Bosque (Parte 2)

—Hija — En ese momento se separó de mí y me tomó de los hombros —, sé que esta semana ha sido difícil para tí, hablé con la directora y dos maestras, todas me dijeron que te has esforzado muchísimo, que entraste a todos los clubes sin resistirte y que apoyaste en todo lo que pudiste…

No sabía qué decir, por primera vez me sentí escuchada por mi madre y bajé la guardia.

—Así que veré los resultados de tus esfuerzos en el evento de mañana, ¡espero que todo salga perfecto!, aunque desearía que para la próxima puedas ser la protagonista.

—Espera, mamá, ¿eso quieres de mí?

—Hija, yo quiero que llegues muy lejos en la vida — Se puso una mano en el pecho como afirmando que sus palabras eran sinceras, no lo dudo —. Tu padre y yo estaremos orgullosos de verte…

—¿Me ven como un títere? — Comencé a pellizcar las yemas de mis dedos por instinto.

—¿Perdón?

—¿Qué hay de lo que yo quiero?

Bajé la voz con una mezcla de vergüenza y por intentar contener mis ganas de llorar, mis ojos ya comenzaban a ver a través de las lágrimas.

—No digas eso, nosotros siempre queremos lo mejor de mí, mi amor, que seas la mejor artista, la mejor violinista o una bailarina que cautive o…

—¡Me obligaste!

—El camino del arte es lo mejor para ti, lo acabo de ver, eres una artista que podrá llegar muy lejos, tienes un futuro brillante, hija. Gracias por este regalo — Las pupilas se le dilataron al decirlo, pero yo no me sentí bien por eso.

—Aún no me entiendes, ¿Crees que soy una pieza de museo para presumir? ¡yo no quiero esto! —grité

—Pero a ti te gusta…

—¡No sabes nada! ¡No sabes cómo me siento!

—Lo sé y no me grites, lo que pasa es que no tuviste el tiempo suficiente — Me miró con compasión y yo no quería eso —, pero de ahora en adelante lo tendrás y las profesoras te darán la oportunidad, ya vieron tu potencial y estoy más agradecida con ellas por recibirte, incluso estabilizaste tus calificaciones, ¡eres una genio!

Habló con la típica rapidez de una madre emocionada.

El aire quemaba mis pulmones y mi cabeza se sentía caliente y apunto de estallar. Sostuve mi falda con los puños cerrados al grado de pellizcar un poco mi carne como si eso me diera las fuerzas necesarias para decir lo que iba decir.

—¡Ya no quiero oírte! ¡Y no soy una genio!

Corrí dejándola con los pies clavados en el pasto y con la idea equivocada de mí. Quería desilusionarla, pero no pude hablar más, el nudo en mi garganta se había convertido en algo más.

Quería llegar a mi cuarto y empacar, pero tuve que ir directo al baño. Tuve arcadas con el inodoro bajo mi cabeza, sin embargo, se quedó en puras intenciones, después de un rato, ya que vi que no había nada que hacer ahí, me dirigí al lavabo a mojarme la cara.

Vi mis dedos llenos de callos y algunos rasguños, algunos viejos, otros con la herida abierta y enrojecidos; me miré al espejo y lo que vi fue un futuro lleno de injusticia, una chica a la que todos mueven a su antojo y no estaba dispuesta a seguir ese camino.

Ya en mi habitación agarré un poco de ropa sin pensarlo mucho y la eché sobre un suéter de estambre color verde, era un regalo de Fernanda, dijo que no valía mucho, pero que seguramente me quedaría bien. Sí, es una mejor maleta que aquellas cajas viejas y descoloridas.

Me encerré y no salí hasta la noche. Anna tocó a mi puerta en dos ocasiones, pero no contesté.

Podría haber esperado recostada en mi cama, sin embargo, estuve dando vueltas por la habitación con los nervios de punta, me senté en el piso, me volví a parar, miraba por la ventana…

Cuando se hicieron las nueve cerré las cortinas.

Tomé mi bolso improvisado y abrí despacio. De nuevo había una bolsa con frutas en la perilla, tampoco faltó el papel doblado con la conocida letra de Anna. No quise leerlo, guardé la bolsa dentro de mi suéter, no sin antes sacar la nota y tirarla hacia dentro de la habitación.

En seguida me escabullí lo más silenciosa posible, cuando de pronto, al doblar la esquina la prefecta me detuvo.

—¿A dónde va, señorita?

—A…al… baño.

—¿Accidente? —dijo señalando mi pequeño bulto de ropa.

—S…sí.

Miré hacia abajo esperando que no me descubriera.

—Está bien, vaya, pero no se entretenga en otro lado.

—G…gracias.

Caminé con prisa a través de los largos pasillos y crucé el jardín trasero.

Y allí estaba frente al muro de tres metros formado por enormes bloques de piedra. Vi la herrería con lanzas pequeñas como si fueran la corona del colegio, los árboles fueron sembrados en paralelo, así que se formó un pasillo en el que no hace mucho colocaron más rosales y los dejaron crecer más allá del metro y medio. No todos los arbustos están repletos de majestuosas rosas de un rojo intenso, sin embargo todos tienen espinas.

Más allá del muro estaba el bosque frío, oscuro; desconocido para mí.

No sé cuánto tiempo miré los rosales, pero fue suficiente para que una persona alcanzara a verme.

—¿Planeas escaparte? — Sé que intentaba sonar sarcástica, pero había cierto temblor en su voz que me hizo entender que tenía miedo de la respuesta. O eso creo.

—Fernanda.

Me giré hacia ella. Estaba como siempre, con el uniforme planchado y el cabello bien arreglado, pero esta vez tenía brillo en los labios y hojas secas pegadas alrededor de los zapatos, tal vez ya estaba por ahí antes que yo.

—Puedo llamarle a la prefecta ahorita mismo y estarás en problemas — De nuevo sacó su horrible tono de superioridad y una idea iluminó mi mente.

—¿Tú me acusaste la vez pasada?

—Ay, ya, Alicia, dime, ¿crees que puedes huir fácilmente? —dijo cruzando los brazos.

—¿Y qué si lo intento? No me detendría por ti — En ese momento noté que se sintió herida.

—No puedes hacer esto, ¿a dónde vas a ir?, ¿sabes que afuera hay gente criminal?

—¿Y tú eres un ángel? Por favor.

Le di la espalda buscando con la mirada algún hueco entre los rosales. Fernanda me tomó del hombro y esta vez, su voz sonaba muy diferente, aún no lo logro descifrar.

—Estarás sola.

—Cuando empezaste a molestarme me sentí peor que sola.

Recordé de nuevo cuando pasamos tiempo unidas como si fuéramos la una para la otra y cuando se volvió en mi contra. Ambos recuerdos se revolvieron en mi cabeza y me quedé paralizada en la oscuridad.

—No soy una tonta, me estás subestimando.

Me volteé y caminé hacia el dormitorio. Saludé de vuelta a la prefecta, quien tenía los ojos rojos y con evidentes ganas de cerrarse; estaba tomando una taza de café, así que cuando pasé se sorprendió y derramó un poco en el piso. Me acosté con los zapatos puestos y me cubrí hasta la cabeza con esa manta, nunca había estado tan cálida.

No era la hora, tal vez, si hubiera revisado bien con anticipación me hubiera ido.

Me niego a pensar que Fernanda tuvo que ver con mi cambio de idea, solo no quise hacerlo sin las herramientas adecuadas. Supongo…

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