Uvas 2

21/10/1992

Con todos los preparativos del día de muertos, Elena se saturó y estaba tan estresada que solo Karina era capaz de acercarse sin que aquella le gritara, así que Cinthia le recomendó abrir el club de plomería después del evento. Todas estábamos más que nerviosas. Yo decidí concentrarme en la flauta y asesoré a un par de chicas de primer año de las Margaritas, eran unas simpáticas gemelas que tenían el cabello hasta las caderas, se veían bien como para estar al frente, según la profesora, así que me pidió que las ayudara. De esa forma no podía pasar tiempo con Anna, que aunque se estaba equivocando mucho en los ensayos, ni siquiera me dirigía la mirada. 

Cada vez que quería hablarle ella desaparecía; supuse que tenía otro club y yo tuve que quedarme horas extra ocupando el salón. Uno de esos días después de entregar la llave a la dirección olvidé mi cuaderno de tareas y tuve que regresar, pero la subdirectora dijo que ya le habían pedido la llave, así que podía ir directo al salón, no me dijeron quién era y asumí que había sido Anna, pues le hacía falta ensayar, así que fui a encontrarme con ella y aprovechar para hablar de lo que había pasado en su cuarto.

Desde antes de llegar escuché la melodía del violín llorándole al viento. La reconocí de inmediato, era Fernanda, se escuchaba tan perfecta, triste y melancólica. No sabía si quería enfrentarme con ella, así que me quedé en una esquina y me senté en el piso, pero me sentí cobarde y no quería seguir con esa actitud. Me paré y me dirigí al salón con paso firme, sin embargo, justo en la entrada de la puerta me quedé hipnotizada viendo como Fernanda presionaba con sus delicados dedos las cuerdas de su violín, su porte era elegante y solemne, su cabello apenas se movía con el suave viento que entraba por la ventana. No pude evitar recordar nuestro dueto del año pasado, nuestro tiempo ensayando, nuestro escape en el pueblo, sentí que un par de lágrimas se asomaban de mis ojos, pero no quería dejarlas fluir.

La melodía terminó y Fernanda caminó hacia a mí con algo entre las manos, yo no quise seguir alimentando el miedo y di unos pasos hacia ella. Quería decirle que no estaba ahí para verla y que que solo quería mi cuaderno, algo así debí decir, o que no se molestara y mirara para otro lado. No pude pronunciar ni una sola palabra.

Fernanda me tomó de la muñeca y me arrinconó a la pared más cercana, mis piernas cedieron sin darme cuenta y me dejé llevar. Ella se acercó rápidamente, tomó mi rostro entre sus manos y posó sus labios sobre los míos con autoridad, no supe rechazarla, me adapté a ella con el ritmo que ya conocíamos, algo en mi mente me decía que parara, pero no quería pensar, quería abrazar ese momento sin importar lo que pasara después, como un beso final, después de todo, no habíamos tenido una despedida real.

En un rato ella me soltó y sonrió.

—Gracias por el regalo.

Me guiñó un ojo y me dejó en la mano una bolsa con una pequeña pasa en la esquina. No recordaba dónde las había dejado. 

Fernanda se alejó con una expresión radiante, como si hubiera ganado un concurso y estuviera orgullosa de su premio.

“No eran para ti”, quería decirle, pero solo alcancé a suspirar.

—A partir de mañana ensayaremos juntas el dueto de violín, ya le avisé a la profesora  —dijo antes de cruzar la puerta —, ah, y no salgas con nadie más, ¿oíste?, solo eres mía.

Todavía estaba recargada en la pared procesando lo que había pasado. Para mí ese beso había sido un adiós ¿y ella asumió que iba a volver así nada más?, ¿sin explicaciones sobre su comportamiento?, ¿qué creyó?, ¿que yo no tengo ni una pizca de dignidad? 

Me reproché a mí misma el haber aceptado el beso sin enfrentarla primero, fui por mi cuaderno, que estaba abierto, cerré la puerta del salón al no ver por ningún lado la llave y corrí a mi cuarto. Una prefecta me vio y me llamó la atención para que bajara la velocidad, asentí y caminé despacio, aguantándome las ganas de gritar de la furia que estaba creciendo en mi interior.

En esa ocasión terminé muy tarde mis tareas, no podía concentrarme en las preguntas del cuestionario de historia, a pesar que muchas se resolvían con hojear el libro. Tuve que darme un respiro y salí a caminar al jardín trasero, ya estaba prohibido salir de los dormitorios a esa hora, es decir, pasadas las nueve de la noche, pero tenía muchas ganas de despejar mi mente y sentí que podría romper esa regla, por lo menos esa noche.

Salí con un par de pantunflas, también prohibido, pues siempre debemos andar con zapatos cerrados o sandalias que se sujeten bien a los pies, estas últimas solo después de los horarios de clases regulares y clubes. Dudé en hacerlo, sin embargo, mi enojo estaba superando esas ganas de mantenerme al margen de las normas. Me sentía hastiada de los zapatos, el uniforme me picaba el cuerpo y me dolía la cabeza, no sabía si era por estar pensando en lo que sucedió con Fernanda y con Anna o por llevar mi cabello atado todo el día, quizás, un poco de las dos cosas.

Llegué sin darme cuenta al escondite que teníamos Fernanda y yo. De pronto escuché que algo se movió entre los matorrales recién podados.

—¡Ali! ¿qué haces aquí?

Sentí que mi corazón se aceleró del susto, por un segundo pensé que era Fernanda y por fortuna no. 

—Anna, me asustaste.

—Lo siento… y… ¿porqué andas vestida así? —preguntó mientras salí entre el arbusto, sacudiéndose las hojas y ramas pegadas a la falda de su uniforme. Ella sí llevaba el uniforme como debía ser, excepto por su camisa desfajada de siempre.

—¿Por qué andas a esta hora aquí? — me defendí alzando la barbilla.

—Esto es una señal.

—¿Señal?, ¿para qué?, ¿para que vuelvas a besarme sin permiso?

Anna bajó la mirada y entrelazó sus manos, se veía nerviosa. En ese momento me estaba arrepintiendo de haber sido grosera, no estaba en mi mejor momento… de todas maneras, tenía razón en enojarme.

—Sobre eso… lamento haberlo hecho, Ali —dijo levantando la mirada, tenía los ojos llorosos y respiraba de forma acelerada —, de verdad, no debí ser tan atrevida, debí hablar primero sobre mis sentimientos y respetar la decisión que tomaras, ¿podrías… perdonarme? aunque entiendo si no quieres volver a tratar conmigo… no debí actuar así…

Había tanta sinceridad en sus palabras que bajé un poco la guardia, respiré hondo y me acerqué un paso hacia ella.

—Gracias —respondí sin perder contacto visual —, gracias por entenderme… verás… no sé si te habrás dado cuenta… Fernanda y yo fuimos pareja durante el primer año, solo andaba con ella, por eso no hice amigas en ese tiempo y apenas entramos, su actitud hacia mí cambió, aún no entiendo por qué… ni siquiera terminamos nuestra relación, solo empezó a maltratarme, por eso sentía que no podía hacer nada en su contra y seguía… sigo confundida… no sé si estoy lista para una nueva relación… agradezco que te hayas disculpado.

Anna ya no parecía nerviosa, en cambio, su expresión se tornó triste al entender que no podía aceptarla, su labios me regresaron una sonrisa de lado que más bien era una especie de tic nervioso, miró al suelo, se llevó una mano al pecho y se encaminó hacia los dormitorios. La detuve justo cuando pasó a mi lado.

—No he terminado — Tragué saliva —, te perdono por lo que hiciste, pero no quiero perder contacto contigo, eres muy amable y una persona llena de energía… aunque no puedo aceptarte, quiero que sigamos siendo amigas… si es que estás cómoda con eso.

En ese momento una ráfaga de viento me arrojó los cabellos hacia la cara. Anna empezó a reír y yo también. 

—Tengo que terminar mis tareas —dijo Anna en un tono más relajado.

—De hecho, yo también tengo que terminar, no pude pensar bien durante toda la tarde.

—¿Quieres que vayamos juntas?

Dudé por un momento, pero ya tenía la respuesta.

—Vuelve tú, todavía necesito un tiempo sola fuera de mis cuatro paredes.

—Entiendo… hasta mañana.

Me recosté en el pasto mirando el cielo despejado, se veían numerosas estrellas alrededor de la luna y empecé a sentir algo de paz, aunque todavía me faltaba resolver mi situación con Fer. Mi mente se aclaró, supe lo que tenía que hacer, ya solo faltaba que se me diera la oportunidad.

Un rostro familiar se interpuso entre mi mirada y la constelación de la Osa Mayor:  Ángeles, la prefecta nocturna.

—¿Muy cómoda, señorita? —preguntó  con las manos en las caderas.

Me levanté rápidamente e intenté sacudir mi maltratado uniforme.

—¿Sabe que está rompiendo muchas reglas?

—S…sí, señora, p…perdóneme… —titubeé temblando de miedo, o tal vez, de fío.

Me tomó del brazo y me llevó hacia la dirección.

—Si quiere andar despierta a esta hora, tendrá que hacer tareas nocturnas.

Me puso a ordenar unos papeles y a llevar los libros a la biblioteca, estos estaban en un carrito donde las prefectas del día recolectan todos los libros que las alumnas dejan olvidados en el jardín o en los salones, más tarde se les multa con trabajos extra, a nadie le gusta eso, así que no había muchos libros en el carrito, eso sí, las llantas se atoraban a pesar de que los pasillos estaban impecables.

La biblioteca ya estaba abierta, entré y empecé a dejar los libros en un estante especial. De pronto sentí una mano sobre mi hombro.

—Te dije que eres mía.

Sentí la voz de Fernanda en mi oído. Intenté voltearme, pero ella ya me tenía abrazada por detrás. Sentí escalofríos en mis brazos.

—¡Suéltame! —grité con la voz temblorosa — ¡Llamaré a la prefecta!

Logré liberarme, me volteé y la miré a los ojos. Ella estaba sorprendida, supongo que no esperaba que pusiera resistencia como en la vez pasada.

—¡No soy un juguete que puedes maltratar y abrazar a tu gusto! ¡T… terminamos! — por fin solté empuñando mis manos como si me estuviera agarrando de algo para no caer; sentí que mi alma se estaba liberando de una cadena invisible, esa que me dejaba aceptar todas las humillaciones que Fernanda y su influyente prima me hacían.

Por fortuna, la prefecta llegó al escuchar el escándalo y se quedó vigilándonos hasta que las dos terminamos de acomodar todo lo que había en los escritorios de la biblioteca. 

Cuando volví a mi cuarto creí escuchar un llanto en el camino, ya faltaban unos minutos para la media noche y me faltaba terminar mis tareas, así que decidí ignorar el ruido y apresuré el paso. Esa noche solo dormí 3 horas.

A las cinco de la mañana, la prefecta Sofía tocó la trompeta. Pronto tocó mi puerta y yo abrí casi en automático, lista para recibir cualquier regaño.

—No deje cosas afuera, señorita, esta vez lo dejaré pasar, pero para la próxima, le confiscaré lo que sea que deje en la perilla de la puerta —dijo entregándome una bolsa de plástico con uvas verdes y un papel doblado.

Le agradecí y cerré la puerta con suavidad, tratando de no parecer altanera. Saqué el papel.

“Procura comer algo mientras haces la tarea, nos vemos mañana. Te quiere: Anna”.

Más populares

Comments

Maria Fernanda Fernanda

Maria Fernanda Fernanda

ufff por fin se dió su lugar en la vida 👏y ese no es 😉 ahora solo espero que tome el toro por los cuernos y siga adelante con firmeza

2024-03-27

2

Maria Fernanda Fernanda

Maria Fernanda Fernanda

definitivamente Ali no tiene dignidad 😡😡😡

2024-03-27

1

Total

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play