejaran escoger para quedarte en los clubes que quieras y así tengas más tiempo…

—¿En serio? —no podía creerlo en ese momento.

—Sí, solo quería que pusieras más empeño en tus estudios… por eso te obligué a participar… pero ya vi que sí puedes volver a alinearte y eso es lo importante.

—Te dije que ya estaba recuperándome… — me solté de ella y escondí la mano detrás de mi espalda.

—Hija, yo lo único que quiero es que tengas todas las herramientas posibles para que triunfes en la vida y lo digo en serio.

—Bueno, ya. ¿Es todo lo que ibas a decirme?

No quería volver a pelear, así que respiré profundamente un par de veces para calmarme.

—Si quieres, puedo irme ya.

Sonó como si se hubiera ofendido, tampoco le dije que se fuera en ese instante. Se me hizo un nudo en la garganta, tenía ganas de contarle sobre mis amigas, sobre Anna y muchas cosas más, pero al mismo tiempo… tenía miedo y me quedé callada. De pronto se paró, me dio un beso en la mejilla y se fue caminando con pasos cortos y rápidos.

Anna me sacó de mis pensamientos.

—¡Ali!, ¿quieres uvas? —dijo sacando una bolsa con abundantes uvas verdes y sin que yo le respondiera, metió una a mi boca —, están ricas, ¿verdad?

—Siempre tienes fruta, ya pareces Karina —dije todavía masticando. 

—¿Te gustan más las frutas secas?

—Me gustan ambas.

Se pasó todo el día haciéndome reír, jugamos tres partidos de ajedrez, de los cuáles le gané una vez, visitamos el invernadero y encontramos gusanos en una maceta, Anna tomó uno me correteó con él por todo el lugar, haciéndome gritar olvidando que no estaba permitido. La encargada nos silenció y enseguida se puso a revisar la plaga.

De lo bien que me la pasé, no me di cuenta cuándo se hizo de noche. Nos sentamos a un lado de la fuente y de la nada sacó una cajita hecha de papel reciclado con un listón de seda color blanco.

—He estado guardando esto… quería dártelo hace unos días, pero no estaba bien envuelto y… no hubo oportunidad.

—Se ve lindo, ¡gracias!... pero… ¿por qué?

—Porque te has esforzado mucho y… porque decidiste quedarte.

No quería volver a tocar el tema, pero al ver su cara de felicidad no pude reclamarle nada.

—¿Lo puedo destapar ahora?

—Como guste, la señorita —dijo haciendo una reverencia con la mano.

En el interior de la caja había un par de margaritas secas y una pluma fuente negra con detalles dorados.

—Ya que estás en el club de literatura sequé unas flores para que las uses como separador para tus libros y además te gusta escribir…

—¡Están muy bonitos, Anna!

Sin pensarlo la abracé fuerte.

—Qué bueno que te hayan gustado.

—¿No oyeron el toque de queda, señoritas? — escuchamos a la prefecta nocturna detrás de nosotras y nos separamos al instante —. Hace diez minutos que sonó, si no se van a sus habitaciones ahorita mismo, las pondré a hacer labores especiales.

—Sí, sí, sí, discúlpenos, prefecta María —dije con rapidez.

En seguida nos paramos y fuimos a los dormitorios. Cuando llegamos a mi habitación Anna se despidió de mí.

—Bueno… ya puedes soltar mi mano…

No me había dado cuenta de que la había agarrado.

—Lo siento.

Sonrió.

—No importa… Hasta mañana —dijo caminando hacia atrás.

—Hasta mañana.

Cerré la puerta con cuidado y me quedé pensando en lo que acababa de pasar. De nuevo hice algo que se podría malinterpretar. Hacía un rato que quería aclarar lo que había pasado en la enfermería y ahora esto… Pero no quería que ella se pusiera triste, después de todo, le debo las gracias por cómo ha sido conmigo todos estos días y por animarme después de mi incómodo encuentro con mi madre, así que el lunes transcurrió como un día común y corriente, salvo porque tanto Anna como yo estuvimos haciendo bromas y estuve más relajada de lo normal.

Hoy nos dieron los resultados del examen de ortografía. Otra chica del salón y yo tendremos que representar al colegio  en las olimpiadas durante los próximos días.

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